POESÍA PUERTORRIQUEÑA ACTUAL/No. 179


 

Kattia Chico

San José, Costa Rica, 1969

 

Si tu ojo provocara ocasión de caer


                                                                                                   Por culpa de Irma Villanueva

Tengo un agujero en el ojo izquierdo.
Es una especie de hoyo negro
que invierte galaxias,
tiene la maldición de los espejos.
Su luminosidad es traicionera,
tras su brillo continuo hay ausencia, sólo ausencia.
No cesa su succión vital,
se llena de todo lo vacío y lo condensa
en su espacio anterior al espacio.
De noche para nada le sirven los párpados,
sigue tragando cosas, sigue sacando chispas.
Su existencia es autónoma.
Quiero tranquilizarlo con pobres argumentos:
le recuerdo su linaje de azabache,
busco apaciguar su hambre
le procuro sosiego
lo deslizo por versos
lo sumerjo en agua salada
lo pongo a contemplar mantarrayas,
para ver si lo sana la belleza de su vuelo.
Cuando las cosas se ponen graves,
lo llevo por Sansón y por Edipo,
o trato de encerrarlo a fuerza de desiertos,
lo amenazo
lo engafo, lo reduzco con yerbabuena,
lo baño de Visine y lo visto de rímel,
lo disfrazo
pero no logro domesticarle el fuego,
su capacidad caleidoscópica
ante el sol que se arroja sobre el vidrio roto
en el esplendor suicida de la tarde.
No logro dominarle el ilegible brillo semejante
a la luz fantasmal de alguna estrella muerta
antes de que naciéramos.
El hambre elemental nunca puede enjaularse de pestañas:
quiere ver, quiere ver, quiere verte.
Y así, de noche cobra su vida independiente,
se reanima con cuatro aleteos de pupila,
se desviste del párpado, se alimenta de sombra.
Va despertando cosas su fuego transparente
y el cuerpo como autómata
la transporta por casa
de pared en pared.

Con razón me levanto y todo está tan blanco.


                                                                                                   De Efectos secundarios




Días de fraude


                                                                                                   Lo que es, es. Lo que no es, no es.
                                                                                                                                     Parménides
 

Hay días que soy un pseudónimo de mí misma,
flor seca mariposal desparramada
por los velámenes de un libro;
ceniza que jamás supo del fuego,
un infierno comatosamente tibio.

Desde mi bambalina calabozo
oigo una luz circunferencia que se abre
y al levantar las manos hacia ella
la mancho de ceguera.

Soy una enredadera pintada en la pared,
una puerta tapiada,
ese tipo de tatuaje que se lava con jabón,
un arreglo floral robado de otra tumba,
el lunar que un bolígrafo dejó.
Pistola de juguete del suicida,
un libro hecho de aire;
fauna criada en un laboratorio de locos.

A veces soy tan invisible que puedo vivir,
pero están los días anegados de los ojos
en que incluso querría
la imposición de un velo
para que nadie nunca desnudara
mi rostro en su mirada.

Llevo desnuda un mes en el horario
que usualmente se duerme.
Abro maletas en blanco,
clósets que dan a otro lado
y me dejo acunar por maniquíes,
doy en sus brazos de metal vueltas de tango
entre los racks vacíos.

Soy una voz mezclada en un ordenador,
mi cuerpo entero, prótesis,
aburrida, cansada, enferma de mí misma,
patíbulo fresita desmontable y cartón.
Soy la sangre contaminada
que le salva la vida a un moribundo,
una misa en latín,
una sombra de estraza recostada en la calle,
una película de Chaplin a color.

En estos días de fraude
me pregunto
si una mujer se arranca el cuero cabelludo
podrá por fin mirarse el reflejo del mundo
nadándole en su cráneo transparente.


                                                                                                   De Efectos secundarios



El vuelo II


Yo tengo el corazón lleno de moscas
y me alegra que vuelen todavía.
Aún queda la osamenta de nosotros
fosforece feroz su fuego fatuo
entre los vertederos.
Nuestra versión del hijo
fue sólo un brillo crudo
que rodó cuerpo abajo,
una sólida sombra disecada
que aplastaron los pasos de los perros.

                                                                                                  
                                                                                                   De Mala luz



Fantasma

Soy como el perro mudo que no sabe su mudez y ladra
a los faroles y a los carros, a los vivos
y nadie se detiene, nadie se asusta
nadie le arroja un hueso
para que entretenga su mandíbula.
Más ruido hacen las gotas de su baba
que resbalan abyectas y violíneas
desde el labio infecto hasta el asfalto.
Ya nadie se molesta en apedrearlo.
No hay palabras
sino un dolor fantasma
como el calambre de una pierna amputada.


                                                                                                   De Mala luz



 

Diana


Este brillo qué es, de dónde viene el orden,
la sustancia del sol que me visita,
el matematical arreglo de las cosas.

Esta luz cuaternaria, elemental, qué hace
resplandeciendo atroz en los ajenos
archivos que eran míos,
borrándoles las manchas.

De rayo es su fisura, la quirurgia
de tumores extráctiles
su máxima destreza,
tan pura
imbécil láser
irrumpiendo en mi infierno decidido.


                                                                                     De Mala luz

 


Kattia Chico. Maestra en Literatura por la Universidad de Puerto Rico, cursa el doctorado en Centro de Estudios de Puerto Rico y el Caribe. Ha publicado sus trabajos en El Nuevo Día, El Sótano 00931, Desde el límite, El límite volcado, La Jornada Semanal y Letras salvajes. Su trabajo aparece en las antologías Open Mic/Micrófono Abierto: Nuevas literaturas puerto/neorriqueñas (Hostos Review, 2005) y (Per)versiones desde el paraíso. Poesía puertorriqueña entre siglos (Aullido, 2005). Su poemario Efectos secundarios (Terranova Editores, 2004) fue ganador del Premio Nacional de poesía otorgado por el pen Club de Puerto Rico. La mayor parte de su obra permanece inédita, Mala luz es uno de esos libros inéditos.