Poética poética
Escribir un proyecto de definición de la propia poesía —eso es una poética— con solamente un libro publicado y un puñado de poemas dispersos por media docena de revistas es el mejor ejercicio de desafío al sentido común que se me ocurre. Soy, además, un malísimo exégeta de mí mismo, quizá porque mi profesión me obliga a ser un buenísimo (o intentarlo) exégeta de los demás. Con esto quiero decir que ni sé por dónde va mi poesía ni me importa demasiado: muy posiblemente, si lo supiera, no escribiría más. A este lugar ya común puedo añadir tres cosas: que me interesa el cambio (no escribir dos libros que se parezcan), que ante todo me obsesiona el trabajo de la mirada sobre las cosas y que concedo muy poca importancia a la figura del Poeta, yámbico, mayúsculo y aureolado. En mi caso, vida y poesía conviven diariamente, a veces se molestan, pero casi siempre saben bien el sitio que ocupa cada una.
Pasar por el amor
Pasar por el amor como quien piensa
despacio en un poema: como quien llega
desde las tenues afueras de uno mismo,
desde un suburbio de adelgazada sangre,
y va hacia los jardines,
y acaba sobre el mar, y el mar se vuelve,
y el mar se va marchando con la fría
o incauta melodía del tiempo, y todo ha sido
un cabello de árboles estrechándose al sol,
y comprende un instante la belleza:
pasar por el amor como quien se sucede
en unos versos. Como quien antes
de hacer el equipaje entiende su regreso,
y lo acepta sin más,
y escribe su poema.
Gran Vía, 1974-1981
(Antonio López)
Indiferente al lienzo, la luz que busca
no acaba de acudir esta mañana.
Tiene veinte minutos. Después
un tono diferente tomará
el baile de los grises, las aceras,
el juego de fachadas. La distancia.
Es paciente.
Ha dispuesto su lienzo en la mediana.
Algunos coches pasan.
Es temprano.
Enciende un cigarrillo. Comprueba
de nuevo la textura, lo aceitoso
del óleo en la paleta.
La noche que se arrastra va dejando
los colores. Quitando sus andamios,
dejando que la luz
descifre los perfiles, inunde la distancia
y sus huecos de humo y de carteles.
Un guardia pasa.
El silencio lo rompe una sirena.
Última tecnología del sonrojo
A juzgar por los graffiti
cubiertos de ceniza de Pompeya,
escritos en el siglo
primero de nuestra era,
por un soldado o su mujer o su sirviente,
y este mensaje tuyo en mi teléfono
con batería de litio, cámara
de alta resolución y texto proyectivo,
cabe pensar que nada
ha cambiado el amor en dos mil años:
la misma noche ociosa y dos personas
con alma parecida y las palabras
que invitan a olvidarse de igual forma
del tiempo en otro cuerpo,
en otro idioma.
Los poetas están en las ventanas
(Nerón en Roma)
Los pájaros están en los árboles,
la tostada en el tostador,
y los poetas están en las ventanas.
B. Collins
Así que todo marcha. Nada
forma parte de nada salvo el ojo
que guarda para sí banales cosas.
El día da comienzo.
El barrendero atiende a su basura,
el pájaro a su canto, las macetas
atienden a su tierra, el novelista
ignora a su familia y sigue a su tarea.
Todo va sucediéndose sin nada
más. Todos construyen algo
y yo para escribir he de incendiarlo.
¿Arde París?
Humo son mis obras
ceniza mis hechos.
Ángel González
Observa aquí: París se está quemando.
Podría ser mil novecientos
cuarenta y cuatro, Dietrich von Choltitz
responde ja, mein führer al teléfono,
mira por la ventana, ordena sus papeles,
su tristeza, sus lápices. En la radio
del Reich comentan que en las aguas
del Sena naufragan los amores,
los cuerpos de los hombres que no pueden
ver su ciudad en ruinas. Porque los barrios arden
igual que en la memoria aquel septiembre,
porque el amor, los años, destruyen las ciudades
igual que las palabras derriban lo que intentan
definir. Mira:
se ha consumido París en el poema.
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