Foto: © José Jorge Carreón
Las historias de amor nunca pasan de moda, y mucho menos cuando van acompañadas de celos indomables. El mayor monstruo del mundo fue escrita por Pedro Calderón de la Barca hace más de tres siglos y en esta ocasión ha sido adaptada y dirigida por José Caballero. El Teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario se convirtió en el anfitrión de esta puesta en escena cuya temporada finalizó el 30 de junio.
El montaje juega con tres espacios temporales: la historia se sitúa en la época del Imperio romano, el lenguaje nos lleva de regreso al Siglo de Oro Español y la música, pieza fundamental de esta nueva versión, nos mantiene en el presente. Esta combinación resulta no sólo interesante, sino también exitosa y definitivamente atractiva para el público actual. La música tiene un papel protagónico en esta adaptación; destacan el blues y el jazz que al combinarse con los diálogos brindan un híbrido conmovedor capaz de mantener la atención del espectador. Los actores, que también son los músicos, y el mismo director conviven en el escenario con una naturalidad que les permite intercambiar papeles y, a veces, adoptar el rol de utilería, que lejos de pasar desapercibido destaca por la simpleza e ingenio que emana.
Herodes, tetrarca de Jerusalén, es presa del amor obsesivo que siente por su esposa, Mariene, y se considera merecedor de la que a sus ojos es la mujer más bella. Herodes se encuentra en medio del conflicto que protagonizan Octaviano, Cleopatra y Marco Antonio; su aparente lealtad con los últimos es sólo una treta para lograr que ambas partes se destruyan y él sea el único beneficiado. Octaviano resulta vencedor en la disputa política y Herodes sabe que su muerte será la inevitable consecuencia de que su plan haya fallado. Su miedo por perder el poder nubla su mente, pues, según él, ello también significaría la pérdida de su mujer. Por su parte, Octaviano descubre un retrato de Mariene y enseguida comienza a idolatrarla. El gran temor de Herodes comienza a materializarse cuando se entera de que su rival está enamorado de Mariene. Herodes es condenado a muerte y cree que después de ser ejecutado su esposa terminará al lado de Octaviano. Esta posibilidad lo orilla a planear algo siniestro y desencadena una tragedia que no pudo haber imaginado. Es así como el mayor monstruo del mundo, los celos, se revela como una fuerza capaz de destruir lo que más se atesora.
A pesar de la naturaleza trágica de la obra, ésta no se desarrolla en un ambiente lúgubre ni solemne. La escenografía minimalista cautiva la imaginación del público y el vestuario ecléctico complementa la ilusión de atemporalidad que envuelve toda la puesta en escena. Jorge Ávalos interpreta a Herodes, el protagonista egoísta e inseguro, incapaz de vivir, o morir, sin tener la última palabra. Violeta Sarmiento encarna a la hermosa Mariene, un personaje de muchas aristas: apasionada y fiel, sí, pero también calculadora y con la intención de castigar de la forma más cruel a quien la ha traicionado. El papel de Octaviano le corresponde a Antonio Rojas: el César es presentado como alguien dispuesto a resignarse si así logra evitar el sufrimiento de lo que más añora, pero finalmente también es víctima de la manipulación y de la fuerza de su propio deseo. El montaje no estaría completo sin la aparición de Polidoro, interpretado por Patricia Yáñez, quien con singular franqueza rompe la tensión en varias ocasiones; su discurso ligero y lleno de chascarrillos se agradece cuando parece que la historia está tomando un rumbo demasiado abrumador.
No se puede reclamar la extensión del montaje, dos horas y media, cuando cada minuto ha sido bien utilizado para crear un mundo que parecería ajeno, pero que en realidad nos demuestra que este tejido de egoísmo e intriga aún está vigente. La musicalización de los versos de Calderón de la Barca, a cargo de Alberto Rosas Argáez, actualiza la obra desde el principio, pero también sirve como el vehículo perfecto para monólogos que resultarían demasiado intensos para el espectador. Esto no significa que pierden su fuerza inicial, sino que al recurrir a géneros musicales contemporáneos es posible ver otra cara de la obra: un lado fresco y particular que rompe con las expectativas que podrían tenerse de este texto clásico.
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