EL RESEÑARIO/No. 163



 
De frente al baldío

Christian Barragán



Fabio Morábito, Lotes baldíos
Fondo de Cultura Económica, 1984


A Carlos Vieyra, Luis Téllez y Luis Paniagua


portada-lotes.jpgEn 1984, el Fondo de Cultura Económica publicó Lotes baldíos, el primer cuaderno poético de Fabio Morábito (Alejandría, 1955). A partir de entonces, Morábito ha dado a la imprenta un par de poemarios más: De lunes todo el año (Joaquín Mortiz, 1991, Premio Nacional de Poesía Aguascalientes) y Alguien de lava (Era, 2002): tríada ejemplar de la persistencia de una escritura mesurada, percutida por la presencia inolvidable del trasiego humano representado por los caminos que llevan del mar hacia el interior de la tierra, del silencio a la palabra, de la duda a la certeza y del olvido a la memoria.

Ante la monotonía de los hechos triviales del hombre urbanizado, a partir de la rutina que determina el tiempo en que acaece, la escritura de Fabio Morábito urde una relación a media voz, conformada por “versos llanos” —recordando la expresión de Antonio Deltoro— que exploran unas regiones desconocidas de la vida diaria en sus actos más simples, proveyendo de ellos y del hombre que los hace posibles una visión remota, mitológica, del oleaje oculto, ¿o tan sólo olvidado?, que los sustenta. De ahí, la sentencia ontológica con que parte Lotes baldíos: “Por el perdón del mar / nacen todas las playas / sin razón y sin orden, / una cada mil años, / una cada cien mares” (“In limine”). Exploración, visión, oleaje.

La poesía practicada por Morábito exige demorarse frente a las mismas cosas —antes conocidas por simples y burdas— en un acto esencialmente religioso puesto que, a partir de ese instante, se establece un modo inédito de relacionarse, de religarse con el mundo inmediato. Después de entablados los lazos, ver y oír superan su particularidad física para comprometer la plenitud del ser, y así mostrar la posibilidad de estar “como nunca antes” en la vida suspendida entre las manos de siempre.

Son las cosas y los actos menores del día, como los versos del poema, la materia esencial en la voz del poeta: un muro abandonado, unas latas horadadas por la lluvia, la escritura anónima en la piel de la ciudad, la hierba crecida entre los desechos, una tubería, el escrutinio de la basura dejada en las calles, la piedra y la ceniza, la resaca del mar. Restos. Despojos de la memoria. Rastros mudos de una vida perdida que al ser observada detenidamente, en la quietud más plena, aparece intacta de las ofensas del silencio y el olvido. Así sucede por ejemplo con el poema “A espaldas de la piedra”, donde se habla sobre la estructura de la tubería que aguarda tras los muros, esa “gran mano abierta todo el tiempo” al trabajo diario con “su astucia de siglos, / sus remiendos y errores”.

La obra de Morábito está poblada por aquellos momentos en que el poeta atiende ese rumor lejano —ese nombre sordo, anónimo y nómada— que se esconde bajo las certezas diarias y que, en medio de ese ruido cotidiano, revela una música íntima y olvidada. Una aspereza en la lisura es una duda que en la contemplación deviene enseñanza; aprehende sentidos ajenos a la mirada apresurada y los lleva del territorio íntimo que los comprendía hasta el horizonte donde colmada la presencia transcurre y pertenece: un ámbito recuperado, sin artificios ni alharaca. Un espacio depurado y verdadero:

Miente la piedra, entonces,
las palabras engañan,
la lisura no existe,

en nuestra enfermedad,
en todo hay un abajo,
un atrás de, un fondo,

y hay que esperar el día
que un leve ceñimiento,
un desplome en algún

recodo te sorprenda
y ponga ante tus ojos
la oculta levadura,

el esfuerzo de otros,
el hilo conductor
que todo lo sostiene,

para que tú recuerdes
que hay una historia nómada,
anónima, sin voces,

carente de escritura
que se desliza oculta
debajo de la otra,

y no hay por qué escribirla,
sino escucharla a fondo
ahí donde se encuentra,

llevarla en nuestra piel
mejor que en nuestra lengua
para no hacerle trampas,

y que ella nos defienda
del olvido, de engaños,
de simplificaciones.

(“A espaldas de la piedra”)


Es innegable que la observación es la actividad predilecta en la poesía de Fabio Morábito, pero hay que agregar que lo es también el viaje, proveedor fecundo de materia para la realización de aquélla. En especial, cuando habla de sus orígenes se hace inevitable la presencia de la mudanza de un lugar a otro y de distintos momentos en el tiempo, y con esto del tránsito entre lenguas y el surgimiento de su escritura: la travesía del silencio a la palabra escrita.

Nacido en Alejandría de padres italianos, a temprana edad Morábito se traslada con su familia a Milán y permanece allí hasta la adolescencia, ya que en 1969 emigra a la Ciudad de México donde reside desde entonces. Los textos “Tres ciudades” y “Recuento” son el testimonio de la remembranza de su trasiego familiar, y es en ellos donde la condición de extranjero y errante está presente. En el primero de estos dos poemas leemos:

Yo nací en un combate
de lenguas y de orígenes
que sólo tierra adentro
termina, en el desierto,

tal vez por eso un algo
de irrealidad me nutre,
de eterna despedida
y la ironía no basta

—ni el buen humor, ni el arte—
para dejar de ser
alguien que en todas partes
se siente un extranjero.


Al igual que en “A espaldas de la piedra”, el acto contemplado del cual parte la escritura lleva al autor a encontrar, a través del encabalgamiento de versos breves y contenidos en el ritmo, una certeza que al inicio no estaba presente en la realidad. Encubierta bajo el lenguaje de diario que es usado con vulgaridad, desgano y molestia, reside la sabiduría de la poesía construida pacientemente por Morábito. Así, su condición errante, el peregrinaje de su familia por tres continentes, más que representar cualquier recuerdo entre otros tantos de la infancia resulta la materia fundacional a partir de la cual se constituye su presente como hombre, al mismo tiempo que descubre las tensiones que modulan su voz poética: “…el rigor / al que aspiro, el odio / a todo lo que es falso / y mi pudor, mi calma”.

Lotes baldíos es canto de la pérdida y el olvido. Es el silencio anterior a la palabra y el tiempo recobrado. El trasiego de la memoria. Rumor y lejanía. El mar de quien parte y el lote baldío de quien nunca se ha ido. Volver a las páginas de Lotes baldíos depara al lector ser testigo de su universo templado por la duda. Región desde la cual Fabio Morábito nombra la mudanza del hombre con la entrañable honestidad que le provee su condición nómada de ser en el mundo, donde la vida misma es viaje inevitable: “Si hay otra vida, / que sea así. Atrás de un muro / ser sólo botellas rotas, / latas rendidas de lluvia.”  

 


Christian Barragán (Ciudad de México, 1985). Es miembro del consejo de redacción de la revista Viento en Vela y del Comité Lector del International Board of Books for Young People (capítulo México); coordinador de la sección de crítica literaria y hacedor de la columna “El Deslinde” de Literal. Gaceta de Literatura y Gráfica. Textos suyos se han publicado en las revistas Periódico de poesía, Alforja, Tierra Adentro, Punto de partida y La Jornada Semanal, suplemento cultural del periódico La Jornada. También en el volumen Mar de vértigos (2008). Es autor del poemario De un oscuro oleaje (2008), por el que mereció el III Premio Nacional de Poesía Joven Gutierre de Cetina. Es profesor de Creación Literaria.