CAZA DE LETRAS/No. 172


 

Chicas popper



David Espino Vázquez

Segundo lugar

 

                                                     1

Tan pronto pisó el quicio de la puerta de la escuela, Diana se dio cuenta de que ése no sería un buen día. Isis y Sandra la esperaban recargadas en la barda del otro lado del paradero de combis, amenazantes. Un grupo de estudiantes rodeaba el lugar, excitado por el anuncio que se corrió durante la hora del recreo: “Ahora sí, Isis y Sandra se van a madrear a la creída de la Diana.”

vazquez-01.jpgTerminó de salir con forzada naturalidad. Vio de perfil, como ven los pájaros, cuando las dos chicas se aproximaron a ella. Apresuró el paso, casi corrió. Sentía que no avanzaba para alcanzar al pesero que se había orillado. Dio una zancada, tan grande para sus cortas piernas que descosió la parte trasera de su pequeña falda azul. Pisó el acceso de la combi, se impulsó para subir, pero una fuerza la jaló en sentido contrario. El cuero cabelludo le tronó.

—¡A dónde vas, hija de la verga! —le gritaron por atrás.

Isis la sostenía con fuerza del pelo castaño. Diana la miró con coraje, de reojo. Sus ojos verdes perdieron por un momento su hermosura.

—¡Suéltame, pendeja! —le dijo fuerte pero con la voz quebrada y sólo consiguió que Isis la sostuviera con mayor rudeza. Sandra aprovechó su desconcierto y le dio una cachetada. La mejilla izquierda, blanquísima, se le tornó roja. La soltaron. Diana cayó hincada al suelo pedregoso, ante los pies de sus rivales, y entonces supo, con la certeza del dolor que le provocaba la grava en las rodillas, que este día no sería el mejor de sus diecisiete años.

                                                     2

Hace un año Diana, Isis y Sandra no hubieran imaginado este episodio. Las tres chicas se conocieron cuando ingresaron a la secundaria privada que expide certificados en dos años a chicos con bajas calificaciones expulsados de escuelas públicas, o aquellos cuya edad rebasa el requisito para estudiar en el sistema educativo formal.

En esas condiciones, Diana ingresó a la secundaria Isaac Newton. A sus diecisiete años no ha podido terminar esta instrucción porque en Zihuatanejo, la ciudad donde anteriormente vivía con sus padres y hermanos, pasó, por mala conducta, por dos escuelas. Luego perdió dos ciclos más hasta su fiesta de quince años, cuando toda su familia se refugió en un pueblo costero; luego, la violencia del narco terminó por orillar a su padre (un oficial militar de rango medio) a traerlos a vivir al cuartel de Chilpancingo.

Isis es alcohólica y se ha metido de todo. Coca, mota, hachís, heroína. Aunque le tiene especial afición a una droga muy de moda en Chilpancingo: el popper (o rush), un coctel de diversos químicos que se consigue lo mismo en un sex shop del centro que en discotecas de la ciudad. Por su drogadicción ha estado internada en centros de rehabilitación durante meses. Ha tenido prolongadas recaídas poco atendidas por su madre, viuda y paralítica desde que, hace tres años, fue herida en la espalda en un atentado en el que murió el padre. Eso, según el expediente escolar al que se tuvo acceso, le impide terminar la secundaria.

Sandra sólo sigue a Isis. Es fumadora compulsiva. Nunca se ha metido coca aunque le gusta la sensación de euforia fugaz, y la relajación posterior, que le produce el popper cuando su amiga se lo comparte en el baño de mujeres. Vive con su abuela materna desde la muerte de sus padres en un accidente automovilístico hace dos años. Como fue hija única, heredó todos sus bienes, que la anciana administra hasta que cumpla, el año entrante, sus dieciocho.

—Las tres tienen algo en común —dice el psicólogo escolar Severo Hernández, con quien se platicó en la escuela—. El delgado hilo de la tragedia mutua, de huérfanas y desplazadas, y de soledad compartida era lo que las mantenía unidas.

Físicamente son contrastantes. Diana, blanca, de ojos verdes y dueña de un andar que le hace mover su pelo ondulado y castaño al hombro. Isis, con un bronceado permanente y de pelo lacio y muy negro, igual que sus ojos. Sandra es más bien gordita, pero con una cara güera de niña rica, de finas facciones. Los pupilentes azules ocultan el verdadero color de sus ojos café claro. Eran muy populares entre el centenar de estudiantes no sólo por su físico, sino por la amistad sólida que se demostraban.

Pero las cosas empezaron a cambiar.

                                                     3

La madre de Diana puso al tanto a su padre sobre su conducta y sus tres materias reprobadas. Entonces se reunieron con los profesores y acordaron estrategias. Sentarían separadas a las tres chicas. Diana asistiría por las tardes a clases de regularización sin sus amigas, y una vez recuperadas las materias, la promocionarían para estar en la escolta. Sus padres estaban seguros de que eso elevaría su autoestima, se aplicaría en tener mejores notas y dejaría solas a Isis y a Sandra.

El plan funcionó. Diana empezó a juntarse con Laura, Luisa, Jimena, Nely y Hugo en los ensayos de la escolta y la separación con Isis y Sandra fue natural. Se fue dando sin pensarlo. Se juntó, como no se cansan de reprochárselo sus antiguas amigas “con los pinches inteligentes del salón”.

—Y la pendeja se volvió bien creída —confió Isis a una conserje con quien se pudo hablar.

El acoso vino en cascada. Cada vez más seguido, cada vez con tonos más altos. Cada vez más agresivo. Por eso ese día, cuando salió del aula y oyó el rumor de que afuera de la escuela Isis y Sandra “la estaban esperando para romperle su madre” no le pareció un chis-me. Más bien le pareció tan certero que buscó a Hugo para irse con él, sólo que él ya se había ido.

Lo buscó con inútil ansiedad. En un par de ocasiones Hugo la había salvado de que la golpearan. Primero en el salón de clases, un día que mojaron sus libros y ella exigió que se los secaran pero terminó llorando de impotencia porque sólo consiguió que la empujaran. Luego, otro día que salían de la escuela, Isis y Sandra la espiaban. Diana se percató y corrió hacia Hugo, que la calmó y la subió rápido a su automóvil. El polvo quedó en sus narices.

Esta vez no. Esta vez ni Hugo ni nadie la salvaría. Sintió cómo la gravilla se encajaba en sus rodillas y ahora fue ella la que probó el polvo. Quiso pararse pero no pudo. El miedo y el dolor se lo impidieron. Isis la volvió a jalar del pelo y le levantó la cara. Sandra le dio todo lo que pudo mientras que ella no atinó más que a gritar, llorando. Los curiosos se movían alrededor levantando más bulla. No supo cómo, pero de pronto su falda quedó echa tiras y sus piernas blanquísimas quedaron a la intemperie.

—Ahora sí, pinche vieja pendeja. A ver si así te sigues creyendo la muy lista —le gritaron muy cerca de su cara. Luego la dejaron sola.

A su alrededor, Diana sólo vio imágenes borrosas, fugaces. Quiso reconocer a alguien pero sólo alcanzó a ver espaldas. Se incorporó, sacó un pans de su mochila polvosa y se lo puso. Tomó un taxi y se retiró a su casa. Llegó llorando, la cara y las piernas arañadas, exigiendo a su madre que la cambiara de escuela. Ya lo había hecho antes, ya le había advertido sobre la hostilidad de sus ex amigas y su madre lo tomó a la ligera. De esto —dijo Diana en una plática en un cafetín de la ciudad—, ni le dijeron nada a su padre, que de todos modos se ausenta durante meses.

En cambio, su madre llamó a una junta escolar. Expuso el caso ante la sociedad de padres de familia y los directivos. Los profesores se mostraron sorprendidos y aceptaron que desconocían el caso. Ofrecieron expulsar a las chicas, pero son puntuales en sus colegiaturas y siguen asistiendo con normalidad a la escuela.

—Será más fácil que yo cambie a Diana —dice su madre resignada—. O tal vez, antes, terminemos largándonos a otro lugar con su padre.


David Espino Vázquez (México, 1972). Reportero. Es autor de Acapulco dealer. Crónicas de la narcoviolencia en Guerrero (independiente, 2011). Ha publicado en El Nacional, de Venezuela, Milenio Diario, El Sur, La Jornada Guerrero, Semanario Trinchera, Replicante, y en el blog Nuestra Aparente Rendición. Es miembro de Cosecha Roja, red iberoamericana de periodismo judicial auspiciada por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano y de la fnpI. Ha sido profesor de periodismo en la Universidad Autónoma de Guerrero y en la Universidad Loyola del Pacífico. Estudió una maestría en Ciencia Política en la uag, y actualmente es freelance en diversos medios del país y el extranjero. Mantiene el blog: <reporteroerrante.blogspot.com>.