Cuaderno ideal*
(fragmento)
CAPÍTULO 2
¿Cuándo vuelves, Jonás? No sé, respondió esta mañana. Estaba por levantarme de la cama. Me abrazó y, sí, lo hicimos por la mañana. Ni una línea más sin decirlo, voy a decirlo ya: el año pasado tuve un accidente en el que casi me quedo y al poco tiempo descubrí el sexo con Jonás. Quiero decir, el buen sexo. En ese orden.
El sexo y el amor. Ese orden. La muerte de la mamá de Jonás. Mi no muerte. Ese desorden.
Cumplí treinta años. Llegué temprano a un tema, llegué tarde a otro. Y aquí estoy, anotando en este cuadernito palabras grandes como muerte y sexo. ¿Qué le hacemos? Es probable que más adelante entre en detalles. Lo anuncio ahora como lo hace la campana del camión de la basura.
¿Te cuento algo que no te he contado? Mi letra se encoge con el tiempo. Y ahora se encogió el cuaderno. Este cuaderno es más chico que el anterior. Si hay una escala miniatura de los hombres y de los cuadernos, ¿hay una escala miniatura de las historias?
Conocí a Jonás porque es amigo de Tania. Eran amigos cercanos en la preparatoria. Hacía tiempo que no se veían, pero Tania estuvo cerca de él durante la agonía de su madre. Unos días después del velorio, Tania invitó a Jonás a tomar café a su casa. El doctor me había recomendado caminar todas las tardes como parte de la recuperación. Esa tarde soleada, al caminar, pensé que me sentía muy bien, que estaba totalmente recuperada. Decidí comprar nieve de mango y tocar el timbre de mi amiga Tania. Ella, desde el interfón, me invitó a pasar. Esa tarde platicamos los tres. A Jonás le encantó la nieve de mango. Nos mudamos a vivir juntos un mes después.
Nadie sabía si iba a despertar. Yo tampoco lo sabía. Lo primero que escuché al despertar fue a una de las enfermeras cantando una canción de Shakira. Una de las dos enfermeras que llevaba mi camilla le cantaba a la otra una canción de Shakira. Esto no puede ser la muerte, pensé. Supe que estaba de vuelta. De vuelta a la vida. Estaba de vuelta a la vida y a su magnífica vulgaridad: qué chingón, pensé, aquí estoy. Abrí los ojos.
Hoy caminando por la calle me encontré con la siguiente post-it: “Para Marta, una torta de jamón y pollo, sin cebolla. Para Miguel, una de milanesa con todo, sin mayonesa.” Probablemente al hombre que escribió esa post-it no le gusta Shakira. Una pena, tan buen recordatorio. Me pregunto qué tipo de música comparto con ese hombre.
Jonás se va pronto a España con su familia, yo me quedo aquí en el departamento. Con nuestro gato negro, nuestro Telémaco.
Dije que descubrí el sexo con Jonás. ¿Tiene que ver con la experiencia por la que pasé, tiene que ver con la suya, tiene que ver con la combinación de ambas? ¿Tiene que ver con perder el miedo a la muerte? ¿Tiene que ver nuestra edad? ¿Con qué tiene que ver el que dos personas decidan experimentar como no lo habían hecho antes?
¿Se le puede perder el miedo a la muerte? Quiero decir, ¿se le puede perder el miedo de raíz?
Esta vez busqué “un cuaderno ideal” en internet. Encontré esta pregunta en un foro: “¿Cómo es tu cuaderno ideal?” Y la respuesta de un adolescente: “Con tapas duras, con divisiones para ocho materias. Incluye lápices de colores, calculadora, goma, sacapuntas, regla, etcétera. Puedes ponerle fotos o dejarle la portada de color azul (como el mar).”
Me gustó tanto ese paréntesis marino que aquí lo traje, como un perro que trae en el hocico la pelota del vecino. Y, dime, ¿no está México en una especie de paréntesis marino?
¿Sabes, Jonás? Me quedé pensando en lo que hablamos la otra noche en la cena. Las frases y su naturaleza animal. Quizás podríamos hacer un zoológico, catalogar las especies de líneas.
Líneas en los muebles. Líneas invisibles. Líneas de las novelas que nos gustan y de las novelas que no nos gustan (jaulas separadas, sí). Líneas azules de los cuadernos escolares. Líneas perpendiculares y paralelas. Líneas, filas, colas (¿te conté que en la fila de un banco una mujer me dijo que sus gemelos vivían cosas parecidas, que mientras uno se pegaba al otro le salía súbitamente un moretón?). Líneas de metro (¿te acuerdas que me contaste en un vagón de metro la vez que de niño intentaste escapar de casa por la ventana del baño?). Línea ecuatorial (no existe este tipo de línea, pero tampoco es invisible, es una categoría extraña, ¿qué hacemos con la línea fantasma?). Línea paterna, línea materna.
Chuy es la mujer que limpia la casa una vez por semana, trabajaba conmigo antes de mudarme con Jonás. Esta tarde me dejó una post-it en la mesa: “Nada más para decirle que se le volvió a olvidar comprarme mi cloro. Ya cómpreme mi cloro y mis fibras verdes, no de las amarillas porque ya sabe que esas esponjas no sirven, ésas no me gustan. Gracias.”
Esta mañana leí algo curioso. Desde el taxi leí una frase en la ventana de una tienda esotérica: “El amor hace que lo ideal se vuelva real.” Discuto con esa ventana: el amor no hace que lo ideal se vuelva real, al contrario; la realidad nos orilla a los ideales. No hay reversa ni sentido contario.
¿Sabes? El gobierno de este país no es ideal. Hoy leí un dato curioso sobre la antigua Grecia: la estatua de Zeus en Olimpia medía doce metros. El faro de Alejandría medía ciento treinta y cuatro metros. Fácilmente un edificio en el DF mide eso o más. Entonces, ¿cuánto debería medir la estatua del presidente que dejó un saldo atroz de muertos en el país?
Llamada de mi amigo Antonio. Me contó que pateó una banqueta hasta lastimarse el pie. Por qué, le pregunté. Porque un coche tapaba la salida del mío afuera del velorio de mi amigo, dijo.
¿Hay noventa mil banquetas para patearlas a lo largo y ancho del país?
Otra cosa me gustaría decirle a la ventana de la tienda esotérica. Me gustaría ser una carta del tarot. Si fuera una carta del tarot me gustaría ser la mujer de los lápices, las plumas y los cuadernos. Ahora que todo se hace en computadora, quizás podría ser una santa. La Santa del Papel. La Virgen de la Papelería. La Madonna del Xerox, me llamarían en algunas oficinas. Alguien me rezaría todas las mañanas antes de ponerse la corbata.
En mi vida de La Santa del Bond, La Virgen de la Papelería, la Madonna del Xerox, un oficinista me diría: usted antes era una persona común y corriente, ¿cómo se transformó? Yo respondería: Mira adentro de tu portafolios, hijo, allí encontrarás el milagro. Adentro encontraría Las metamorfosis de Ovidio. El hombre quedaría desconcertado. Con una voz angelical, con destellos luminosos, me aparecería en su sueño y le diría: Lee el libro, hijo, tú también puedes experimentar una transformación.
¿Por qué la fijación con las metamorfosis? Si no en animal, en otra cosa nos transformamos. Yo creo que por eso, y no antes, Jonás y yo estamos juntos.
No puedo creer que escribí que alguien me rezaría todas las mañanas antes de ponerse la corbata. Pero no lo voy a borrar, me gusta la vida peregrina de la Madonna del Xerox. Sus sandalias. Su vestido blanco. Sus manos juntas. Su piel pálida como el papel. Su blanco silencio.
Hoy se fue Jonás, Marina y su padre se van mañana. Lo fui a dejar al aeropuerto. Hoy no escribí nada. Ahora que saqué la pluma de mi bolsa encontré varios tickets. Los acomodé cronológicamente en la mesa. La narrativa de mi día en tickets.
Hoy no leí nada. Y esto, en todo el día, es todo lo que he escrito.
Tercera noche sin Jonás. Tengo sueño. Estoy acostada. El gato juega en la sala con el lápiz que se me cayó; yo tengo cada vez más sueño. El gato y yo somos como los dos turnos en la recepción de una oficina: alguno de los dos atiende el mostrador. No sé, desde luego, qué quiere decir eso, pero es el tipo de cosas que escribo como jugando con este lápiz. Escribir es mi forma de ser gato y de tirar pelos, o frases, en el sillón.
Antes de dormir pienso que no estaría mal un monumento al enano. Sería buen recordatorio de los que viven a otra escala de la vida. ¿Debería incluirme? Aunque voy a una oficina, ¿escribir y leer tienen otra escala con relación a la llamada vida productiva?
Me pregunto cómo vive alguien que no ha estado, que no conoce, que no se imagina su propio fondo. Ese fondo al que se llega únicamente por medio del dolor.
Hace poco escuché a un escritor hablando de la muerte en una entrevista. Fumaba, se reía socarronamente, sostenía una copa de vino tinto. Dijo muy sonriente al entrevistador con los labios algo morados: “La historia trata sobre la muerte en todos los aspectos y, caray, ¡escribir esta novela me está matando!” Hizo con la boca la forma de un huevo al pronunciar la última vocal. No le creí. Ese escritor tiene cara de que lo peor que le ha pasado en sus treinta y tantos años —aparte de un condón roto una de las tantas veces que quizás le ha sido infiel a su esposa— es haber perdido un vuelo.
¿Y si hacemos el monumento al escritor becado?
Santo Niño de las Becas, mira esa hermosa procesión de Jóvenes Creadores que te llevan cargando en el nicho. Tantos jóvenes, tantas flores, tantos colores. La banda del pueblo toca las primeras notas basadas en uno de sus proyectos.
Te extraño, Jonás. Ya sé que te lo he dicho muchas veces, pero me encanta cómo hueles, me gusta cómo sabes. Te extraño tanto.
No dije que le regalé a Jonás un cuaderno igual a éste para que tuviera un gemelo. Un cuaderno en el DF, otro en Madrid. Como los gemelos de Siracusa. Un cuaderno Ideal que compré para Jonás, iguales como dos gotas de agua, un gemelo que no conoce las andanzas del otro. Quizás si el mío se cae el otro se mancha súbitamente.
Me estoy durmiendo. Estoy acostada en la cama. Estoy más allá que acá. Estoy un poco incómoda, deja quito esta almohada. ¿Sabes? Si la doblo puedo acomodarme mejor. ¿Por qué escribo eso? Porque eso, doblar una almohada para acomodarme, es parte de la espera.
* Fragmento de la novela Cuaderno ideal, próxima a publicarse en Alfaguara.
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