Un bosque se abre en la memoria
y el olor a resina es útil al corazón.
Antonio Gamoneda
1
Papá, ¿dónde nacen los alfileres que anidan en los
muertos? ¿Quizá en el remolino donde tristeza y
polvo truenan balas para llevarse a los que no
volveremos a ver? Ahí donde huele a podrido y la
lontananza es distancia cría comparada con el filo
que la calle apedrea entre el llanto de automóviles.
Nadie sale a la calle, ni la luz. Ni las historias que
alguna vez mamá nos contó. Ahora son relatos
vagabundos con placas traseras y matrículas de
fantasmas y cerros. Lugares donde se alimentan las
banquetas con cuerpos desboronados. Extraño el
crepitar de la fogata, el sonido de la noche, tibio, al
igual que el cabello de la abuela. No sé dónde está.
Muchas personas desaparecen. Son fichas
enterradas donde huellas las sumergen como
dientes en maceta. Papá. Entiendo que platicas con
mamá a escondidas, alcanzo a oler tu enojo.
Múltiples siluetas de miedo, no absorbido, frente a ti
y ante los nuestros. Parvadas que al tocarlas se
pierden como alfileres clavados en la nuca. No
sabes dónde empieza la bastilla de esta cabeza, ni
la ruta por donde arropamos abandono. Sólo aire.
Lo hurtamos a la fuerza con los puños porque la
ausencia es lo único palpable y los hermanos y la
desaparición de los hermanos. No quiero estar
debajo de la cama ni escuchar los gritos de mamá.
Quiero dispararle al miedo, hacerle frente y darle un
puñetazo en la cara. No quiero ocultarme ante él.
Aquí autos mueven silencio y encumbran oscuridad
en la puerta. Golpes demoliendo candados. Papá,
deseo cerrar los ojos de otra manera y que al
abrirlos no golpeen la puerta para que nadie
desaparezca otra vez.
2
Vagar fantasmas en la cara. Sentir el fondo del caos
e inhalar atisbos sin los primeros rostros
desenmarañados. Sorber la eternidad y el origen de
un huerto. Hoy, la velocidad es tarde en bolsitas de
plástico. Un refresco, la pulpa de un árbol, personas
de vapor. Cerros abandonados a la fuerza.
Puñetazos por la espalda. La desbandada de un
barranco. Ojos en cruz. Troncos anudados.
Personas que al marcharse nunca volverán.
Mordida de un perro y alfileres de rabia en el
ombligo. Despuntando árboles, cadáveres, el llanto.
No dejo de recordar, no, no, no. Negarlos hasta el
amanecer es creer que los sueños despiertan. Los
pueblos, la madre tierra, los hermanos se escurren
por la rendija. Destejo cuerpos de pan. Dientes
esparcidos como recuerdos distantes. La placa de
una vida mejor se renta en tiendas automáticas.
Aserrín enrevesado. Placenta. Verde pálido. Verde
muerto. La velocidad del dinero es testimonio de
nuestras manos. El tacto no tiene permanencia. Las
huellas son estériles. Ningún sujeto se levanta del
piso para devolver la bala incrustada en su cabeza.
Nadie. Ni la saliva, ni el jadeo, ni el tiempo
arremolinado en los párpados, ni el cráneo roto.
Tengo fantasmas en la cara. Son las personas que
se fueron y que nunca volverán. No dejo de
recordarlos y por eso están en mi cabeza. Son
árboles que no quiero arrancarme pero en otro lugar
fueron arrebatados del bosque. Ellos están en mi
mente: Mi abuela Lupita, el abuelo José, Francisco,
Tadeo, Joaquín. Sus pómulos restriegan calor en mi
cara. Sus pómulos son tu rostro, papá.
Deshuesadero de troncos ventilando calzadas. La
gruta para alcanzar un poco de comida. El tiro en
los ojos. La camioneta destrozada. Un padre
grabado en el lodo. Cherán. Bosque por brazos,
vejiga por carreteras, cáncer por árboles. Las
huellas se olvidan fáciles si la herida dentro del ojo
está seca pero el olvido jamás se secará.
(Detrás de la camioneta el bosque está de luto).
3
Afilar un machete en la boca del suelo para cortar
culebras en agua. El abuelo José partía historias
como gajos de naranja y nos hablaba del respeto a
la naturaleza. Era un gran árbol. Su bosque no
conocía el dolor, ningún quejido. Decía que las
enfermedades llegaron como fábricas de
detergentes. Contaminaron cuerpos y los ríos y las
historias personales de los barrios y las casas de
adobe y la plaza del centro. Les dejaron códigos de
barras para prevenir la vejez en la autopista que
detona casetas. Los árboles ahora son petróleo y
atermitan la dentadura del gasoducto. Inflan con
resina la compraventa de colorante artificial para las
arrugas. Al recordar, nunca había sido tan viejo y a
la vez tan niño. Ay, Abuelo, corta otra naranja
menos agria, una hogaza de pan no tan dura; no
compres charales con lama, mejor una chuspata o
un taco de borrego sin limón. Los alimentos que
anuncia la bocina tienen chapopote. Muertos tirados
en la corteza de la autopista. Los cortabosques
visten de añil, usan carros con sirena y reparten
figuritas de miedo. Los productos televisivos
maldicen el huinumo e ignoran a los pájaros. ¿Por
dónde la niebla?, abuelo. Ahí la densidad es menor
que la idiotez y cada trino es corazón y árbol por
latir. Abuelo, la lluvia era un gallo que despertaba el
fuego dentro de nosotros. En ese tiempo la abuela
vivía. Tu automóvil era veladora para montar el
cerro y regar no la gasolina sino un sorbo de mezcal
como ofrenda para los antepasados, para no sentir
averiado el motor del coraje. Fuiste otro que nunca
regresó. Siguen cortándolos. Vienen del aserradero
hechos pedazos como si la tierra fuera un costal
para esconder los crucifijos; como si este páramo
se arrancara los restos y enterrara los cabellos.
Abro el costal. Soy menos hombre y recorro la
muerte más rápido. Todo mi cabello está dentro de
él, el llanto. Daga que me enterró muertos en
lágrimas. Polvo que crece el lugar de los muertos.
Jauría que muerde mi silencio porque no puedo
gritar. La raíz de mi bosque se ha quedado muda.
4
Abrí la jaula. Todos los pájaros volaron en busca de
un árbol. Papá. Corrí tan fuerte como pude. Agarré
coraje y levanté la tapa de la caja donde estabas.
Pero, ¿por qué no volaste para llevarnos lejos de
aquí?
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Armando Salgado (Uruapan, Michoacán, 1985). Ha publicado los libros de poesía Liturgias (Secum, 2011; Premio Michoacán de Literatura Ópera Prima de Poesía 2011), Corvus Suvroc (Mantis Editores/H. Ayuntamiento de Hermosillo, 2012; Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal 2011), Azogue Suite (ICA, 2013; Premio Nacional de Literatura Joven Salvador Gallardo Dávalos 2012) y Estancia de ánimas (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2013; Premio Nacional de Poesía Joven Francisco Cervantes Vidal 2013). Mereció el Premio Michoacán de Literatura Ópera Prima de Narrativa 2011 con el libro Variaciones de una vida rota (Secum, 2011). Es coautor de Homenaje a Carlos Monsiváis (Secum, 2010), Poética de la resistencia (Eón, 2011), Puente imaquinario (Siete Cyan, 2011), La memoria de los atunes (Secum, 2011), La ciudad de los poetas (Secum; Nitro/Press, 2013) y PlexoAmérica (Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2013). Es miembro de la Sociedad de Escritores Michoacanos.
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