No. 164/POETAS DE CASTILLA Y LEÓN


 

abad.jpgNacho Abad

León, 1980



En lugar de poética

Lo reconozco: he perdido todo interés por las poéticas a medida que me he ido resignando a pensar que —al menos en mi caso— uno escribe únicamente lo que puede, y no lo que quisiera. Teorizar acerca de lo que se ha escrito no sería más que dejar constancia de las frustraciones, expresión de lo que se quiso frente a lo que fue.

De la misma manera he dejado de preguntarme por qué uno escribe. No creo que exista razón suficiente como para compensar todo lo que se sufre en el acto de la escritura. Es, sin embargo, algo inevitable. Puedo añadir únicamente que creo que escribir es un acto de optimismo. Expresa, aun de forma indirecta, fe en el futuro. Y como tal, reporta en ocasiones satisfacción. Pero en la mayoría de los casos, da bastante asco.





El sueño americano

¿Qué hacer si un antiguo amor se presenta un día
y te pide que le lleves lejos,
que le acompañes a un país que ninguno de los dos conozcáis?
Ya casi no os queda nada en común,
pero la amaste tanto,
fuiste tan feliz a su lado,
y para colmo está tan guapa últimamente,
que te sientes afortunado,
y deseas revivir aquel tiempo que el recuerdo ahora idealiza,
cuando odiabas a todas las chicas que se llamaban como ella
hasta que oíste su nombre.

Y aunque lo vuestro no salió bien
—ella con sus caprichos, tú con tu desorden—
uno nunca es libre
cuando ama desmedidamente la belleza.
Y además, empieza a llover y no tenéis paraguas
y hay algo que te ha fascinado siempre en el pelo que la lluvia enreda…
—Llévame a Nueva York, te dice,
quiero conocer Brooklyn,
trabajar de camarera en un café
todos los días, hasta la media noche.

Y tú te lo imaginas todo
tan miserable y hermoso,
las calles, el otoño,
el parque
los americanos cool
e insoportables,
un trabajo en la obra,
un piso pobre y mal decorado,
un televisor que cambia solo de canal
justo cuando a la bella emuladora de M
le va a levantar el vestido el extractor del metro.

Y también te imaginas
el sabor a café y pastel de manzana
que ella traerá en las manos cuando regrese,
y que desearías que fuese todo tu alimento.

Y también,
que uno de tus días libres,
cansado de pasear a la deriva,
demasiado cansado de estar solo
contigo mismo
entras en la cafetería
donde ella sonríe a los clientes,
y te sientas en la barra a beber un vaso de cerveza
la miras como si fuese la primera vez que la ves

y entiendes que ella es la causa
de que tu vida sea un desastre
del que no te arrepientes.




Dinero

El dinero ya no es lo que era,
eso creo.

Hace años me gastaba todo mi dinero en beber.
No tenía mucho, pero todo lo invertía en
noches de fiesta con amigos.
Salíamos temprano, no regresábamos hasta las cuatro,
las cinco, a veces, de la madrugada.

Antes de llegar a casa, cuando todos los bares ya habían cerrado,
parábamos en una cafetería de barrio,
a tomar café con aguardiente.

Era una cafetería de obreros,
llena de gente recién levantada,
hombres que apestaban a sudor
y a saliva seca desde primera hora.

Al fondo había un televisor
en que siempre se veían películas porno.

Nosotros nos dedicábamos a fumar un cigarro
tras otro
y a ver a aquellas mujeres fantásticas
capaces de meterse
tres pollas en la boca.

Eran diosas
cuyo resplandor se abría paso
a través del humo de tabaco negro que flotaba en la sala.

Al volver a casa, me metía en la cama
pensando en qué buena había sido la noche
y que era una pena no tener más dinero
para salir de fiesta al día siguiente.
Algún día tendría que buscarme un empleo
como aquellos sucios obreros
que cuando yo me acostaba
empezaban su jornada
con la polla bien dura.





Talita cumi



ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto

Olga Orozco


Al fondo del jardín, después de los helechos y la maleza, y las flores silvestres, hay una calle inmensa. La noche se vierte sobre ella como un líquido tibio. Lo cubre todo, semáforos, buzones, estaciones de metro, la caseta del estanco, peldaños, barandas. Sobre el asfalto avanza un barco tripulado por fantasmas. Le suenan las tripas. Le crujen los huesos. Le duele la quilla. Ahora que todos duermen, he salido a la cubierta a decirte que la noche es por fin para nosotros, aunque nos la vaya robando poco a poco el reloj. Aunque se caiga al vacío como las horas. Aunque al rededor los otros muertos nos miren como se mira un texto escrito en una lengua desconocida. La noche ha venido a salvarnos de este motín de ejes torcidos y radios oxidados, y neumáticos incendiarios. Y es posible que al final de la calle haya un malecón, con un banco muy al borde para escuchar con calma el vinilo de las olas. He salido a decirte que aunque el viento nos traicione en las curvas —viento alevoso de esta noche de septiembre—, creo que al final de esta calle el océano lanza al aire el sonido de su surco infinito. Las estrellas se abren paso a duras penas a través de la luz radioactiva de la ciudad, y nosotros dejando atrás ánforas, archivos, correos perdidos para siempre en un silo de datos. He venido a decirte que creo que al final del mar hay una playa, una cala solitaria y hermosa como la luz de un faro encañonando a un petrolero, como un balón deshinchado en el patio de un colegio. Y que es posible que alguna deriva nos acerque a su orilla si conservamos los cabales, si la manada de caballos salvajes que nos salva de la locura no se desboca definitivamente por el precipicio. Al final de la playa, lo presiento, hay un jardín, con una mesa y dos sillas. Y también hay algo de comida y de bebida, y está amaneciendo porque ya no será necesaria la noche. Pero ahora estamos aquí, en este barco inmenso que avanza lento por el asfalto. Y nos quedamos en silencio, callados, en la cubierta de estribor. Las luces de Madrid nos guiñan. Sólo tienen ojos para el olvido. Y ya no sé cómo va a terminar este viaje. “Pero otra vez te digo, ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto: en el fondo del todo hay un jardín. Ahí está tu jardín, Talita cumi.”




Crisis

Es posible que la crisis sea
una bendición auténtica para algunos.
Y no me refiero a esos jodidos empresarios
que hieden a codicia y egoísmo,
que desayunan codicia y egoísmo,
que tienen el blanco de los ojos
amarilleado por la codicia y el egoísmo; ni tampoco
a los tristes obreros que tragan todo
como actrices porno,
sin decir ni mu,
qué va:
me refiero a esas pocas personas,
a esos chicos de mueca cínica que
a partir de ahora
van a darse cuenta de que el mundo en el que viven
y la oferta de productos que despliegan a su alrededor,
y el catálogo de comodidades,
y el de esnobismos,
de modos burgueses,
de dietas burguesas,
no les importa en realidad una mierda,
ni una mísera mierda,
a pesar de que sus amigos y seres queridos
sigan dando el coñazo
con miles de mails
en los que piden
que los banqueros paguen la crisis.




Perdición

A Vicente Muñoz


Lo más hermoso del mundo es estar asalariado,
levantarse temprano y fichar, cinco minutos antes de tu hora,
beber un café de máquina.

Decir hola al mundo, estar agradecido
por otro día que amanece,
aunque sea un día nublado.

Escuchar a tus compañeros que hablan
de reproducirse, de hipotecarse,
de perpetuarse en su trono de mierda.

Lo más hermoso del mundo es el menú del día,
leer el Marca y beber una copa antes de regresar al trabajo.
Es un jefe que te mira resignado
porque él también es un hombre triste.

Volver a casa cuando aún no ha anochecido del todo,
ponerte zapatillas,
cenar cualquier cosa
y hacerte una paja memorable
con el porno gratuito
de alguna televisión local.

Es hermoso también cuando te tumbas solo en el sofá
a escuchar la pelea de los vecinos.
Y te sonríes porque algo bueno te pasa,
una idea en la frontera confusa del sueño,
algunos versos que prefieres no llegar a escribir
y decides olvidar porque serían tu perdición.

Lo más hermoso del mundo es estar integrado.

 

 

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Nacho Abad. Autor de los poemarios De las palabras palomas (Diputación de León, 2001) y Comunicado (Leteo, 2006), así como de la novela El empleo (Eclipsados, 2008). Ha sido incluido en distintas antologías como Poesía para bacterias, Tripulantes, Escrito en el año de la fiebre, Hank Over (Resaca), 10 nuevas voces de la poesía leonesa. Fue miembro del consejo editor de la revista de creación literaria The Children’s Book of American Birds. En 2000 fundó, con otros escritores de su generación, el Premio Leteo.