No. 144/CUENTO BREVE 

 
El semidesnudo señor de la ventana


Carlos Alvahuante Contreras
Facultad de Filosofía y Letras, unam
 


Se quitó la corbata. Con la otra mano abrió la puerta del edificio. En las es­ca­leras rumbo al primer piso se desabotonó la camisa. En el segundo piso dejó el cinturón como cáscara de serpiente entre los escalones. Cuando llegó a su de­partamento, ubicado en el cuarto piso, ya no traía zapatos ni cal­ce­ti­nes. Ni pan­talones. Semidesnudo, entró en el departamento y cerró la puerta tras de sí.

 

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Ilustraciones de Sergio Vargas, ENAP-UNAM

 

 

Ya en la recámara, abrió el clóset y comenzó a descolgar los trajes. Los fue api­lando sobre su antebrazo izquierdo con todo y ganchos, tal co­mo los iba sacando. Lue­go se dirigió a la ventana de la sala, aque­lla que daba a la calle. La abrió con algunos esfuerzos y miró hacia abajo. El primer traje que voló fue de color azul. Le siguió uno gris: el saco se se­paró del gancho en medio de una de las pi­rue­tas, por lo que pla­neó con más libertad hasta caer sobre el puesto de periódicos de la es­qui­na. Los tra­jes, de todos colores, se sucedieron en un desfile aéreo. Al­gu­nos peatones se detuvieron y echaron un vistazo hacia arriba, hacia la ventana des­de don­de un hombre, semidesnudo, les sonreía.



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Lo siguiente que lanzó fue un sillón de color verde. La gente que estaba en la ban­queta alcanzó a correr justo a tiempo. Unos cuantos carros se frenaron a media calle: los conductores asomaron la cabeza y levantaron las miradas. El hombre, se­mi­des­nudo, los saludó desde la ventana del cuarto piso con un mo­vimiento lateral de la mano derecha. A continuación voló un horno de mi­cro­ondas, que cayó sobre el tol­do de un carro. Volaron también algunas enci­clo­pedias: uno de los volúmenes re­botó sobre la cabeza de un perro.

A estas alturas, la actividad peatonal se había detenido. Las personas for­maron un grupo compacto y prudente a buena distancia del edificio. No deja­ban de seña­lar hacia arriba con el índice. Hubo quienes manifestaron su sorpresa con chiflidos y con gritos que apelaban a la semidesnuda madre del semidesnudo señor de la ventana.

La caída del refrigerador causó un verdadero escándalo entre los auto­mo­vi­listas. Aunque no fue nada comparable con el caos vial que generó el so­fá verde de tres piezas.
Fue necesaria la intervención de la policía.

Las sillas de madera del comedor se despedazaron al es­trellarse contra el pa­vi­mento. El semidesnudo señor de la ventana realmente batalló con la lavadora. Cuan­do por fin consiguió darle el último empujón, ésta rompió la ven­tana y parte de la cornisa del vecino del segundo piso. Volaron trastes, volaron discos compactos, vo­laron cuadros y tazas. Voló el colchón y el equipo de sonido, así como la es­tufa y el portafolios.

El semidesnudo señor de la ventana, exhausto, se sentó en el pi­so de su ahora semidesnudo departamento sin prestarle atención a los aporreos y los gritos que se escuchaban del otro lado de la puerta de entrada. Echó una mirada apreciativa a su alrededor y descubrió una flauta dulce en el lugar donde había estado el sofá verde todos estos años. Se estiró para tomarla. Le quitó el polvo y sopló a través de ella. Con ayuda de los dedos extrajo algunas notas: "Mar-ti-ni-llo-Mar-ti-ni-llo." Sonrió al darse cuen­ta de que aún recordaba esa pieza. "¿Dón-de-es-tás?" Siempre había querido ser mú­sico, y ahora parecía un buen momento para empezar.