EL RESEÑARIO/No. 189


 

Lucharán... a dos de tres caídas... con límite de tiempo...



Marcos Rodrigo Maya Reyes

reseña ganadora en el séptimo concurso de crítica teatral criticón / teatro unam

 

La amenaza roja
De Alejandro Licona
Dirección: Ignacio Escárcega
El Carro de Comedias de la UNAM
Expalanda del Centro Cultural Universitario
Hasta el 15 de febrero de 2015

 

 

En 1917, el mundo vio derrumbarse a uno de los más grandes imperios de la historia: la Rusia zarista, la Rusia de Catalina la Grande, la de Crimen y castigo y Las almas muertas, caía inexorablemente al abismo donde reside todo aquello de lo que hay que hablar en pasado. El Ejército Rojo llevó a los bolcheviques al poder y potenció, además, la connotación especial que ya antes la Revolución Francesa había dado al encarnado color. A partir de entonces, ya en la España de Franco, ya en las dictaduras latinoamericanas auspiciadas por Estados Unidos, ya en cualquier región al oeste del Telón de Acero, el rojo pasó a ser asociado inmediatamente a la revolución, a la izquierda y al terror socialista; en suma, a todo aquello que, presuntamente, podría acabar con la desigualdad social. En nuestro México, que siempre ha orbitado en torno a las grandes potencias, la realidad nunca fue muy distinta... ni lo es hoy en día.

Con La amenaza roja, Alejandro Licona nos ofrece una excelente y entretenidísima muestra de lo que vive y aguanta el mexicano. Al escenario, que es un verdadero carro de comedias, suben seis actores —con múltiples personajes— para contarnos una historia en la que se tocan, al menos tangencialmente, mundos diferentes pero, eso sí, muy modernos… y quizá no tanto. Un donjuán de barrio y sus secuaces; una joven inocente y enamoradiza; una veterana del galanteo; una doctora trastornada y su ayudante, una enfermera ex presidiaria; una pareja de funcionarios corruptos; un periodista vendido…

Todo ocurre en esta gran ciudad, en alguno de sus muchos barrios, en un punto indefinido en el tiempo. Podríamos hablar del barrio bravo, por ejemplo, aunque acá el héroe es luchador, no boxeador. ¿Luchador? Sí, un luchador en sentido literal y figurado, un luchador con y sin máscara. De hecho, toda la obra es un espectáculo de lucha libre. Claro, porque la lucha libre es, quizá, de entre todos los deportes, el más catártico. ¡Los rudos, los rudos, los rudos! ¡Sácale los ojos! ¡Pártele la…! Con estos gritos, el mexicano se desquita de los gasolinazos, de la nueva tarifa del metro, del precio de las tortillas, de las larguísimas deudas y de los casi eternos últimos días de quincena…

 

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Lucharán… a dos de tres caídas, con límite de tiempo… en esta esquina… Alto, porque acá hay cuatro esquinas, es decir, cuatro bandos. Por un lado, los de abajo, la clase obrera, la que se refugia en el mundo de los cabarés y las cantinas. Por el otro, la gente de lana, los políticos, los empresarios, los hijos de papi y mami. Entre unos y otros, una enajenada y deshumanizada clase media; en este caso, una doctora obsesionada, como muchos, con el éxito, con su gloria personal, sea cual fuere y a costa incluso de lo incosteable. Finalmente, aunque estos bandos luchen entre sí, deben enfrentarse sobre el cuadrilátero con un rival común: la vida. Sí, la vida a la que nos enfrentamos todos, la vida con todo y sus castigos, sus crucetas y sus lances desde la tercera cuerda.

Bajo la dirección de Ignacio Escárcega, los jóvenes actores Paolo Becerra, Adrián Ghar, Graciela Miguel Hacha, Carlos Komukay, Azuay López y Cecilia Zolev se enfundan en por lo menos tres personajes cada uno y, como todos unos maestros del llaveo aéreo y a ras de lona, nos deleitan con esta lucha libre mexicana, al son de Café Tacuba, la Sonora Santanera y La Maldita Vecindad. La obra que estos actores nos muestran tiene también tintes frankenstenianos y robinjudescos, más un poco de los héroes y villanos sacados de nuestro folclor —y mundo— urbano.

La amenaza roja, además, es congruente incluso en la taquilla, que no existe. Así es, ésta es una obra del pueblo y para el pueblo. Por la módica cantidad de cero pesos, y siempre que se esté dispuesto a recibir un poco de sol o de lluvia —a discreción del clima—, cualquiera puede gozar de esta grandísima puesta en escena que se exhibe al aire libre, en el Centro Cultural de nuestra muy querida UNAM.




 


Marcos Rodrigo Maya Reyes (Ciudad de México, 1990). Es estudiante de la licenciatura de Médico Cirujano en la Facultad de Medicina de la UNAM.