TRADUCCIÓN/No. 169 |
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Fragmento de Amores brujos de Tahar Ben Jelloun |
José Manuel López |
Facultad de Filosofía y Letras-unam
Tahar Ben Jelloun, Amours sorcières, Points, París, 2004
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Najat me pidió que contara esta historia en voz baja y si se podía con una luz tenue. Además dijo que sería mejor que agregáramos un poco de humor y fantasía, precisamente porque los hechos ca recían de estos elementos. ¿Por qué en voz baja? Porque en Marruecos tenemos la mala costumbre de que nos gusta el ruido, al menos lo hacemos sin preocupar nos por las molestias que éste pueda causar entre nosotros; nos burlamos del vecino que reclama un poco de silencio para descansar después de un largo día de tra bajo, o bien, después de un altercado ocasionado por un disgusto con su mujer, la cual le pide tomar partido en las diferencias con su prima, quien tomó prestado su caf tán ocre rojo, lo ensució y lo devolvió sin llevarlo a la tintorería.
La abuela de Najat pasó su juventud en un entorno español en Melilla y se percató de que los marroquíes gritan más que los españoles, lo cual es un gran logro. Esta manía de hacer ruido es signo de un desequilibrio, una debilidad. Como no pensamos, gritamos. Nos agitamos en lugar de actuar. Para Najat, demasiada luz es como demasiado ruido. ¿Pero cómo contar su historia con dulzura, sin alterarse, sin gritar? Me dijo: “A falta de tu cama, inclúyeme en una de tus no velas.” Después, se arrepintió. “No, quiero decir, estaría contenta de que cubras mi cuerpo con tus palabras, quiero que me envuelvas con tus frases largas y alambicadas, volverme el motivo de tu imaginación; ya que no estás libre, que no quieres un niño y que busco un hombre disponible que sea un buen marido y un buen padre de familia, no un artista.” Ella se sentó en aquel café donde las únicas mujeres que entran son prostitutas, abrió una cajetilla de ci garros: “¿Puedo fumar? Estoy contigo, no me van a tomar por una puta, porque sabes, ya no puede distinguirse a las niñas que venden su cuerpo de aquellas que son serias. Ni siquiera estoy segura de que lo que esas niñas tan bonitas hacen sea prostitución. Se acuestan con hombres que les dan regalos. Hay que comprarse trapos a la moda, ponerse un perfume de calidad… Espero que se protejan, si no sería una catástrofe. Bueno, no estoy aquí para eso; como te había dicho, tengo una historia para ti.” Najat tiene treinta años, cabello negro, la piel mate y los ojos verdes. Nació en un día de gran crecida. Su padre le puso ese nombre para recordar que su llegada al mundo salvó la ciudad que las fuertes lluvias amenazaban con destruir. Najat significa “aquella que fue salvada”. Es la mayor de cinco hijos. El padre joyero, la madre costurera. Najat es profesora de francés en una preparatoria de Casablanca. No está casada y le ha sido difícil encontrar un departamento para rentar. Las agencias de bienes raíces le suplican que no insista: “¿Sabe qué tipo de mujer se muda sola a un departamento? A los propietarios no les gustan las solteras.” Mientras tanto, vive con sus padres. ¿Cómo puede ser que una bella mujer como Najat esté sola? Cuando conoció a Hamza, tenía veintinueve años. Acababa de terminar su compromiso con un joven ejecutivo, hijo de una gran familia, que le había pedido renunciar a su trabajo para ocuparse del hogar. A decir verdad, su rechazo sólo era un pretexto; no quería a ese hombre, le parecía fatuo y pretencioso. “¡Un error —decía ella—, pero desde que vi a Hamza, supe que era el hombre que me hacía falta!” Pero Hamza es un seductor, un mujeriego como dicen. Casado, luego divorciado, este académico retirado vive solo y se juró nunca jamás ceder a la tentación conyugal. Se resolvió a dejar a su mujer porque decidió pasar la aspiradora en el momento que él escuchaba religiosamente, por tercera vez consecutiva, su disco de Night in Tunisia de Charlie Parker. Odiaba el jazz. A ella le gustaba Dum Kalsoum y las películas de Claude Lelouch. Estas pequeñas contrariedades a veces son las desencadenadoras de guerras a domicilio. Como ya no podía hablar con su mujer ni de música ni de cine, decidió terminar con todo y abandonó la casa dejándole todo. El divorcio se llevó a cabo sin grandes complicaciones. Se dio el fallo por “incompatibilidad cultural y necesidad vital de libertad”. Hamza se mudó a un pequeño estudio donde acondicionó una recámara insonorizada para poder escuchar música y ver las películas clásicas que le encantaban. Le hubiera gustado instalar una sala de cine con proyector, pero ya no llegaban películas clásicas a Marruecos. Le gustaba esta soledad escogida. Algunas mujeres lo visitaban sabiendo a qué atenerse. Les decía: “¡Ligeras! ¡Sean ligeras!” Sin embargo, la vida de viejo soltero le pesaba un poco. Trató de ponerse en contacto con su esposa, pero ya no lo quería y disfrutó enormemente desquitarse diciéndole cosas hirientes. Buen perdedor, él se rió y le deseó una larga vida. En esta época, conoció a Najat en el tren “Aouita” entre Casablanca y Rabat. Ella leía El acróbata de Paolo Colla. Soltó una carcajada y no pudo evitar dirigirse a ella: —¿Cómo es posible que una mujer aparentemente inteligente como usted pierda su tiempo en una sarta de estupideces? —No pierdo mi tiempo. Este libro me interesa. ¿Ya lo leyó? —¡Desgraciadamente, sí! Me propusieron traducirlo al árabe, pero me parece tan malo y provocativo que preferí traducir un libro sobre la sexualidad de los caracoles. Por lo menos ahí no hay ninguna pretensión. —No es muy tolerante. —Tolero todo, todo, excepto las tonterías, la mala fe y el engaño. —Tiene razón, este libro que me prestó mi hermana es pésimo, pero lo leo para saber por qué a mi hermana le encantó, es un enigma… —No es la única, parece que se vendieron millones de ejemplares en todo el mundo. Tuvo éxito en todos lados excepto en un país, Dinamarca. Creo saber que los daneses son más sutiles que muchos otros pueblos. —Digamos que los daneses, como son grandes lectores, no cayeron en la trampa. La plática continuó sobre el tema de la mediocridad, lo atractivo de la facilidad y los falsos valores bastante difundidos en el ámbito de la cultura. Después de un silencio le dijo: “Esta noche cenamos juntos.” No era una proposición, sino una afirmación, una orden. Najat se dijo a sí misma: “Sabe lo que quiere, pero debo resistir.” —No puedo. Si quiere mañana, y yo invito, iremos a un restaurante vegetariano que acaba de abrir. —¡Vegetariano! ¡Qué horror! —Eso o nada. —¡Está bien! ¿Pero por qué vegetariano? —Simplemente porque no me gusta la carne. En el andén intercambiaron sus números de celular y se citaron al día siguiente en la entrada de la estación. Hamza estaba deslumbrado. Le fue difícil dormir. Najat estaba contenta y cerró los ojos mientras pensaba en este encuentro. Sentía que este hombre no era como los otros, le parecía un poco banal la forma en la que había comenzado esta historia. No se trataba de entregar se. Aprendió a no confiar en sus impulsos. Sobre todo al principio, una relación entre un hombre y una mujer requiere prudencia. La historia con su prometido se vio afectada por una cierta precipitación e intromisiones familiares. Mientras se preparaba para esta primera cena, se hacía muchas preguntas: “¿Debo tomar vino si me lo propone?, ¿debo dejarme tomar de la mano?, ¿debo aceptar ir a tomar un trago a su casa? No, querrá acostarse conmigo. Ni pensarlo la primera noche. La seducción es un arte, un juego sutil. Hija mía, tienes que actuar delicadamente, porque si quieres a ese hombre, tienes que ir con cuidado e inteligencia.” Se disponía a salir de su casa, cuando Hamza la llamó: “Llevo como quince minutos de retraso, estoy haciendo la limpieza en mi casa, me gustaría enseñarte algo.” La llevó a su casa y abrió una botella de champaña. —La champaña me da dolor de cabeza. ¡No debería tomar, pero haré una excepción! No me gusta la manera de consumir alcohol de algunos compatriotas nuestros; olvidan que es un placer y no un desquite con la sociedad. Tomo de vez en cuando y nunca pierdo la cabeza. —Tomamos para estar un poco alegres, no para perder la conciencia. —¡Por supuesto, permanecer elegantes! Se puso a observar los muebles, la biblioteca, la videoteca, la clasificación de los discos… Orden, orden por todos lados. Los libros así como los discos estaban ordenados por temas y en orden alfabético. Los videos estaban en un armario. Se dijo a sí misma: “¡Estoy en casa de un maniático del orden, eso quiere decir mucho! Es la casa de un soltero empedernido, ni el más mínimo lugar para alguien más.” —¿Buscas indicios femeninos? Tranquilízate, vivo solo, me gusta la soledad, una soledad que yo decidí y no impuesta por los demás. Creo que es el mejor medio para establecer relaciones inteligentes entre los adultos. En todo caso, a mi edad, no puedo permitirme que los demás me devoren. —¿Qué es eso de relaciones inteligentes? —Evitar la promiscuidad, la dependencia, las obligaciones. En realidad, se aprende a vivir en pareja, se establecen reglas y tratamos de respetarlas, es el mejor medio para evitar la mediocridad, la mezquindad, los pequeños detalles desagradables de la vida cotidiana. Cada quien tiene sus pequeñas malas costumbres, de las cuales no nos gusta que nadie más sea testigo, es natural, nos protegemos. No digo que sea la mejor forma de estar juntos, pero podemos evitar algunos malos entendidos y daños... —¿Has logrado vivir inteligentemente con alguien? —¡Es otra historia! ¡Para ser sincero, respondo que no! —Eso me tranquiliza, no porque sea candidata para gastar mi inteligencia con un hombre encantador, sino porque me parece que la vida es un poco más compleja. —¿Sabes? En Marruecos el individuo no existe, te invaden, te toman todo, te empujan, no te dejan ningún espacio de libertad. Estaba casado, sé de qué hablo, mi familia política me devoró, ves, ya no tengo manos, ni brazos, ni orejas… Apenas exagero, nunca estuve solo con mi mujer, siempre había un hermano, una hermana, un primo, un tío, una tía que se aparecía; ¡los días de fiesta toda la tribu llegaba!, ¡ah!, ¡los días de fiesta!; ¡mi tormento, mi pesadilla! Me enfermaba, llegaban de todos lados; no tenía derecho a protestar y además había que estar de buen humor y recibirlos con saludos de costumbre, ¡era una tortura! Desde mi divorcio me siento mucho mejor. Poco a poco he reconstituido mis brazos, mis manos, volví a pegar mis orejas, volví a ser yo mismo, un hombre listo para luchar por su espacio, su soledad, su libertad. Querida amiga, así es como uno se vuelve misántropo, sin embargo, queda uno abierto a las relaciones inteligentes. —Eres un poco complicado, no es que me desagrade, vamos a cenar. Esa noche Najat durmió en su casa pensando que Hamza era un caso interesante. Hamza hizo un esfuerzo para no tomarle la mano ni hacerle alguna declaración, pero sobre todo la deseó. A él le gustaba mucho ella, sobre todo, le intrigaba porque era diferente de esas mujeres jóvenes que pasaban por su casa y que nunca se negaban a ir a la cama. La madre de Najat no escondía su inquietud. Quería ver a su hija mayor casada, “colocada”, como dicen. Temía los comentarios de la familia: “Casi treinta años y todavía no se casa. ¿El hombre ideal? ¡Pobre, no existe! ¡Tiene que renunciar a la búsqueda de la perla rara! ¡Hay que decirle, si no será un heboura, una mercancía pasada de moda que nadie quiere!” ¡Najat, una heboura! Ya lo ha pensado, incluso lo ha escuchado de la boca de su tía y ha hecho como si no le importara. En el colegio, sus colegas están todas casadas y con hijos. Algunos la evitan porque dicen que debe tener una vida secreta, una doble vida. Todo eso le pesa, pero sabe que no puede luchar sola contra una sociedad. Fouad, profesor de diseño, la aprecia, también a él lo ven mal. No está casado. Es homosexual. Sobre todo frecuenta a europeos. En el colegio, hace esfuerzos para no revelar nada de sus inclinaciones. De tanto verlos juntos, los rumores sobre la sexualidad de Najat comenzaron a circular, del tipo “dime con quién andas y te diré quién eres…” Un día Fouad, exasperado por las insinuaciones de sus colegas, dijo lo que pensaba: “En este país, hay un deber de hipocresía, o quizás la intolerancia los une. O bien hacen las cosas por ‘debajo’, como decimos en árabe, es decir, a escondidas, o bien eres señalado con el dedo como desecho de la sociedad. ¡Si tuviéramos una pequeña cámara que filmara todo lo que ustedes hacen, tendríamos varias sorpresas, veríamos hombres masturbándose, mujeres metiéndose cosas increíbles en el sexo! ¿Eso es pudor?” Najat intervino para calmarlo y para recordarle que cada quien es libre de disponer de su cuerpo como prefiera. Le contó este incidente a Hamza, quien no estaba asombrado: —Es normal que la gente con la sexualidad inquieta tenga miedo de la diferencia. —¿Hablas de mis colegas? —Evidentemente. Faoud no es quien les da miedo, es su propia duda que los aterroriza. Estoy seguro de que entre los muchachos que desprecian a los homosexuales, algunos tienen tendencias, las reprimen y cuando se presenta una oportunidad, corren. También habrá quie nes te den una gran lección de moral y renten departa mentos de soltero donde llevan a jovencitas, colegialas, a quienes se cogen y dan un billete de cien dírhams. Conozco a algunas que me rodean, pero ni siquiera podemos llamarle prostitución, les llamo “casos sociales”; jovencitas obligadas a ir con cualquiera para tener con qué comprarse un vestido, un par de zapatos y a veces para comer cuando tienen hambre. Los hombres son unos monstruos. Lo que más me inquieta es que esta prostitución es cada vez menos salvaje, está organizada. El celular, después del celular, el culo se ha vuelto accesible a todo mundo. Sólo basta con llamar a Nadia (frecuentemente las matronas se ponen un nombre que sirve para todo) y te entrega lo que quieras porque todas estas niñas están equipadas con un celular, es la llave de los tiempos turbios y modernos. —Lo sé, está en boca de todos. Incluso algunos tratan de justificar esta plaga generalizada. Antes del celular, que ha facilitado los contactos, hay que recordar que la gente de los países del Golfo ha echado a perder esta juventud, sobre todo en los años ochenta. —Pero no vamos a dejar todo sobre la espalda de esos turistas de género particular. Los dejamos hacer, cerramos los ojos, la corrupción tuvo un lugar importante en este fenómeno. Ahora no necesitamos de otros para podrirnos; ¡estamos todos podridos! —Tienes razón, pero tienes que saber que no es una cuestión moral, sino de rigor y exigencia. La corrupción no es solamente los sobornos que damos para obtener favores ilícitos o simplemente para obtener lo que el derecho nos garantiza. La corrupción también es la falta de dignidad, la falta de escrúpulos, la explotación de gente indefensa… Es la condición de la mujer tal cual se mantiene en los textos y ampliamente tolerada en la vida diaria. A Najat le gustaba platicar con Hamza, lo que le había hecho falta terriblemente con su ex novio. La primera vez que hicieron el amor fue una tarde cuando pasó a dejarle un libro que le había prestado, Pedro Páramo, de Juan Rulfo, una magnífica novela que le abrió el camino a Gabriel García Márquez para escribir Cien años de soledad. Ni siquiera se hablaron, su deseo era violento. Esa semana hicieron el amor todos los días. Ella llegaba, dejaba su carpeta y desnudaba a Hamza, que estaba contento de esta iniciativa. A veces sucedía que le hablaba en árabe durante el amor, lo cual la divertía y hacía reír. Él decía que su risa lo excitaba; la lengua árabe es romántica; cuando se vuelve erótica, rompe todos los tabús y hace cantar al cuerpo. A sus cincuenta años, todavía estaba en forma. Najat despertaba en él una potencia sexual que no sospechaba. Tenía imaginación, sabía alargar el placer y se divertía dándole un nombre a cada posición. Como decía Hamza, es el lado intelectual de Najat. Así, la posición del “Sol y carne”, poema de Arthur Rimbaud donde El sol, hogar de ternura y vida / vierte el amor ardiente a la tierra seducida. Ella se comparaba con aquel sol que inundaba la vida de Hamza. Se acurrucaba en sus brazos, rodeaba la cintura de él con sus piernas y le pedía que la tomara mientras estaban sentados. La posición de “René Char”, que decía Nuestra deseo despojaba a la mar de su cálido vestido antes de nadar en su corazón, consistía en una acrobacia en la que ella despertaba el deseo por medio de muchas caricias inconclusas. Hamza debía mantener su erección hasta el final del juego, esto lo consideraba como una verdadera proeza. Después, estaba la posición de “Cheikh Nafzaoui”, del nombre de quien había escrito un manual de erotología musulmana para enseñarle a un príncipe cómo hacerle el amor a una mujer. Najat conocía perfectamente esta obra. Se sentaba suavemente sobre el sexo en erección de su amante, giraba lentamente, atraía los hombros de él hacia ella hasta poder poner ahí sus pies. Lograba levantar a Hamza mientras permanecía penetrada por él. Durante ese tiempo, recitaba pasajes del Jardín perfumado del célebre Cheikh Nafzaoui. Imitando a su maestro, nombraba a su manera el pene de su amante: “el grandioso, el arrogante, el cruel, la serpiente maldita, el acróbata, el funámbulo, el hueso de Satán, el amo de la casa, el astro de fuego, el fulminante, el indomable, el curioso, el malabarista, el esclavo con turbante, el corsario enjaulado, la mano sutil, el tuerto hablador, la flauta que llora, el patán, el aduanero, el bribón, el café frappé…” Hamza pidió explicaciones: —¿Qué hace “el café frappé” en esta lista? —Por su crema untuosa, espesa, rica para tragarse vorazmente, rica para probarse con la punta de la lengua en el borde de la taza o mejor de una gran copa… —¿“El aduanero”? —Porque rebusca y revuelve con sus manos enguantadas… —¿“El funámbulo”? —El que se mantiene derecho, rígido y flexible al mismo tiempo, el que nunca se cae. —¿“La serpiente maldita”? —Es maldita porque pierde su flexibilidad, se endurece y no puede voltear. —Explícame “el corsario enjaulado”. —Una de mis invenciones: una vez que entra tiene la costumbre de agitarse sin preocuparse por lo que pueda pasar en el interior; entonces, tengo mis mañas para detenerlo, ¡se enoja y se siente enjaulado! —¿Pero dónde aprendiste todo eso? —Tú, tu deseo, tu cuerpo, me lo dictan. |
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