Agustín Ramos
La noche
Tusquets, México, 2007
Entre los narradores contemporáneos —particularmente los novelistas— hay quienes suelen moldear, de manera consciente o inconsciente, las expectativas del público y de la crítica. A partir de sus obras más logradas, o con base en la impresión causada por ciertos momentos de su trayectoria, crean un sello literario reconocible. Este perfil es capaz de orientar el gusto de los lectores, pero también el espíritu crítico de los mismos. La consecuencia es que el público, entusiasmado por este impulso examinador, espera resultados que, si bien no constituyan alcances superiores, al menos sí resulten equiparables a los obtenidos por las mejores ficciones del autor en cuestión. En México, algunos modelos de este fenómeno son Luis Zapata, David Toscana y Agustín Ramos.
La obra novelística de Agustín Ramos (Hidalgo, 1952) da cuenta inmediata de la capacidad técnica de este autor y de la profundidad de su propuesta estética. Desde su debut, ocurrido en 1979 con Al cielo por asalto, dejó una impresión imborrable entre los lectores, pues entregó una primera novela con secuencias notables y con múltiples significados. Se trataba de una pieza construida con distintos géneros de escritura, técnicas como el flujo de conciencia o la descripción con estilo periodístico, y que además era ágil en el manejo del lenguaje coloquial e impecable en el uso de significaciones bíblicas. Fue, en resumen, una ficción que logró eficiencia expresiva, a pesar de que Ramos era todavía un escritor novel.
Sin embargo, el trabajo literario de este narrador también generó una serie de parámetros difíciles de alcanzar. Novelas como Al cielo por asalto, La visita (Un sueño de la razón) (2000) y Como la vida misma (2005) son lo mejor de la prosa de Ramos, ya que en ellas es posible detectar las temáticas que le distinguen, el manejo variado y preciso del lenguaje, así como el domino innegable de técnicas principalmente asociadas con la estructura temporal y narrativa de la ficción de largo aliento. Todas estas narraciones poseen una calidad incuestionable, pero a su vez significan retos difíciles de igualar.
Hasta el momento, y con siete novelas publicadas en poco más de un cuarto de siglo, Agustín Ramos se ha caracterizado por abordar los siguientes temas: los acontecimientos político-sociales en las décadas de 1960 y 1970, la política y la sociedad del México colonial y, en lo que representa su faceta actual, el proceso de corrupción de la sociedad mexicana contemporánea derivado del aislamiento, la incomunicación y la soledad.
La noche es su novela más reciente y responde a su interés temático actual. En ella sabemos que un hombre, luego de despertar tras una noche agitada, descubre que su mujer y sus hijos han desaparecido. Mientras recorre la ciudad para explicarse el suceso, se da cuenta de que no hay nadie y de que todo aparenta estar en ruinas. Al tiempo que reflexiona sobre las circunstancias que lo rodean, y conforme avanza por las calles de una urbe ruinosa, recuerda la época en que era un joven poeta promisorio, la relación conflictiva con su esposa, la decadencia de sus hijos, así como las causas que han provocado la corrupción de la clase política de su terruño y hasta de la vida cotidiana.
Esta novela revela una sociedad contemporánea vista como un proceso de descomposición política y de aislamiento social. Sólo que, a diferencia de la entrega anterior —Como la vida misma—, acusa una separación con el tratamiento estructural y con el tono que había caracterizado las ficciones de este escritor. Antes que una obra metida de lleno en el realismo social o en el esbozo histórico, se trata de un relato que pareciera ser fantástico, pero que tiene una estructura convencional en la que sólo hallamos narraciones y descripciones ligadas a la historia de vida del protagonista y de los seres que lo rodean.
En las primeras novelas del hidalguense, sobre todo en Al cielo por asalto, La vida no vale nada (1982) y Ahora que me acuerdo (1985), era posible percibir la angustia de los personajes y la desesperanza e injusticia que reinaban en el medio social. Más aún, desde la perspectiva literaria, veíamos una riqueza de tiempos y lugares, casi siempre esbozados por medio de relatos dispersos, aunque siempre paralelos o embonados, que daban cuenta de un autor capaz de novelar con recursos complejos que no restaban coherencia narrativa o resolución estética a los relatos.
La séptima ficción de Agustín Ramos es de una sencillez tan marcada -no por ello desdeñable- que desentona con los recursos literarios a los que él mismo nos ha acostumbrado. Y es que se trata de un relato lineal en el que es posible hallar numerosos saltos hacia el pasado y encuentros con una que otra voz perteneciente a un personaje distinto del actor principal. El lector va hilando la crónica del narrador con los relatos de los personajes hasta generar una semblanza clara del verdadero protagonista de la novela: la soledad.
Si bien La noche es una novela tradicional por su forma, no se puede afirmar lo mismo de su contenido. Antes que la narración de una historia o la construcción de un argumento, esta novela es una viñeta reflexiva de la condición humana coronada con un tono prosístico que abandonó la angustia de las primeras obras del narrador para dar lugar al humor. Es un texto poco solemne, pero de pretensión trascendente en lo que atañe a la semántica, ya que su tema va más allá de los individuos al mostrar el proceso de corrupción política, de incomunicación y aislamiento que padece el hombre en la sociedad actual.
Ramos, ya como novelista del testimonio social o como cronista de la sociedad del pasado, se ha caracterizado por el trabajo con el lenguaje y la apuesta por estructuras narrativas que parten de distintas formas de discurso y que resultan contundentes. La noche no representa lo mejor de este autor en dichos aspectos.
En primera instancia, y aunque se trata de una novela llena de humor, el lector sólo se encuentra con una serie de apartados que van dejando pistas sobre los recuerdos y los conflictos de los personajes que rodean al poeta fracasado. Cada relato, que es a su vez un capítulo de la obra, se sostiene por sí mismo, como si fuera una historia autónoma, pero conforme se acerca el desenlace el conjunto pierde cohesión. Gracias a la cualidad envolvente de la prosa, estas historias son amenas y valiosas, pero la resolución del conjunto, al ser tan breve y repentina, resulta muy forzada.
El lenguaje no es tan logrado como el de las entregas de corte histórico: Tú eres Pedro (1996) y, sobre todo, La visita (Un sueño de la razón). A pesar de que se trata de uno de los recursos que Ramos domina con naturalidad, La noche no ostenta una elaboración profunda en este aspecto. Los parlamentos son escasos y, cuando los hay, son poco eficientes. Aunque la expresión coloquial cobija casi toda la novela, ésta apenas nos sirve para distinguir a los personajes. Leemos historias narradas con un tono coloquial verosímil, pero indudablemente el aspecto lingüístico queda a deber si lo comparamos con la tarea monumental que el autor emprendió en La visita, novela emparentada con Diario maldito de Nuño de Guzmán, de Herminio Martínez, tanto por el tema como por la reconstrucción impecable de un español de aire colonial.
Aun cuando queda la impresión de que La noche está por debajo de las mejores novelas de su autor, se puede afirmar que en ella descubrimos un personaje memorable. Y es que, como ha dicho el novelista, lo que intentó fue escribir acerca de la soledad. Ramos logró su cometido pues el protagonista es, a la vez, ser y significado. Vemos a un poeta fracasado que mira insatisfecho la trayectoria de su propia existencia al tiempo que identificamos la condición solitaria del hombre contemporáneo. Signo y persona se conjugan sin menoscabo de la verosimilitud de la novela y sin afectar la "realidad" que circunda en ella. Al igual que con sus mejores personajes, como la prostituta Caramelo (Como la vida misma), el visitador (La visita), Gume (Al cielo por asalto) o Pedro Romero de Terreros (Tú eres Pedro), el hombre aislado de La noche va más allá de la pura presencia para convertirse en un ser que asocia la noción de soledad con la corrupción política y social, el aislamiento y la incomunicación.
En un artículo reciente, Ignacio Trejo Fuentes afirmó que Agustín Ramos es el "heredero incuestionable del mejor José Revueltas (Revista de la Universidad de México, junio 2006)". Las razones: se trata de uno de los contados autores que se atreve a sostener cuestionamientos políticos y que lo hace con una prosa firme, precisa y elegante. No cabe duda de que las primeras novelas del hidalguense tienen lazos claros con el autor de Los días terrenales, más aún si se considera el aire lírico de la prosa, la presencia de registros dramáticos y el trabajo tan delicado con los personajes que caracterizan la obra de ambos autores.
Pero a ello debería agregarse que Ramos también es un escritor de temas políticos que evade el discurso panfletario, superando la controversia y la denuncia en favor de la belleza literaria. Sus novelas, a pesar de poseer un contenido político-social, se leen como expresiones artísticas antes que como consignas ideológicas. A ello se agrega un tono testimonial también valioso en una época en que la política no tiene fundamentos ni, mucho menos, ideales.
La noche se aleja del influjo de Revueltas. No obstante, también participa de la motivación por el cuestionamiento político y el testimonio social. Estos temas no son el mayor valor de la novela, pero la idea de soledad que esboza está ligada al proceso de corrupción política de la sociedad actual. La imagen que queda al terminar la lectura es la soledad del hombre como parte de una decadencia anunciada mucho tiempo atrás, que está minando las estructuras sociales y que, curiosamente, no es angustiosa ni fatal, sino tragicómica y completamente natural.
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