I
Fernando Pessoa participa eternamente de la infancia. El origen de su obra se encuentra en la niñez, cuando comienza a leer y escribir. “El primer alimento literario de mi infancia estaba en las muchas novelas de misterio y aventuras pavorosas — afirma Pessoa en un escrito autobiográfico de 1907—. Los libros llamados infantiles que relatan experiencias emocionantes poco me interesaban. No me atraía la vida saludable y natural. Ansiaba, no por lo probable, sino por lo increíble, ni siquiera por lo imposible en intensidad pero sí por lo imposible por naturaleza. Mi infancia fue tranquila, mi educación buena. Pero desde que tengo conciencia de mí percibí una tendencia innata en mí hacia la mistificación, la mentira artística.”1 Y el escrito continúa: “Agréguese a esto un gran amor por lo espiritual, hacia lo misterioso, hacia lo oscuro, que al fin y al cabo, no era sino una forma y una variante de aquella otra característica mía, y mi personalidad estará completa, hacia la comprensión humana.”2 El ansia de exploración y descubrimiento manifestada desde la infancia confluye en la invención como modus vivendi. “El poeta es un fingidor”, escribiría Pessoa veinticuatro años después.
Inventó diversos poetas con un estilo personal y les otorgó una biografía. Cada individuo era caracterizado por un pensamiento y contingencias particulares. En esto consistieron los heterónimos, una suma de disímiles personalidades, un universo de fragmentos heterogéneos. El pensamiento heteronímico nace en su infancia, un año después de la muerte de su padre, según afirma Pessoa en la famosa carta dirigida al poeta y crítico Adolfo Casais Monteiro: “Recuerdo, sí, el que me parece haber sido mi primer heterónimo o, más bien, mi primer conocido inexistente —cierto Chevalier de Pas de mis seis años, a través del cual me escribía cartas a mí mismo.” 3 En ese mundo plural existen cinco personalidades perfectamente definidas: Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos, Bernardo Soares y Fernando Pessoa ortónimo son seres independientes con un pensamiento perfectamente desarrollado para quienes la infancia resulta uno de los principios activos del mundo.
“Lo mejor de todo es ser niño. Lo segundo mejor de todo es escribir sobre ser niño”, escribió James Matthew Barrie en sus Cuadernos, según lo evoca Rodrigo Fresán en Jardines de Kengsinton. J. M. Barrie, el creador de Peter Pan, creía en la idea de la infancia eterna como convicción y forma de arte. Una parte o faceta de la extensísima obra de Fernando Pessoa se inscribe en esa categoría. Múltiples fragmentos prosísticos y varios poemas o fragmentos en verso de diversos heterónimos expresan temas relativos a la niñez. “Grandes son la poesía, la bondad y los bailes…/ pero lo mejor del mundo son los niños”, 4 escribió Pessoa en “Libertad”.
Ilustraciones de Itzel Paola Montes Quezada, ENAP-UNAM
En Pessoa opera la creencia de Wordsworth acerca de que el niño es el padre del hombre. “No hay tristezas / ni alegrías / en nuestra vida / Sepamos así, sabios incautos, / no vivirla, // pero recorrerla, / tranquilos, plácidos, / teniendo a los niños / por maestros nuestros, / y con los ojos llenos / de Naturaleza…”,5 escribió Ricardo Reis. El poeta nombra la infancia y en ocasiones la define. “En el niño hay conciencia”,6 dicta una máxima de Pessoa ortónimo que pertenece a su Introducción al estudio de la metafísica. Y Álvaro de Campos advierte: “más vale ser niño que comprender el mundo”,7 expresando su profunda nostalgia por aquello que parece inaccesible.
La sensibilidad creativa surge como en la niñez, feliz y resuelta, pero con un dejo melancólico: “Escribo y divago y me parece que todo esto fue verdadero. Mi sensibilidad está tan a flor de mi imaginación / que casi llego a llorar y vuelvo a ser el niño feliz que nunca fui…”,8 cifró Pessoa en una carta al poeta brasileño Ronald de Carvalho fechada en 1914, tras evocar con emoción su primera infancia. Los objetos de la niñez son mencionados con insistencia en algunos fragmentos, como los chocolates de la niña en “Tabaquería”: “mira que no hay más metafísica en el mundo / que los chocolates”.9O el tren infantil de cuerda tirado por un cordel que “tiene más movimiento real / que mis versos…”,10 en otro poema de Álvaro de Campos.
En Corruption in paradise, Reinhard Kuhn afirma que Francis Thompson pretendió conformarse con una pregunta ligada entrañablemente a su incesante búsqueda de la gracia: “¿Acaso sabes lo que es ser un niño? Es algo muy diferente del hombre de hoy… Es convertir […] la nada en todo.”1112
La infancia es una edad arcana que debe abordarse ya que, a pesar de su supuesta caducidad, sugiere la posibilidad de ser amparados. Los poemas mencionados son recorridos por la alegría de la infancia rescatada desde la añoranza. Pero en esa nostalgia también prevalece un profundo deseo de lo inexistente. Los versos de “Cuando los niños juegan”, cuya autoría es ortónima, invocan el júbilo infantil: “Cuando los niños juegan / y los oigo jugar, / algo dentro del alma / se comienza a alegrar. // Viene a mí aquella infancia / que yo nunca he tenido, / en olas de alegría / que antes de nadie ha sido. // Si quien yo fui enigma / y quien seré visión, / quien soy al menos sienta / esto en el corazón.” 13
La naturaleza es uno de los temas inherentes a la niñez. Para Alberto Caeiro la infancia se acerca a un estado natural, próximo a la divinidad: “Es el Eterno Niño, es el dios que faltaba. / Es lo humano natural, / es lo divino que sonríe y juega”,14 se lee en “El guardador de rebaños”. El poeta se remite a la voz del “niño milagroso”,1516 El jardín se convierte en un espacio que propicia la creación. Participa de la naturaleza y la confina metafóricamente. La reflexión con la que Thompson intenta solazarse en su ensayo sobre Shelley se manifiesta en la obra de Pessoa. “La metafísica— caja para contener el Infinito—me recuerda siempre aquella definición de caja que alguna vez escuché de un niño—dice Pessoa en una nota personal escrita en 1913—. ‘¿Sabes qué es una caja?’, le pregunté no sé ya por qué —continúa el poeta—, ‘Sí señor, lo sé, respondió [el niño], es una cosa para meter cosas’.” de origen divino, omnipresente en Novalis. El jardín simboliza la relación de la naturaleza con el niño, de la que Álvaro de Campos, en “Callos al estilo de Porto”, escribió: “(Sé muy bien que en la infancia de toda la gente hubo / un jardín, / particular o público, o del vecino. / Sé muy bien que jugar a lo que nosotros jugáramos era el dueño del jardín. / Y que la tristeza es de hoy.)”
II
La frase de Antoine de Saint-Exupéry: “Soy de mi infancia como se es de un país” a nadie se aplica mejor que a Pessoa, menciona Robert Bréchon. La infancia como patria, como recuerdo nebuloso de una habitación. Cada uno de los poemas y fragmentos aquí referidos resulta una apología del pasado, llena de una dicha que, a través de la saudade, adquiere un matiz de aflicción. De esta manera instauran el encuentro con lo afectivo. La infancia de Pessoa despierta constantemente de un letargo apacible y detona, a la vez, el gozo y la nostalgia: “la luna asciende en el horizonte / y la infancia feliz despierta, en mí, como una lágrima. / Mi pasado resurge, como si ese grito marítimo / fuese un aroma, una voz, el eco de una canción / que fuese a llamar a mi pasado / a aquella felicidad que nunca volveré a tener”,17 se lee en la “Oda marítima” de Álvaro de Campos. Es el pasado brumoso, la casa perdida de la niñez. En Pessoa, la infancia también es un territorio que parece desprendido del sueño. “Un día, me entró el sueño como a un niño / pequeño. / Cerré los ojos y dormí. / Aparte de eso, fui el único poeta de la Naturaleza”,18dice Alberto Caeiro.
Y escribe Pessoa en “Lluvia oblicua”: “Todo el teatro es mi patio, mi infancia / está en todos los lugares, y la pelota viene tocando música, / una música triste y vaga que pasea en mi patio / vestida de perro verde volviéndose jockey amarillo… / (Tan rápido gira la pelota entre los músicos y yo…).”19 Resulta un poema explícito sobre épocas pasadas y lugares afables y expresivos. La poesía exalta sensaciones desde distintas perspectivas. La conciencia de la musicalidad infantil, simbólica y rítmica se recrea en varios poemas. Algunos fragmentos poseen un ritmo que tiende a la canción: se consolida un rico repertorio de versos propicios para la musicalidad. Unos más contienen agitación suficiente para ser cantados, la rima de otros es cadenciosa. Las canciones “carentes de sentido” —como el “Poema pial”—se inscriben en esa categoría. Las distintas formas de versificación se mueven entre la composición tradicional y el verso libre, que domina la escena. Son aprovechados diversos recursos fonéticos cuyo resultado son versos que no desairan el ritmo. Pero estos poemas importan más por su significación que por la rima. El poeta juega con el canto y la representación del pasado.
Pessoa concilia el universo perdido de la infancia con la pasión creativa que lo caracteriza. El poeta mexicano Francisco Cervantes relató en alguna ocasión una anécdota que recrea el espíritu inquieto de Pessoa. Era habitual en su noviazgo con Ofelia de Queiroz que Pessoa acompañara a la dama en su recorrido en tranvía a orillas del Tajo y, como acostumbraba, hiciera mohines para divertir a la mujer. En una ocasión, fingiéndose el ave ibis, arremangándose los pantalones y apoyándose en una sola pierna, fue sorprendido por unos niños que, divertidos, parecían comprenderlo. Y en “El ibis” escribió: “El ibis, el ave de Egipto, / descansa siempre sobre un pie, / lo que / es extraño. / Es un ave calmada, / porque así no anda nada.”20 Es significativo que algunos de sus poemas se llamen “Poemas para Lili”, nombre de una muñeca de su sobrina. Reflejan cabalmente la aguda relación que existió entre los niños de la familia de Pessoa y el poeta.
El más trascendente intento de Novalis por aprehender la voz del niño y, a la vez, explicar su función se localiza en un poema dedicado a Ludwig Tieck. El poema—dice Reinhard Kuhn—abre con una descripción de un niño melancólico y fiel que ha sido exiliado a un país extranjero. Después de una larga búsqueda, de un largo periodo de espera y de una errancia triste, llega a un desolado jardín y allí descubre un libro que “prefigura aquel que Mallarmé buscaría en vano”.21 El niño melancólico bien podría asemejarse a un Pessoa desconsolado. Y el libro encontrado en el desolado jardín, al último reducto de aquel tiempo remoto de donde fue expulsado.
Pessoa conservó en su vida y manifestó en su obra diversas cualidades de la infancia: la capacidad de conmoverse y sorprenderse con el mundo, el gozo con el juego y el deseo y capacidad de crear e imaginar. Los poemas relativos a la infancia cobran importancia en el corpus general porque representan un asidero en medio de la extrañeza, la tristeza y la soledad que implicaron las múltiples pérdidas del poeta. Cuando tenía cinco años su padre murió, después su hermano y más tarde se suicidaría su mejor amigo y también poeta Mario de Sá-Carneiro.
La obra de Pessoa, marcada por un profundo desasosiego existencial, oscila lúdicamente entre el escudriñamiento del ser y la remembranza del pasado, tareas análogas. Es una aproximación al universo de la memoria que conduce a la infancia. El poeta concluye “Autopsicografía” arrojando luz al imprescindible vínculo entre razón, emoción e inteligencia. La afectividad de Pessoa se amplifica y recorre un camino donde la sensibilidad hace crecer el entendimiento: “Y así en los rieles / gira, dilatando la razón, / ese tren de cuerda / que se llama corazón.”22
La ambivalencia que manifiesta Pessoa en torno a la infancia deriva en una Ítaca a la que no se puede regresar y, a la vez, en un Olimpo representado por la poesía. Por ello la sempiterna pregunta del poeta: “¿Qué ha sido de aquella verdad nuestra / —el sueño a la ventana de la infancia?”23
1 Fernando Pessoa, Escritos autobiográficos, automáticos y de reflexión personal, edición original y epílogo de Richard Zenith, trad. y ed. local de Rodolfo Alonso, Emecé Editores, Buenos Aires, 2005, p. 37.
2 Ídem.
3 Fernando Pessoa, Máscaras y paradojas, ed. de Perfecto E. Cuadrado, Edhasa, Barcelona, 1996, p. 15.
4 Fernando Pessoa, Drama en gente, antología, sel., trad. y pról. de Francisco Cervantes, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, p. 81.
5 Ibid., p. 151.
6 Fernando Pessoa, Máscaras y paradojas, p. 178.
7 Fernando Pessoa, Tren de cuerda, antología de Francisco Cervantes y Rodolfo Fonseca, trad. de Francisco Cervantes, Ediciones SM, México, 2003, p. 93.
8 Fernando Pessoa, “Carta a Ronald de Carvalho”, en Robert Bréchon, Extraño extranjero. Una biografía de Fernando Pessoa, trad. de Blas Matamoro, Alianza Editorial, Madrid, 1999, p. 37.
9 Fernando Pessoa, Drama en gente, p. 315.
10 Fernando Pessoa, Tren de cuerda, p. 82.
11 Thompson, cit. por Reinhard Kuhn en “Voci Puerili” (fragmento de Corruption in Paradise. The Child in Western Literature), trad. de Hernán Bravo Varela, Cuaderno Salmón, año 1, núm. 3, invierno 2006- 2007, p. 162.
12Fernando Pessoa, Escritos autobiográficos, automáticos y de reflexión personal, p. 73.
13 Fernando Pessoa, Infancia sin fin. Fragmentos sobre la infancia, pról. de Francisco Cervantes, sel. de Rodolfo Fonseca, ilustr. de Álvaro Santiago, Ediciones El Naranjo, México, 2006, p. 21.
14 Fernando Pessoa, Poesías completas de Alberto Caeiro, versión, pról. y notas de Ángel Campos Pámpano, Pre-textos, Valencia, 2000, p. 75.
15 Novalis, cit. por Reinhard Kuhn en “Voci Puerili”, loc. cit., p. 158.
16 Fernando Pessoa, Drama en gente, p. 353.
17 Fernando Pessoa, Poemas de Álvaro de Campos I. Arco de triunfo, trad., introd. y notas de Adolfo Montejo Navas, Hiperión, Madrid, 1998, p. 175.
18 Fernando Pessoa, Máscaras y paradojas, p. 101.
19 Fernando Pessoa, Drama en gente, p. 49.
20 Fernando Pessoa, Tren de cuerda, p. 24.
21 Reinhard Kuhn, "Voci Puerili", loc. cit., p. 158.
22 Fernando Pessoa, Tren de cuerda, p. 33.
23 Fernando Pessoa, Máscaras y paradojas, p. 132.
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