No. 144/EL RESEÑARIO

 
De la soledad y otras corrupciones


Rodrigo Martínez



 


Agustín Ramos
La noche
Tusquets, México, 2007


 

punto de partida 144 Entre los narradores contemporáneos —particularmente los novelistas— hay quie­nes suelen moldear, de manera consciente o inconsciente, las expectativas del pú­blico y de la crítica. A partir de sus obras más logradas, o con base en la impresión causada por ciertos momentos de su trayectoria, crean un sello literario reconoci­ble. Este perfil es capaz de orientar el gusto de los lectores, pero también el espíritu crítico de los mismos. La consecuencia es que el público, entusiasmado por este im­pulso examinador, espera resultados que, si bien no constituyan alcances superiores, al menos sí resulten equiparables a los ob­te­ni­dos por las mejores ficciones del au­tor en cuestión. En México, algunos modelos de este fenómeno son Luis Zapata, David Toscana y Agustín Ramos.

La obra novelística de Agustín Ramos (Hidalgo, 1952) da cuenta inmediata de la capacidad técnica de este autor y de la profundidad de su propuesta estética. Des­de su debut, ocurrido en 1979 con Al cielo por asalto, dejó una impresión im­bo­rrable entre los lectores, pues entregó una primera novela con secuencias notables y con múltiples significados. Se trataba de una pieza construida con distintos gé­ne­ros de escritura, técnicas como el flujo de conciencia o la descripción con estilo periodístico, y que además era ágil en el manejo del lenguaje coloquial e impe­ca­ble en el uso de significaciones bíblicas. Fue, en resumen, una ficción que logró efi­ciencia expresiva, a pesar de que Ramos era todavía un escritor novel.

Sin embargo, el trabajo literario de este narrador también generó una serie de pa­rá­metros difíciles de alcanzar. Novelas como Al cielo por asalto, La visita (Un sueño de la razón) (2000) y Co­mo la vida misma (2005) son lo mejor de la prosa de Ramos, ya que en ellas es posible detectar las temáticas que le distinguen, el manejo variado y preci­so del len­guaje, así como el domino innegable de técnicas principalmente aso­ciadas con la es­tructura temporal y narrativa de la ficción de largo aliento. Todas estas narra­cio­nes poseen una calidad incuestionable, pero a su vez significan retos difíciles de igualar.

Hasta el momento, y con siete novelas publicadas en poco más de un cuarto de siglo, Agustín Ramos se ha caracterizado por abordar los siguientes temas: los acon­tecimientos político-sociales en las décadas de 1960 y 1970, la po­lítica y la so­ciedad del México colonial y, en lo que representa su faceta actual, el proceso de corrupción de la sociedad mexicana contemporánea derivado del ais­la­miento, la incomunicación y la soledad.

La noche es su novela más reciente y responde a su interés temático actual. En ella sabemos que un hombre, luego de despertar tras una noche agitada, descubre que su mujer y sus hijos han desaparecido. Mientras recorre la ciudad para ex­pli­carse el suceso, se da cuenta de que no hay nadie y de que todo aparenta estar en ruinas. Al tiempo que reflexiona sobre las circunstancias que lo rodean, y con­for­me avanza por las calles de una urbe ruinosa, recuerda la época en que era un joven poeta promisorio, la relación conflictiva con su esposa, la decadencia de sus hijos, así co­mo las causas que han provocado la corrupción de la clase política de su te­rruño y hasta de la vida cotidiana.

Esta novela revela una sociedad contemporánea vista como un proceso de des­composición política y de aislamiento social. Sólo que, a diferencia de la entrega anterior —Como la vida misma—, acusa una separación con el tratamiento es­truc­tural y con el tono que había caracterizado las ficciones de este escritor. Antes que una obra metida de lleno en el realismo social o en el esbozo histórico, se trata de un relato que pareciera ser fantástico, pero que tiene una estructura con­vencional en la que sólo hallamos narraciones y descripciones ligadas a la historia de vida del protagonista y de los seres que lo rodean.

En las primeras novelas del hidalguense, sobre todo en Al cielo por asalto, La vi­da no vale nada (1982) y Ahora que me acuerdo (1985), era posible percibir la an­gus­tia de los personajes y la desesperanza e injusticia que reinaban en el medio so­cial. Más aún, desde la perspectiva literaria, veíamos una riqueza de tiempos y lugares, casi siempre esbozados por medio de relatos dispersos, aunque siempre paralelos o embonados, que daban cuenta de un autor capaz de novelar con recursos com­ple­jos que no restaban coherencia narrativa o resolución estética a los relatos.

La séptima ficción de Agustín Ramos es de una sencillez tan marcada -no por ello desdeñable- que desentona con los recursos literarios a los que él mismo nos ha acostumbrado. Y es que se trata de un relato lineal en el que es posible hallar numerosos saltos hacia el pasado y encuentros con una que otra voz perteneciente a un personaje distinto del actor principal. El lector va hilando la crónica del na­rra­dor con los relatos de los personajes hasta generar una semblanza clara del ver­da­de­ro protagonista de la novela: la soledad.

Si bien La noche es una novela tradicional por su forma, no se puede afirmar lo mismo de su contenido. Antes que la narración de una historia o la construcción de un argumento, esta novela es una viñeta reflexiva de la condición humana co­ro­nada con un tono prosístico que abandonó la angustia de las primeras obras del narrador para dar lugar al humor. Es un texto poco solemne, pero de pretensión tras­cendente en lo que atañe a la semántica, ya que su tema va más allá de los indi­vi­duos al mostrar el proceso de corrupción política, de incomunicación y aislamiento que padece el hombre en la sociedad actual.

Ramos, ya como novelista del testimonio social o como cronista de la sociedad del pasado, se ha caracterizado por el trabajo con el lenguaje y la apues­ta por es­truc­turas narrativas que parten de distintas formas de discurso y que re­sul­tan con­tun­dentes. La noche no representa lo mejor de este autor en dichos aspectos.

En primera instancia, y aunque se trata de una novela llena de humor, el lector só­lo se encuentra con una serie de apartados que van dejando pistas sobre los re­cuer­dos y los conflictos de los personajes que rodean al poeta fracasado. Cada rela­to, que es a su vez un capítulo de la obra, se sostiene por sí mismo, como si fuera una historia autónoma, pero conforme se acerca el desenlace el conjunto pierde cohe­sión. Gra­cias a la cualidad envolvente de la prosa, estas historias son amenas y va­liosas, pe­ro la resolución del conjunto, al ser tan breve y repentina, resulta muy forzada.

El lenguaje no es tan logrado como el de las entregas de corte histórico: Tú eres Pe­dro (1996) y, sobre todo, La visita (Un sueño de la razón). A pesar de que se trata de uno de los recursos que Ramos domina con naturalidad, La noche no ostenta una ela­bo­ra­ción profunda en este aspecto. Los parlamentos son escasos y, cuando los hay, son poco eficientes. Aunque la expresión coloquial cobija casi toda la novela, ésta ape­nas nos sirve para distinguir a los personajes. Leemos historias narradas con un to­no coloquial verosímil, pero indudablemente el aspecto lingüístico queda a deber si lo com­paramos con la tarea monumental que el autor emprendió en La visita, no­vela em­parentada con Diario maldito de Nuño de Guzmán, de Herminio Mar­tínez, tanto por el tema como por la reconstrucción impecable de un español de ai­re colonial.

Aun cuando queda la impresión de que La noche está por debajo de las mejores novelas de su autor, se puede afirmar que en ella descubrimos un personaje me­mo­rable. Y es que, como ha dicho el novelista, lo que intentó fue escribir acerca de la soledad. Ramos logró su cometido pues el protagonista es, a la vez, ser y sig­ni­fi­ca­do. Vemos a un poeta fracasado que mira insatisfecho la trayectoria de su pro­pia exis­tencia al tiempo que identificamos la condición solitaria del hombre con­tem­po­rá­neo. Signo y persona se conjugan sin menoscabo de la verosimilitud de la no­vela y sin afectar la "realidad" que circunda en ella. Al igual que con sus mejores per­sonajes, como la prostituta Caramelo (Como la vida misma), el visitador (La vi­sita), Gume (Al cielo por asalto) o Pedro Romero de Terreros (Tú eres Pedro), el hom­bre aislado de La noche va más allá de la pura presencia para convertirse en un ser que asocia la noción de soledad con la corrupción política y social, el aislamiento y la incomunicación.

En un artículo reciente, Ignacio Trejo Fuentes afirmó que Agustín Ramos es el "heredero incuestionable del mejor José Revueltas (Revista de la Universidad de Mé­xico, junio 2006)". Las razones: se trata de uno de los contados autores que se atreve a sostener cuestionamientos políticos y que lo hace con una prosa firme, precisa y elegante. No cabe duda de que las primeras novelas del hidalguense tienen lazos claros con el autor de Los días terrenales, más aún si se considera el aire lírico de la prosa, la presencia de registros dramáticos y el trabajo tan delicado con los per­sonajes que caracterizan la obra de ambos autores.

Pero a ello debería agregarse que Ramos también es un escritor de temas po­lí­ticos que evade el discurso panfletario, superando la controversia y la denuncia en favor de la belleza literaria. Sus novelas, a pesar de poseer un contenido político-social, se leen como expresiones artísticas antes que como consignas ideológicas. A ello se agrega un tono testimonial también valioso en una época en que la polí­tica no tiene fundamentos ni, mucho menos, ideales.

La noche se aleja del influjo de Revueltas. No obstante, también participa de la mo­tivación por el cuestionamiento político y el testimonio social. Estos temas no son el mayor valor de la novela, pero la idea de soledad que esboza está ligada al pro­ceso de corrupción política de la sociedad actual. La imagen que queda al terminar la lec­tu­ra es la soledad del hombre como parte de una decadencia anun­ciada mucho tiem­po atrás, que está minando las estructuras socia­les y que, curiosamente, no es an­gustiosa ni fatal, sino tragicómica y completamente natural.