ENSAYO/No. 172


 

Para el mago



Alejandro del Castillo Garza

Premio
Universidad Autónoma de Querétaro

 

 

 

No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
Francisco de Quevedo


Érase una vez, y no se piense que, por tan usado inicio, este texto se trate de un cuento para niños de ésos en los que aventureros parten a la mar en búsqueda de islas nunca antes conocidas, pues se pretende, a decir verdad, un ensayo, y los libros del escritor que nos concierne la ocasión, a ti y a mí, lector, nos han demostrado que novelas pueden titularse ensayos, las cuales, también, son el contenedor de ideas e imágenes y propuestas ensayísticas y, todo ello, siendo fiel reflejo del funcionamiento humano, es expuesto en voz de algún personaje inventado, ficción sustraída de la palpable realidad, fácilmente pueden leerse los signos exclamativos no escritos, y así es como los universos más sorprendentes son posibles, se hacen visibles, legibles, a través de alguna virtuosísima pluma. Regresemos en el texto, leyendo hacia delante y no hacia atrás, paradójicamente, antes de que otra idea suceda y pueda convertirse en palabra, poniendo en riesgo el tema principal. Como iba diciendo antes de las advertencias correspondientes a las tres primeras palabras, y pensando, antes de que cosa alguna fuese escrita y después de haber sacado la hoja en blanco, ya sea ésta digital o de papel, ora blanca, como ya se dijo, ora de cualquier otro color, lo importante es que pueda escribirse en ella, como iba diciendo, digo, érase una vez, figurativa y literalmente, un gran escritor, arriesgadísima profesión, por cierto, que llegó al mundo con la ficción bajo el brazo, desde nacido, driblando la verdad desde el primer grito, llanto, nalgada, escrito su nombre y fecha de nacimiento con la bellísima falsedad de la narrativa, retando a una realidad que se sostiene, débilmente, con nada más que símbolos, letras registrando el orden y categorizando números, y que tuvo por nombre, hablo ahora del gran escritor, no de la narrativa, aunque bien pudiesen convenir como sinónimos, tuvo por nombre y apellido, para los que nos clasificamos en humanos como él, o sea, para quienes pertenecemos a la especie de seres que necesitamos de sonidos y grafías para ser reconocidos, entre y para nosotros mismos, José Saramago.

castillo-01.jpgComo toda historia que, a falta de originalidad, pretende conmover al lector desde el primer contexto planteado para el personaje, José Saramago pasó los años de la infancia descalzo, por decirlo así, ustedes entenderán, y con huecos estomacales. Quién diría, sí, es pregunta, quién diría que una de sus bellas frases que, en algún futuro lejano, lejano para aquel que piensa que la vida es larga y que a la muerte le gustan las intermitencias, escribiría en una de sus novelas, pues como es sabido, o como ya se dijo, este tal José Saramago era gran escritor, podría bien ajustarse al caso propio, la frase es la siguiente, Tal vez esto es lo que llaman el destino, saber lo que va a ocurrir, saber que no hay nada que pueda evitarlo, y quedarse quietos, mirando, como puros observadores del espectáculo del mundo. Fue así como, créase en tal explicación de la noción de destino, o no, ocurrió que aquel niño de ojos alegres, grandes y redondos como letras O, se abrió camino por el camino de las letras, o bien, las letras se abrieron cual río partido por un barbón con bastón, personaje sacado de algún otro texto de ficción, para dejarlo pasar a sus anchas, tranquilamente y sonriendo, creciendo año con década, apostándole a las letras, alejándose del recuerdo de la precariedad, recuerdo no menos trascendente por tratarse de una pequeña memoria. Como puede leerse en la construcción de las líneas anteriores, donde se menciona a un barbón de bastón, se intenta hacer referencia al ateísmo característico de nuestro José, mismo que puede verse con agudeza en su obra, nuestro José, personaje principal de la historia, no mía ni del ensayo, recuerden el género textual, sino suya y de nadie más, escrita por él mismo, a lo largo de las cuartillas de su vida. Este ateísmo, dato curiosamente repetido en la historia de grandes pensadores, tanto más cuanto que José lo era, mucho fue criticado por desentendidos, tachado de pesimismo y perjuicio social, qué arrebato de ignorancia, qué otra cosa sería, más baste decir que a José no le producía la menor inquietud o conflicto, y tan sólo se dedicó a jugar a ser una suerte de dios, es decir, a crear universos no menos caóticos comparando al universo en donde él vivía. En cuanto al amor, José encontró, no demasiado tarde, aunque tampoco se diría que temprano, a la compañera con la que compartiría, inclusive, la más elevada forma de expresión gráfica humana, la literatura, y más íntimo aún, su propia literatura. Sobre las religiones, siendo no creyente de ninguna institución, ni qué decir, agudo entendedor de tan complejo comportamiento humano, sabiendo representarlo bajo un contexto edificado por perspectivas nunca antes tomadas en cuenta, más aún, etiquetadas como reprobatorias, el hermano mata al de su sangre por ganar el amor del que todo lo puede desde los cielos y éste, omnipotente y con su gran bondad, no es capaz de entenderlo y en vez lo castiga. Sobre los viajes, fantástica experiencia incluso para elefantes. Si quisiéramos saber sobre sus afinidades políticas, por seguir exponiendo datos adicionales al compendio, simplemente se diría que abogaba por los sistemas en donde se pretende que la comunidad, y no sólo unos cuantos, se vea beneficiada. Muchas otras cosas podrían ser escritas acerca del trayecto recorrido por nuestro gran escritor, que conformarían un inicio, desarrollo y final de la historia, completando así la estructura de lo que se inició con un Érase una vez. Sin embargo, y el que escribe lo que ahora es leído no intenta abusar del matiz dramático que todo Sin Embargo contiene, la historia de José Saramago no es cualquier historia, demostrado podría estar al proponer el siguiente juicio, a ver qué les parece. Su vida fue el origen de una obra que pudo atrapar, para después reflejarla convertida en arte, la tormentosa naturaleza humana, misma que intenta ser controlada por una supuesta lógica, justificada por razonamientos inventados y convertidos, convenidamente, en verdades, lógica humana que en muchas ocasiones es completamente absurda, incongruente y cruel. José se percató del grave caos que todo ello representa. Es por ello que quien escribe ahora acerca de otro que escribía pospondrá para otra ocasión la información sobre su vida y pasará a relatar otras cosas sobre él, cosas acerca de la virtud con la que nació, imágenes de tal valor que podrían compararse, aunque con notoria desventaja de por medio, con su desmedida y propia imaginación.

Prestemos atención.

castillo-02.jpgA José, un día, no sé si era de mañana o tarde, se le ocurrió que si se le ocurriesen cosas que pudiesen ocurrir de verdad, fuera del texto y de las cotidianas páginas que se escriben por hábito, día con letra, semana con palabra, mes con párrafo, cuya consecuencia tuviera repercusiones tan masivas como profundamente internas, tanto para el humano visto como grupo, como especie, como para, y de esto sobran los defensores, el humano visto como individuo, ser único e irrepetible, entonces podría esclarecerse la fórmula, nunca antes escrita, y nunca escrita con más signos de puntuación que el punto y la coma, no el punto y coma, para originar universos nunca antes recorridos, universos movidos por una poética revestida de fantasía posible, misma que retrataría de manera firme y realista, por amargas que pudiesen resultar, las desesperadas acciones del hombre por lograr la supervivencia de su especie y por alcanzar una justificación, a través de inconsistentes pero convenientes argumentos, de su desequilibrado y desastroso desarrollo como civilización inteligente. Fórmula de una poética que, a pesar de su disfraz fantástico y maquillaje imaginativo, camina con involuntaria insolencia de verdad, como si se tratase de una balsa de piedra navegando por decisión propia, Atlántico adentro, a pesar de las miradas desconcertadas de quienes la ven irse, lentamente, como de quienes van en ella, irrevocablemente, navegando a través de los métodos desgastados de la costumbre, por entre las leyes y sus formas, derribando, sin querer, los razonamientos, mirando con naturalidad, sin sencillez ni altivez, los fundamentos que parecían otorgar el control de la realidad al hombre, en la palma de su mano, en su ciega y oscura mirada, en su supuesta lucidez. Cuando José se descubrió a sí mismo poseedor, inventor, del magistral talento, de tan caótica fórmula, decidió, sin parpadear, en sentido figurado, claro, ya que se ha visto que grandes inventores y descubridores demuestran su asombro parpadeando repetidamente en vez de quedarse perplejos, decidió, pues, devastar a la pobre humanidad, quizá para exponer abiertamente el vacilante funcionamiento de las sociedades civilizadas, quizá sólo por diversión, quizá por ambas cosas y más, o tal vez por otras cuestiones distintas, desconocidas, lo que sí es que llevó, de la mano y con inocente alegría, comparable a la del niño que lleno de curiosidad remueve el hormiguero con un palo, a la humanidad hasta el borde de su propia existencia, proponiendo la posibilidad del antónimo, del inconcebible opuesto, la posible inexistencia, y todo con magistral talento, sin usar más que el lenguaje de su tierra portuguesa y una pluma, por así decirlo, pues se sabe que escribía en máquina de escribir, después a computadora, qué importa, me arrepiento de haber mencionado lo de la pluma, José Saramago quebrantó el artificio basado en que el hombre es el magno controlador de la naturaleza, y le recordó su frágil vulnerabilidad. Se dio cuenta de que cuando el hombre se ve en las más difíciles situaciones, aquellas que amenazan el orden social y la estructura de un sistema de control en el que las mentes pequeñas se sienten seguras, donde el poderío de la humanidad por sobre su entorno se encuentra inestable e inseguro, la naturaleza humana se deja ver en toda su brutalidad. Y eso, precisamente, buscaría retratar sobre hojas de papel. Déjenme les cuento que, para estas fechas, la misión ha sido consumada.

castillo-03.jpgSi algún lector curioso, de esos ya casi no hay, antes abundaban, pero supongamos, si alguno de ésos, quizá una chica de gafas oscuras, se apareciera preguntándome, Y José Saramago era triste, o era un hombre feliz, Era muy inteligente, capaz de saber y sentir de lo que se tratan ambas cosas, respondería yo, y alguien cerca de ella preguntaría, Este escritor del que nos hablas, aún vive o hace mucho que murió, Resulta que se volvió inmortal, respondería yo, de inmediato, como si fuese una respuesta ensayada, y con mis dramáticas palabras encendería la cólera del lector seudointelectual entre el público, hombre malintencionado que, como bien sabemos, suele adquirir valor, gracias al cierto anonimato que tales circunstancias conllevan, o sea, cuando se está entre más hombres desconocidos, para esbozar, con tono burlón, que en la mayoría de los casos es seguridad fingida, su pregunta, Cuál es la gracia del tal José Sara No Sé Qué además de ser escritor, pues escritores ha habido cientos, miles, Acaso su inigualable imaginación, le respondería en forma de pregunta algún otro lector, de esos benevolentes y condescendientes hacia las alegres personas que sueñan su vida con letras más que con colores, aunque desconocedor del tema, puede observarse sin dejo de duda que jamás se ha atrevido a saltar al desorden sin vuelta hacia atrás de alguna de las novelas de nuestro José, así que yo respondería, motivado y agradecido por la benevolencia del desconocedor, y dirigiéndome directo a los ojos del diletante, Poquísimos de los miles de los que hablas han logrado hacer funcionar un universo, regido bajo las mismas reglas conocidas por todos los que estamos aquí, en este espacio y tiempo tal como lo percibimos, leyendo, cuyas consecuencias provengan de una idea desbordante, descomunal, desaforada, cuyas reacciones, más que amenazantes para el mundo tal como es concebido, son reveladoras para el entendimiento de cómo funciona nuestra realidad, la comprensión y el acercamiento a la consistencia más natural, más pura y esencial, probablemente oscura, del hombre. Habría un silencio entonces, quizá provocado por mí mismo, por mi expresión en la cara y la fuerza de los dedos al escribir la última palabra del portentoso juicio emitido, Hombre, silencio que, eso espero, subrayaría y les daría énfasis a mis rebuscadas, presuntuosas y, para el hombre inteligente, suicidas palabras, no obstante, y afortunadamente, como las situaciones suelen ser favorables para lo que respecta al arte, me vería salvado, aunque un poco aminorado en cuanto a lo de mis palabras, por una voz aguda y sencilla, de algún otro lector, de treinta y tantos, robusto y rosado, que gritaría desde atrás, desde el fondo de la página, Pero qué sucede, volteen todos a la ventana, nunca había vis-to tantos estorninos juntos, y yo intentaría alzar la voz en un intento fallido por recuperar la atención de mi público, sería inútil, para ser honesto yo tampoco había presenciado, nunca antes, paisaje tan hermoso, tan incomprensible, miles de estorninos volando entre ensordecedores graznidos, cubriendo de negro el anaranjado de la tarde, Por favor, su atención, estoy por finalizar, su atención por favor, estoy por finalizar el texto, por último sólo diré que José Saramago es un gran escritor y vale mucho la pena leerlo, fue inútil, ya nadie presta su mirada a mis palabras, están todos fascinados por la narrativa espectacular de los estorninos, pero qué más da, no importa en realidad, pues las letras de alguien como José Saramago no necesitan de animadores o exhortadores o, como yo mismo he intentado hacer desde el principio, copistas que las promocionen. Se trata de un mago que hizo literatura capaz de respirar por sí misma. 

 


Alejandro del Castillo Garza (Ciudad de México, 1988). Estudia la licenciatura en Estudios Literarios en la Universidad Autónoma de Querétaro. Desde hace tres años colabora en la revista La Charola. Poesía y Narrativa. En 2010 ganó el primer lugar en el XIII Concurso Decembrino de Cuento, convocado por el grupo literario Palíndroma en el estado de Querétaro, con la obra La muerte con mis poemas. En 2011, ganó el primer lugar en el IV Concurso Estatal de Cuento convocado por el gobierno del estado de Querétaro a través del grupo Hábitat, con la obra Delirium. Ha sido alumno de Ramón Buenaventura, entre otros escritores.