La revista Punto de partida nos ofrece en su número 188 un panorama sobre el cuento argentino actual y logra con creces presentar al lector un mosaico de los autores cuentistas argentinos más recientes. Es un claro espíritu universitario el que mueve a la revista a difundir las nuevas plumas y no a reunir obra de autores ya consagrados. Para llevar a buen puerto este barco el escritor argentino Salvador Biedma colabora y hace un trabajo de selección digno de elogio bajo considerables restricciones: edad, geografía, temáticas, sabedor de que al final ofrecerá a los lectores un grupo de muy buenos cuentos.
En la naturaleza de las revistas está la lectura sin orden y al azar, también está en la naturaleza de las antologías pero en este caso el trabajo editorial es tan fino que si uno lee los cuentos en la secuencia que impone el índice el lector encontrará otra forma de viaje, una suerte de hilo conductor regido por la atmosfera, los tonos y la alternancia de estos.
En primer lugar está el estupendo cuento de Samanta Schweblin titulado “Un hombre sin suerte”. En él está presente la sensación de que algo terrible puede suceder o que lo sucedido puede empeorar y sin embargo la resolución es hasta cierto punto favorable por catártica. Esa misma sensación se encuentra en los cuentos “La Hostería” de Mariana Enríquez y “Ruidos molestos” de Cristian Godoy; último y penúltimo, respectivamente, cuentos de la selección. También en los tres argumentos las posibles víctimas son niñas. De entrada esta asociación hace que los extremos, principio y fin de la selección, se toquen.
El segundo cuento: “Cazador de tapires”, de Mariano Quirós, se conecta de una manera sutil pero entrañable con el quinto cuento, “Cuarto de derrota”, de Valeria Tentoni. Los dos son encuentros intensos con figuras paternas (el padre agreste, el abuelo enfermo) en los que éstas se encuentran alienadas, vulnerables y repentinamente cercanas.
El tercer cuento es una pequeña joya de Andrés Neuman titulado “El fusilado”, y establece un vínculo con el infernal relato “El árbol” de Niño C. En ambos desde el principio tenemos la certeza de que algo brutal sucederá (no es una sensación, es una certeza) y lo brutal sucede, la solución no es para nada un alivio sólo porque ese final no sea la muerte.
“Encomio para el Coya Ortega”, de Maximiliano Chedrese, es un cuento ejemplar: si los cuentos monologados son difíciles de sostener y relatar con templanza una pelea de box también lo es, Chedrese lo consigue por partida doble. Es un cuento cuyo encanto está en el fraseo. El final si bien sorprende no es su función sorprender, sino abrir una puerta a la continuidad insospechada del monólogo. Este cuento acaso rudo es afín al cuento de Camila Fabbri “Un abrazo es un fantasma” (el consecutivo en el orden). Aunque el texto de Fabbri es de una gran delicadeza en fondo y forma acusadamente sensual, los dos plantean una suerte de orfandad, de abandono ante sus héroes.
“Elefantes”, de Federico Falco, es un cuento extraño, pero no está solo dentro de esa extrañeza, porque la revista incluye un cuento de un autor que se encuentra fuera de las categorías autoimpuestas por Biedma y es el cuento de Martin Rejtman “El pasado”. La extrañeza radica en optar por una narrativa eslabonada en la que una acción lleva a otra sin mayor consecuencia, precisamente como plano-secuencias cinematográficos. Al final de ambos cuentos lo que queda es un símbolo: en el primero los huesos de un elefante, en el segundo el quinto capítulo de una novela.
Recapitulando, como lector de esta muestra de cuentistas argentinos podría inferir —sin mayor pretensión que la de ejercer la imaginación— cuatro temas importantes reflejados en los autores novísimos: el miedo a lo terrible o la vulnerabilidad, la presencia constante de la violencia, la resignación o la reasignación del papel que tuvieron nuestros padres y la orfandad. Los cuatro temas están conectados entre sí y casi parecen establecer un toma y daca, una narrativa de ideas: la vulnerabilidad no es gratuita porque nos la recuerda la violencia que reina, por una parte; y por otra pareciera que conocer a fondo a nuestros padres siempre nos desilusiona y que esa desilusión nos deja en estado de orfandad, de vulnerabilidad.
Aunque los temas y muy en lo profundo las obsesiones de cada autor suelen ser universales, también son sintomáticas de los tiempos que corren y de cuánto podemos hacer para enfrentarlos, los cuentos son biopsias de nuestro tiempo.
En ese sentido, una antología como ésta parece enfrentar dos fantasmas, dos conjeturas: la del pasado ¿por qué los cuentistas argentinos escriben de tal o cual forma? ¿Qué autores los han influenciado? Y el fantasma del futuro: para dónde van las letras argentinas? Hoy más que nunca estos dos fantasmas deben ser ignorados por salud mental. El fantasma del pasado se diluye en la vastedad de información, libros y autores a los que se puede acceder por internet y es igual de probable que un autor joven argentino tenga influencia tanto de Bioy Casares como de Flannery O’Connor; es decir que, para esta generación, la influencia ya dejó de tener alguna prioridad geográfica. El fantasma del futuro a su vez se diluye en la falta de vanguardias. Salvo los dos últimos cuentos, los aquí reunidos siguen con astucia los elementos básicos del cuento moderno: (algunos señalados por Borges) nunca más de seis personajes, una trama visible y otra oculta que al final se muestra y que se entrelaza con la que siempre estuvo a la vista (esa unión es la clave del final por ko del que hablaba Cortázar) y un asunto central que se resuelve.
Con esto quiero decir que no se les ve empeñados en decir algo de manera novedosa pero sí por decir algo honesto. Eso me lleva a lo mejor de los cuentos de este número de Punto de partida y es que cada autor logra una individualidad atractiva. Si he buscado afinidades entre ellos ha sido sólo por establecer un consenso que me lleve a entenderlos mejor pero sólo he encontrado abstracciones, lecturas personales, pero ninguno se parece a otro. Todos ellos han encontrado su voz y eso no es poco para un autor.
Finalmente diré que una antología en una revista es mucho más que una antología en un libro, pues además de los textos tenemos noticias de los autores, sus fotografías, reseñas de libros notables e imágenes, en este caso pertenecientes al artista Santiago Caruso que ilustran de manera afortunada pues son increíblemente afines a las atmósferas que proponen los cuentos: imágenes de incertidumbre (una mano gira una rústica rueda de la fortuna), de dolor (una raíz de árbol que se torna en una mano llena de alfileres), de doble moral (un personaje desdoblado en su siniestro contrario) y de desconsuelo (una mujer hincada, de espaldas, olvidada en un rincón de una gigantesca gaveta). Santiago Caruso nos regala figuras de hombres y mujeres desnudos hasta llegar al disfraz, hasta llegar al tronco del árbol. Parecen tener la terrible consigna de resistir, de reivindicarse únicamente a partir de sí mismos.
Tal parece también el consejo que nos dan estos cuentistas argentinos y nos lo dan con justeza porque forman parte de nuestro mundo de letras.
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Fernando de León (Guadalajara, Jalisco, 1971). Cuentista y ensayista. Es autor de los libros de cuentos La estatua sensible (Conaculta / FETA, 1996), La oscuridad terrenal (U. de G. / Viento Norte, 2001), Cárceles de invención (Arlequín/U. de G., 2003), La sana teoría (Editorial Estruendomudo, 2006), Apuntes para una novísima arquitectura (Premio Nacional de Cuento Agustín Yáñez 2004, Berenice, 2007) y Mudo espío (Libros Magenta, 2011). Su novela Historia de lo fijo y lo volátil (Conaculta) se publicó en 2010. El volumen de ensayos Alguien / Zozobra (UNAM, 2013) es su libro más reciente.
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