Con el estigma de ser música de elevador, de avión, de película de Mauricio Garcés (hay ciertos círculos que siguen odiando lo insulso de aquel cine que retrata lo ingenuos que fuimos hasta para el erotismo), de comercial, incluso los arreglos y composiciones de Juan García Esquivel permanecieron mucho tiempo olvidados, relegados a puestos de discos de segunda mano, perdidos entre joyas sonoras igualmente vejadas por el tiempo en cajas polvorosas expuestas bajo el sol en espera de algún arqueólogo musical que valorara su contenido encriptado en el código del vinil.
Desde la década de los cincuenta del siglo que se fue hace seis años y hasta poco antes de morir en 2002, Esquivel se mantuvo fiel a la música, a la recreación del espíritu humano a través del oído frente a su piano y al amparo del supino ingenio que lo acompañó, únicos recursos con que invocó la vitalidad impresa en su obra. Sin embargo, el legado del creador de la música sonorámica quedaría aletargado en el ir y venir de modas que hicieron del pop el soundtrack de los últimos treinta años del siglo XX.
Y cual lugar común en que se convierten las biografías de artistas, ahora se reconsidera la música de Esquivel y se le llama visionario; se dice de él que se anticipó a su tiempo y todo un rosario de frases hechas que afortunadamente cobran sentido ante genios como el músico morelense del que hablamos.
Abril llegó a la Ciudad de México con un homenaje a Juan García Esquivel, teniendo como escenario el neoclásico y recientemente remodelado Teatro de la Ciudad (siempre será más bonito decirle Esperanza Iris, los lugares con nombre de mujer despiertan emociones corporales) y como marco el XXII Festival de México en el Centro Histórico (ha cambiado tanto de nombre que en rigor sería el segundo o tercero, manteniendo la calidad y el alma originarios).
Lloviznó sobre el centro de la ciudad, el aforo del recinto se completó a temprana hora. El público era bastante sintomático del fenómeno lounge: o jóvenes o viejos, todos notados conocedores de la música antaña que regresa a ocupar los gustos de numerosas personas; en medio, una generación ausente, los padres de los primeros, hijos de los segundos, aquellos que dejaron el kitsch para dar paso al resurgimiento (y si seguimos con revaloraciones, a este paso nuestros hijos van a rescatar las señas de humo) de la música popular y tradicional de los pueblos latinoamericanos, aquellos que marcharon con Leonard Cohen y que recorrieron el mundo cantando a Silvio Rodríguez. Aquí estaban los que dejaron atrás los extremismos y han aprendido gozosamente a llevar en el reproductor de mp3 a Mahler y a Rigo Tovar, o aquellos que jamás dejaron la música instrumental y ahora sintonizan El Fonógrafo (le da la hora y la temperatura) enojándose cada vez que programan a Mocedades o a Napoleón porque va contra la nostalgia bolerística y de big band.
La música instrumental (el simple término remite a un abuelo bonachón rociando colonia Sanborns en su pañuelo para salir a cobrar la pensión) de Esquivel no disfrutó en otros tiempos el escenario de un espacio consagrado al arte, era música de centro nocturno (una recopilación de Esquivel da cuenta de ello: Cabaret mañana, RCA, 1995), como lo sugieren las fotos mostradas en una pésima proyección que despertó el chiflido desde primera fila hasta gayola, que daba cuenta de los lugares futuristas en ciudades estadounidenses (los supersónicos en su máximo esplendor: unicel y papel aluminio) donde se presentaba la orquesta de Esquivel.
Llegó, pues, dicha música a un escenario en el cual apreciarla, interpretada por un conjunto ecléctico en donde los haya de intérpretes que como solistas le hacen al blues, a la música de cámara, al jazz o al tiki: la Waitiki Orchestrotica, sí, una orquesta de música exótica. Y no es que haya música exótica per se (no imagino qué adjetivo le pondría un decimero jarocho a Ute Lemper), más bien las relaciones que se establecen en la aldea global entre parientes lejanos que descubren rasgos comunes con el otro y viceversa es lo que despierta la sensación de exotismo. ¿Por qué aquello que parece tan distinto me es tan cercano? (que no igual).
De aquellos extraños encuentros surge este homenaje: un disco hallado en una tienda de saldos, la imposibilidad de encontrar las partituras, divertirse en el escenario y llenar un teatro con un público expectante, que esperaba desde hace décadas o desde hace un par de años sublimarse con un cóctel de jocosidad magistralmente construido.
Los veintiún músicos en escena rápidamente llenaron el espacio con “Night and day”, primero dejando, paulatinamente, crecer a los instrumentos, acústicos todos, para después dar paso a las fusiones rítmicas que hicieron grande a Esquivel: chachachá en “Andalucía”, mambo en “Frenesí”, jazz en la “Marcha nupcial” de Mendelssohn.
Así es el lounge, la dimensión de la mezcla, ese espacio identitario para la convivencia de los géneros, de los tiempos, de los lugares más disímbolos (varios deseaban acompañar la música con un martini de mango y mezcal), la Waitiki muestra lo sublime de la variedad, saxofones y acordeón, guitarra acústica y corno, orquesta y voces sublimando las diferencias al compás de “Mini skirt” (“faldita” traduciría Brian O’Neill, gran promotor y bailarín de la noche) o de “Sentimental journey” (con silbidito de obrero neoyorkino y toda la cosa).
Asistir aquella noche al concierto de la Waitiki Orchestrotica pareciera un viaje al pasado y al futuro, a ese lugar temporal en donde se encuentra el futuro imaginado que es posible en el arte, en el lounge, en el kitsch, de disfrutar con lo que alguna vez fue insulso. Faltaron temas, no hay quien después de escuchar “Torna a Sorrento” con arreglos galácticos quede tranquilo. La concurrencia pedía varios e insospechados títulos (conocedor el público para citar a los clásicos): “Nereidas”, “El mambo universitario”, “Mucha muchacha”, y por supuesto, aquel tema que sigue a la espera de una buena persecución cinematográfica: “El cable”.
La orquesta agradeció el aplauso y la algarabía con un inacostumbrado encore que cerró la más supersónica de las noches de la primavera de 2006.
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