Acto 1: Los payasos
Buitres
Y así
los buitres del diecinueve atroz,
del pentecostés bajtiano;
de la razón y crítica pura;
desde Bal a Raight;
de los sáficos hexámetros del yambo;
de los ovillejos en cuarta y sexta, de gaita gallega aquellos,
de Deo Deoque Homine: Bin gar keine Russin, stamm’aus Litauen, echt Ich bin
Mexikaner,
Habitat Leicesteres aquium;
llamados así por su plumaje celánico, rilkénico, poundinástico,
rimbaumbante, houellebecquita,
mean en sudor sus patas.
Estos buitres, neotéricos,
de Polimnia y Urania, a una tirada de dados están,
tan nigérrimos
como el reflejo del Leteo de miembros eminentes,
sapientes como Flebas, el fenicio, o como Sancho, el hortelano,
tanto y tan
falconiformes,
tanto y tanto. No más.
¿Serán musas,
musas o camenas por el mármol de Beoncia?
¿Tensarán la cítara de Erato en la danza del fornicio?
Y así
son rapaces
de sombras kleísticas,
huidograntes de la lengua
o, peor aún, aquellos
vates, bardos
del sirventés de Ventadorn,
desde Lisle a Parnasus,
con vuestras nalgas lívidas, asocairadas,
no hacéis sino yerrar y proferirse
pajas lisonjeras con sus plumas zopilotas.
Y así
desde la Ciudad Celestial al Neptuno Alegórico
rapiñan con el amor:
sólo amar pueden a Diotima y Desdémona, Aldonza o Lucrecia;
o a Dafne cuando los brazos ya le crecían,
y de Auden se empecinan
a emparejar sus cuasiversos
ante Spencer, Pércival o el Peregrino.
Y sí,
esos buitres, vates,
de sombra haróldicamente Bloom,
mean en sudor sus patas.
Epístola a los Pisones
Que el verso tiemble
que chille el dominico
que la metáfora y el adjetivo no nos maten
que hagan temblar los guajolotes,
la vid;
que esas luzánicas estrofas
digan a la Cosa, calla puta,
y que el verso se guarde en una jaula dionisíaca
que se acabe el juego
y en fichas, dos, tres,
o veintiocho puntos se guarden con Pandora;
que choquen las piedras y la espuma
que las hormigas revoloteen
que dancen con las húngaras
que estallen contra el mar alcohólico, Gibbónico;
que me dejen secar las sobras que me inmutan
que me sequen esta espuma que me atolla
y que estos Tlamecatl partan el orbe:
que jueguen con los barítonos;
que esos versos sodomitas
rompan nuestros hímenes gargánticos
pero que nos hagan nobeles crackers
o desquiciadorrealistas del mundo;
que nos hagan guajolotes de ojos visionarios
de aquí a quinientos años
o siglos
nunca más;
que nos canten obelísticas historias
que regurgiten los ultras, estris, dadas, cubis, concres
y empalen los neos del barroco provinciano;
que, sin sonrojarse, sin fajarse a talla cero,
escupan todo el maquillaje de golfa quinceañera,
que lúdicos nos cuenten de Creta a Tamala
y se vuelvan sarros
enfermedades impertérritas —hipertensas—;
que esos versos cuasicultos, coloquiales,
desmembren nuestras amapolas
del regazo aletargado;
que nos quiten nuestras voces
de sudor brachiano y esquinquénico
que sólo se ciñan a esos trabalenguas
del orbe:
a esas sobras ceniceras,
ínfimas, lívidas, mitrozónicas;
que el que a yerro muera
reviva encamando estos versos hipocondríacos,
que se pierdan en laberínticos edénicos
de piel consabidamente solitarios,
que digan nonada
o sítodo;
que sean versos ligerísimos
sin certeza de amores o con la ponzoña de éstos
que sean fugaces, sin la piel de los peces, claro,
sin ánimas ni medusas:
que escupan las parafílicas vanguardias;
que se disfracen de colores rengos
de mercadólogos y pluralistas,
que ridiculicen la metáfora
y usen las imágenes y anáforas
prosopopeyando analogías
de la vida neoliberal;
que se vendan
contra escarabajos, manzanas o tulipanes sin sabores,
que dejen de llamarse versos indómitos, salvajes:
¿a quién le importa si los nuevos Pavices
están ocultos tras los novecientos treinta y tres lomos de autor
del sótano?;
que jueguen con el arte plurito, swingueritas,
que hagan pajas
con la lengua y entre ellos
que se tornen hipócritas
que esos barebackers
sean seropositivos
todos, para que mueran sin plaquetas,
e ir, al fin,
con estos ácaros hermanos
a pisar guajolotes en su tinta.
Acto 2: La equilibrista
Belleza americana
Pour Lester Mendes
Esa belleza posmoderna
dista mucho de ser americana.
Aquí
no hay pétalos entre los sueños
ni enfoques selectivos.
Todo es tan ordinario,
es como meditar sobre plásticos volantes,
es como jalar o no tímido el martillo.
Esa belleza que salpicas
dista mucho de ser americana:
aburre al mundo entero
y es tan ordinaria como arrancar
los pétalos de las rosas rojas,
como imaginar dos o tres enfoques
queriendo ser Amanda o Summer
en la comodidad de tus seiscientos dólares de satines negros.
Todo es tan ordinario
y todo luce verdaderamente tan ordinario
que yo
nazco altazor, soñante y loco
con esa voz de hembra posmoderna.
Acto 3: Los enanos
Tamala
Me cruzaré de brazos
y Tamala se morirá de hambre,
escuché decir.
Al siguiente año
nadie había muerto:
don Pedro era político.
Luzbel
Me viene Luzbel
en un soplo de quejido blanco
y el techo
que nos mira ensimismado.
Qué razón tenías, Federico
Friedrich,
te equivocaste de modernidad:
sólo somos poetas de tercera
y deprimérrimos hombres del subsuelo.
Acto 4: El domador de tigres
El gato en la casa
Gato desear quisiera
y arrojar mi lomo
en el tobillo de tus pies
apenas cuenta puedas darte
Gato poder quisiera
y mirarte en mis ojos
de pupilas verticales
y maullar pausado
cuando imaginara
sobar mi lomo en tus pechos
olerlos desear pudiera
apenas cuenta puedas darte
Gata desear quisieras
si me pasan tus labios por mi lengua.