nadie puede, sin haberse preparado,
insertar su libertad en la opacidad
de la lengua
Roland Barthes
SUSPENDIDA entre formas aisladas y muertas, la lengua sólo podrá ser el límite extremo de una irrupción, de un desgarramiento. en esa hipofísica en donde la escritura se forma, la primera pareja (de letras, de voces, de puros sonidos) se instala gozosa, erigiéndose en aquel esplendor que es, a la vez, su casa y su prisión, su tierra de origen, su soledad
indiferente y decorativa, esa voz es la voz de una carne desconocida y secreta, que en una palabra ahora se ofrece, aunque se sepa, desde ya, destinada a un inmediato desgaste (el silencio y su (in)movimiento han sido lanzados hacia el sentido abolido, sin huella ni trazo, de una transferencia, de una reducción)
el residuo de la duración permanece secreto, risibles fragmentos de otra realidad absolutamente libre que, sin embargo, es extraña al lenguaje, su doble carnal (límite sensual —e inicial— de lo verdaderamente imposible)
como libertad, sin embargo, la escritura es tan sólo movimiento (es tan sólo un momento), la vía entreabierta por donde sólo puede pasar la intención del lenguaje, la imagen, verbal, construida mucho antes de ser inventada, introvertida, es decir, vuelta ostensiblemente hacia una pendiente, siempre secreta, del lenguaje, una duración de signos vacíos cuyo movimiento es lo único que, en verdad, puede llegar a decir, puede llegar a significar
desgaste de palabras, el texto —como la espuma— será siempre arrastrado más allá —más lejos—, hacia aquella región en donde el lenguaje funciona ya como puro silencio, coerción que se vislumbra en el fondo de cualquier escritura: para ello, el poder y la sombra habrán de instituir su figura, siempre fascinada, siempre obsesionada, sin embargo, por las zonas de una infraestructura, que no es sino un roce, vago acercamiento de una (posible) lectura (de una posible caricia) a su doble: el Verbo, la lengua, el sonido
el movimiento, de esta manera, alcanza su régimen, su propia figura (alcanzar una palabra cerrada es como tocar un muro, como acariciar una piedra, como sentirse un espejo): una elección en contra de quienes, sin entenderlo, no pueden ya decirla, no pueden ya cantarla
la existencia logrará, así, participar (en la más mínima forma, en la menor manera posible) en provecho de la desunión, de la claridad, de la tragicidad que buscando un sentido, no logra depositarse en el verbo y, así, se expande, al modo de aquel gesto, total y magnífico, con el que el actor se desviste (teatralmente) frente a una audiencia (frente a un espejo?), frente a la más profunda e intolerable soledad
la densidad de la palabra se eleva entonces como delicioso sonido —campo de un ruido frontalmente entrevisto, esplendor y frescura de un lenguaje que al irrumpir en la forma, lentamente se va disolviendo, ceniza de un prado, puñados de arena, manteles en campo pagado
(negros antisoles-
silencio)
ENTRE LA CIRATURA y su lengua, entre lo real y su imagen, existe una sin igual carencia, una indescriptible ausencia (es en este espacio de soledad en donde se habrá de insertar este texto), nunca completamente palabra, nunca completamente silencio
criatura híbrida —ni pájaro ni serpiente, gusano, mero capullo, larva—, la escritura intentará, siempre, escapar apoyada en el sonido que la palabra provoca, en el eco que su silencio le permite
el lenguaje alcanza, de este modo, su más esplendente certidumbre, su más resplandeciente realidad, y en ella, la voz desaparece, dejando una región anulada, un espacio vacío al que (es verdad) todo pertenece, y al que todo, también, habrá de volver
y es así que, de la perfección de su olvido, emerge, temblorosa, otra posibilidad (otra posible realidad?), deslumbrante en su inalcanzable desnudez, en su desconcertante miseria, a la que la palabra no pertenece ya y de la que, apenas apagado eco, sólo podrá ser huella o imagen, reflejo o sonido
El hecho
only in a wordless trance
did any comprehension become
possible
—a wordless trance
of sheer feeling
Vita Sackville-West
el hecho de que, a solas, alguien viva en esta región, en este espacio sin nombre y sin memoria, responsable únicamente a su visión, nos debería poder decir algo; el hecho de que esa criatura sepa escribir y pueda, por lo tanto, comunicar las experiencias que le han traído hasta aquí, hasta este lugar y hasta este momento, en el vagabundaje hacia el interior de una inmensa soledad, debería poder expresar algo
el hecho de que se haya comprendido que sólo en un trance sin palabras puede iniciarse el verdadero placer —el verdadero conocimiento—: una experiencia de pura sensación, de estado físico en el que, tal vez, únicamente el ligero temblor en la orilla de los dedos nos permitirá comunicar —o conocer— la verdadera realidad
estado aquel en el que, habiendo perdido toda identidad, toda conciencia de sí, alguien se sabe anulado en lo que parecerían ser olas sucesivas de angustia, de dolor, de sorpresa, de gozo, de piedad, y, finalmente, de incomprensible indiferencia
y abandonado allí, libre ya y anegado en esa fuente que es origen y condición de la más pura soledad, de la más absoluta libertad, y en la que el silencio finalmente es
una serie de imágenes que flotan sin nombre, sin palabras, desconectadas ya de todo sentido
vacío en el que toda sensación desaparece
el hecho de que alguien siga existiendo en tal lugar, en esa región sin palabra y sin memoria, ¿no habrá de llegar a poder decir algo?
|
Francisco Nájera (Ciudad de Guatemala, 1945). Entre sus múltiples poemarios destacan Nuestro canto (Impresos D&M, 1986), Su cuerpo, las palabras (Editorial Cultura, 1990), Sujeto de la letra a (Impresos D&M, 1991; Catafixia Editorial, 2014; segundo premio en Concurso de Poesía 1990 del Instituto de Escritores Latinoamericanos de Nueva York), Libro de la Historia Universal (Impresos D&M, 2000), Libro de las horas (Ediciones Superiores, 2009), Palabra de travesti (Ediciones Superiores, 2010), Servidumbre de lo carnal (Impresos D&M, 1986) y Pasión de la imagen (edición de autor, 2010). Su obra narrativa incluye los volúmenes El sueño de Dios (Editorial Cultura, 1987; segundo premio en el Certamen Permanente Centroamericano 15 de Septiembre 1987), Los cómplices (Impresos D&M, 1988), Juan, hijo de María(edición de autor, 2007) y La comedia humana (edición de autor, 2008). Su obra creativa se distribuye en numerosos libros-objeto producidos artesanalmente. Como ensayista ha publicado artículos sobre poesía, arte y género en distintas revistas latinoamericanas, así como El pacto autobiográfico en la obra de Rafael Arévalo Martínez (Editorial Cultura, 2003). Reside en Nueva York desde hace varias décadas, donde se ha desempeñado como maestro bilingüe en las escuelas públicas.
|