poesía alemana actual/no. 170


 

El mundo brutal volcado a lo bello:
poesía alemana actual



Timo Berger

Traducción de María Luisa Martínez Passarge
 


“Sólo se puede cantar sobre sexo en inglés”, dice una canción de la banda de rock Tocotronic, de Hamburgo, la cual describe con certeza el dilema en el que se encontraban muchos jóvenes en la Alemania del decenio de 1990: no había una lengua que en la recién reunificada República se ocupara de los jóvenes y los representara. El idioma alemán no sólo era mal visto en el ámbito del rock. Lo cool definía la música, la moda y el estilo de vida desde Inglaterra o Estados Unidos. En alemán eran la música romántica y la folclórica, lo mismo que las novelas y los poemas del clasicismo de Weimar, que se enseñaban durante la instrucción escolar. El hecho de poder vislumbrar un idioma alemán entre los extremos, por un lado, del kitsch, y por el otro, del canon literario, es el mérito de una fructífera relación entre música y spoken word, entre poetry slams y lecturas públicas, entre bandas que confiaban en cantar en su lengua materna, y entre círculos de jóvenes poetas.

Pronto, entre los jóvenes, comenzaron a escucharse osadas canciones con eslóganes y lemas, comenzaron a leerse libros frescos y veloces que se designaron con la etiqueta de literatura pop. Muchos de los hoy jóvenes poetas eran niños en ese entonces. Fue a mediados de la década de 1990 cuando se conformó la primera movida de la joven poesía alemana. Y Berlín, con sus rentas baratas y sus muchos nichos culturales fue el lugar de encuentro de los poetas de diferentes partes del país.

Esta “lírica de hoy” —como se tituló en 2003 una antología de Jan Wagner y Björn Kuhligk— no contaba con una dirección estética hegemónica. Era una escritura del momento, más al pulso de la actualidad que la de poetas de generaciones previas como Sarah Kirsch, Hans Magnus Enzensberger, Volker Braun o Friedericke Mayröcker; una poesía que además regresaba a la fuente de la lírica: la lectura ante un público presente, en veladas, bares, trastiendas, en salones privados o en casas de ocupas. Pronto empezaron a realizarse en otras ciudades: en Hildesheim y Leipzig, en las cercanías de las universidades en las que se estudiaba literatura, en Colonia, alrededor de proyectos editoriales como Krash o las parasitenpresse.

berger.jpgEn el inicio del 2000 prevalecía una multitud de voces; apenas unos años después se destacarían algunas, un Jan Wagner, por ejemplo, quien hace malabares en su poesía de formas clásicas y contenidos nada tradicionales, o Ron Winkler, que reinterpreta la lírica de la naturaleza en una época de almacenamiento de datos y comunicaciones por internet. Pero antes se dio la posibilidad de la declaración de un quiebre poético, que más allá del pensamiento en “ismos” o escuelas, no pretendía reinventar todo, tolerando los diferentes paradigmas estéticos. Además, las antologías de los últimos diez años rara vez se aventuraron a establecer criterios de exclusión —cuando mucho, la fecha de nacimiento (los nacidos en 1965, o los nacidos en 1970) justificaba el corte de la selección. Esta apertura es, por otra parte, menos una decisión deliberada y más un producto de las circunstancias: lo posmoderno, el fracaso de las utopías y el supuesto fin de la historia ofrecen a los jóvenes poetas pocos puntos de fricción para llevar a cabo una rebelión. Por eso causa poco asombro que, tras la caída de la República Democrática Alemana (RDA), “el formalismo”, la preocupación por el lenguaje y la forma en la poesía, experimentara un renacimiento. La realidad era tratada con extrema cautela por muchos generadores de poesía. El bon mots separado por un corte de verso resultaba más importante que la horda de académicos y artesanos que hacían fila delante de las oficinas en busca de trabajo, cuando el país “Alemania” entró en crisis diez años después de la caída del muro.

Desde entonces, el péndulo ha oscilado, y la diversidad de voluntades de algunos jóvenes poetas ha dado paso a una gran variedad de compromisos. Aunque hoy en día no hay un patrón ideológico general en el que se inscriba la poesía contemporánea, sí existe una nueva forma de relación con el mundo. Un regreso empático a las pequeñas cosas, los campos de batalla de lo cotidiano, que mantienen un aliento utópico, que invitan a la memoria, a los sueños, a las pequeñas preguntas, que aunque no cancelan las bases mismas del sistema imperante, sí crecen y se desarrollan, gota a gota, como un poder erosivo.

En la presente selección, titulada por un verso de Stan Lafleur (“Die Welt brutal ins Schöne überzeichnet”: “El mundo brutal volcado a lo bello”), se encuentran seis representantes de la nueva lírica alemana. Tres viven en Berlín —Ron Winkler, Jan Wagner y Angela Sanmann—, dos en Colonia —Stan Lafleur y Swantje Lichtenstein—, y una en Leipzig —Ulrike Almut Sandig. Muchos de los poemas aquí reunidos se inscriben en un “oscilamiento”, un estado de incertidumbre entre la niñez y la extrañeza, entre el terreno familiar y los nuevos mundos, que se desarrollan en los poemas y que, paradójicamente, se remontan también, de nuevo, al pasado. El retorno al “había una vez” (de Ulrike Almut Sandig), que llama a la memoria al ver viejas fotografías en blanco y negro (como en Angela Sanmann); o las “comidas de foto” de Ron Winkler, que sólo tienen un “papá de fotografía” —esta necesidad de recurrir a documentos antiguos para reforzar la biografía, apuntalada en documentos de los archivos de la real-socialista República Democrática Alemana, sistema en el cual se crió Winkler. Pero también los poetas que crecieron en el lado oeste del muro se apoyan en el pasado: en Jan Wagner son los recuerdos de la transgresión de fronteras y las aventuras juveniles, como las incursiones en un campo de maíz. En el caso de la serie de Stan Lafleur —“Miradas al cielo”—, si bien este “estar en las nubes” ocurre en el presente, revela mucho de su curiosidad infantil y su capacidad de asombro ante el mundo.

Inspirarse, asombrarse, maravillarse son modos de conocimiento de la poesía en los que se concretan los sueños y ensueños —ningún trauma—, así como las fantasías y las enajenaciones. Y así se abre “el mundo brutal volcado a lo bello” en estas traducciones para los lectores mexicanos; invitan a hacer una expedición por un mundo ajeno que quizá les resulte menos extraño de lo que parecía al principio. Porque estas “frutas” de las que escribió Ron Winkler, de las que “no hay respuesta”, existen —estoy seguro— también en México.

 

* Timo Berger (Stuttgart, 1974). Poeta y traductor. Coordina con Rike Bolte el festival de poesía latinoamericana Latinale. Recientemente ha publicado A cien cuadras del centro y otros poemas (Editorial Germinal, 2011) y Fiebre / Fieber. Zeitgenössische Dichtung aus Deutschland und Mexiko. Poesía contemporánea de Alemania y México (Cielo Abierto/Conaculta, 2011).