I
No se enamoren de las estrellas porno,
las huérfanas de la decencia y la bisutería.
La desnudez del primer ángel
las engendró traslúcidas
pero también preñó sus lenguas
de alacranes monotemáticos
que no difieren un palmo de ponzoña en ponzoña.
No le rindan tributo a los espejos descalzos
a las máscaras sin rostro a las Ledas sin cisne
(más hábiles incluso
que el propio Marcel Marceau).
Vuélvanse peñas
en la noche de los alaridos,
desgárrense la carne si quieren
o frótense el corazón con lejía
pero no les arrojen claveles
a los condenados pues la proximidad del cadalso
les troca el sentimiento en tumba.
No se rindan a una piel fantasma
ni a las cabriolas o los gritos detrás de la pantalla
porque sus manos vagarán en los hipérbatos del aire
y su ilusión (otro revuelto
nudo en la garganta)
se apagará como se apagan
las luces en las mansiones todas.
II
No amen a las estrellas del porno
no las injurien, no las compadezcan:
ellas debieran injuriarnos y compadecernos.
Nosotros las estimamos monótonas
y monosilábicas
les dimos guiones absurdos
brazos mecánicos,
polímeros pechos industrializados,
muslos y sexos intercambiables
por membrecías.
No amen a las estrellas del porno
más bien implórenles perdón por su lubricidad
piedad por la debacle del ingenio
perdón por el ascenso del blu-ray y la tercera dimensión,
piedad por la internet de largos vuelos y su hijo el voyerismo,
perdón por nuestra Campbell’s Soup Cans
y las absurdas peripecias de este siglo.
Mayco Osiris Ruiz. Estudia Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Veracruzana.