POESÍA GUATEMALTECA ACTUAL / No. 190


 

La dimensión geológica de la escritura



Luis Méndez Salinas

 

 

 

El viejísimo pincel que desliza su tinta negra sobre un muro, la incisión primera que se grabó en el barro, los golpes que dejaron surcos y volutas en la piedra, los magníficos retablos que en sus llamas vegetales perpetúan un incendio, las manchas que perforan la blancura de los lienzos, las palabras, los poemas que tatuamos en la espalda del dolor son los puntos que, al unirse, van dibujando un rostro. Ese rostro define y nombra nuestro tiempo, nuestro asombro, nuestra sensibilidad.

Hablo desde Guatemala: país-ficción, país-pendiente, no-país. Hablo desde sus coordenadas y su geografía, desde la potencia telúrica que empuja la imaginación y el deseo, desde la escena que se construye sobre nuestro mapa y hace posible que cada poema sea un nuevo glifo en la estela inconclusa de lo que nos define. Desde aquí, la cultura es contracultura y la historia es mordaza. Sin embargo, el envoltorio sagrado de la poesía permanece y reproduce el milagro creativo para encender las nuevas constelaciones, las nuevas obras que se integrarán al infinito texto colectivo que nos permita reconocernos —gozosamente— en nuestra condición plural y polifónica.
                                                                           

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Trece poetas. Nacidos entre 1976 y 1988. Trece cosmovisiones con algo en común: el Lenguaje. Trece individuos con orígenes diversos reunidos en la diminuta cartografía de una región transparente, al centro del continente americano. Trece formas de hacer, trece cuerpos textuales.

El número no es casualidad: entendido desde acá, el trece remite a nuestra obsesión ancestral con el Tiempo —flujo constante y feroz—. Las ruedas de ese tiempo giran y nos reducen y quizá nos aplasten, pero algo de nosotros escapa a su voracidad: la Palabra. En ella confiamos y ella confía en nosotros y el ciclo se cumple: es entonces cuando aparecen estos artefactos textuales que apelan al instante único y pleno de su concreción.

Las siguientes páginas constituyen un testimonio mínimo —una aproximación— al vigor de las poéticas que conviven dentro de este territorio imaginado que nos da y nos quita todo, dentro de esta lengua y este ahora. Algo que comparto con estos poetas es el hecho de vivir en un estado de crisis permanente, cada vez más profunda y más aguda. Compartimos, también, una historia política que nos golpea y que define el espacio simbólico desde el cual creamos. Compartimos las manifestaciones concretas de esa historia en toda su crudeza, y sin embargo, nos resulta inevitable perpetrar el acto creativo enlazando nuestras furias, nuestras búsquedas y nuestras obsesiones con las de aquellos que nos antecedieron, en este lugar y en esta angustia, en el viejísimo gesto de dibujar volutas sobre nuestras bocas.

La mayoría de los textos que siguen son inéditos o de escasa circulación, lo que implica —hasta cierto punto— una renovación del mapa textual en que se insertan estas obras, y que hemos ido nutriendo durante los últimos años desde plataformas alternativas, autónomas, independientes, que permiten el ejercicio pleno de la escritura en libertad.
 

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Siento que cada palabra de Gabriel Woltke es un túnel para tener acceso a la energía primordial del mundo, al placer de lo real. El universo busca su ombligo en el lenguaje y se celebra a sí mismo imaginando, recreando. Gabriel es el vehículo en que todo esto se produce, y con su escritura el adn de lo humano se materializa de manera luminosa y total. Alexander Socop Arango es un desborde de memorias desquiciadas y de sueños. Caracol de lúcidas visiones que se amplifican y estallan. Ojo que recuerda para ver. Una celebración plena del lenguaje en sus posibilidades sonoras es la obra de Wingston González: Mar Caribe que devora el territorio de la solemnidad con un oleaje de referentes nuevos para enriquecer notablemente la esencia última de nuestra escritura. En Martín Díaz Valdés se concretan el huracán, el espiral y el vértigo. Su obra es testimonio de la complejidad de los nuevos estímulos y las nuevas ansias, en donde la literatura es un juego que traduce otro juego más vasto y más aterrador.

Con cada poema, Carmen Lucía Alvarado alza la mano y nos recuerda las grandes preguntas, los infinitos miedos, las inefables carencias. Ante la inmensidad del vacío que nos rodea —frente a la soledad—, ella antepone la sacralidad de la escritura, ese ritual antiguo y siempre renovado de la genuina creación. Cualquiera que haya visto un naufragio, ha visto el futuro. José Roberto Leonardo lo sabe, lo anuncia, lo proclama. Su poesía es presagio de aquello que sobreviene inevitablemente, desmesurada visión de nuestro límite. Todo final implica un comienzo, y ese lugar de la esperanza en que se trasciende todo apocalipsis es donde ubica su trabajo Julio Serrano Echeverría. En él aparece una voz colectiva que desde nuestro presente se enfrenta al pasado remoto que llevamos dentro. En él se concreta una memoria del periplo vital y colectivo que nos explica. Manuel Tzoc es libertad, delirio poético, deseo. Para él la poesía —la escritura— es uno entre los infinitos lenguajes-vehículos de la plenitud humana. El papel no basta para la creación: tampoco el cuerpo, el movimiento, el grito. Sabino Esteban Francisco es un poeta singular, una repetición incesante y siempre nueva del genuino acto poético. Él nombra al mundo, y a partir del nombre lo recrea. Todo es nuevo en su mirada y en su voz. Las palabras están húmedas todavía y en su humedad traducen los olores, los colores y las formas de lo que tocan y transforman con su milagro.

En Vania Vargas se reúnen la precisión quirúrgica del lenguaje y la autenticidad desgarradora. Su obra es testimonio de las múltiples formas que adoptan la angustia, la soledad y el miedo en el mundo contemporáneo, y de cómo la belleza puede, en última instancia, trascenderlos. Alejandro Marré, además de ser un poeta de múltiples lenguajes, es una especie de conciencia crítica de una colectividad y una época. Pocos como él han abordado la ética y la estética de la ruptura contemporánea con la sencillez y la honestidad que lo caracterizan. La escritura de Juan Pablo Dardón es una devastadora crónica del presente: lúcida, irónica, corrosiva. Su arma preferida es el humor. Con él critica lo que somos, lo que podemos y lo que no queremos ser. Critica y corroe. Critica y nos conmueve. Cuando uno escribe y lo hace con rigor y coherencia, quizá produzca una maquinaria textual tan minuciosamente ejecutada como la de Maurice Echeverría, que se convierte en un testimonio y un llamado: hay que hacer las cosas, hay que seguir haciéndolas, a pesar de todo.
 

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En un país como Guatemala, en cuyo presente se agolpan y conviven temporalidades disímiles y se experimenta un tiempo escindido —que oscila entre el pasado más remoto y la impostergable necesidad de inventar el futuro—, conceptos como “tradición”, “generación”, “relevo”, “continuidad” y “ruptura” son prácticamente inoperantes para dar cuenta de la naturaleza de nuestra cultura y nuestro arte.

Imposible el trazo de una línea temporal que fluya plácidamente entre el ayer y el mañana pasando por el hoy. Imposible entendernos como una acumulación progresiva de experiencias que se transmiten, se depuran y se heredan. Nuestra cultura —como nuestra historia, como nuestra misma geografía— se ve obligada a reconfigurarse cada cierto tiempo. ¿Cuántas veces hemos tenido que reconstruir nuestras ciudades después de un terremoto? ¿Cuántas veces hemos tenido que apartar escombros para fundarnos nuevamente?

La dimensión geológica del espacio que habitamos se replica en ciertas formas de afrontar el acto creativo: cada obra es un volcán que retumba en el momento menos pensado, cada época es una constelación que se ilumina simultáneamente en el presente. Es por ello que las escrituras aquí reunidas se mantienen en diálogo permanente con la obra de Francisco Nájera —contemporáneo en el pleno sentido de la palabra, generoso compañero de viaje—, Enrique Noriega, Isabel de los Ángeles Ruano, Francisco Morales Santos, Ana María Rodas, Manuel José Arce, Luis de Lión, Luz Méndez de la Vega, Roberto Obregón, Antonio Brañas, Carlos Solórzano, Francisco Méndez, Rafael Arévalo Martínez, César Brañas, Miguel Ángel Asturias y Luis Cardoza y Aragón. Su palabra permanece y forma parte del bulto ritual de nuestra ofrenda, y eso es algo que ni el exilio, ni la represión, ni la muerte han podido anular.
 

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¿Qué territorio es nuestro? ¿Qué geografía nos pertenece? ¿Cuáles de sus rasgos pueden llegar a definirnos? El suelo que pisamos empezó a emerger desde el fondo del mar hace ochenta millones de años. En el principio eran pequeños islotes que se alzaron gracias al violento choque de las placas tectónicas y al ansia vertical de los volcanes. De la misma forma se ha ido alzando nuestra sensibilidad, nuestro arte. Somos producto del intenso choque entre las placas tectónicas de nuestro mestizaje. Nuestra diversidad y nuestra riqueza son el resultado de una herida. Esa contradicción y esa pugna nos definen.

Venimos del mar y a él regresaremos. Como aquellos peces que por un instante ven al sol y tratan de alcanzarlo. El centro de América quizá sea uno de los primeros territorios en recobrar su condición marina, pero antes habrá existido nuestro paréntesis de lenguaje, nuestra efímera voluta. Infinito será nuestro gozo cuando las patrias se hundan y todo regrese de nuevo al origen. Nuestra alegría será casi tan grande como el dolor que hasta hoy algunos han dibujado en nuestro suelo. ¿Habrá valido la pena? ¿Habrá servido de algo? No lo sé. Sólo sé que nuestros huesos y nuestros poemas serán parte de un naufragio maravilloso.

Habremos, entonces, de merecer el mar. El oleaje. El estruendo.

Ciudad de Guatemala, marzo de 2015

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Luis Méndez Salinas (Ciudad de Guatemala, 1986). Poeta y editor con estudios de licenciatura en Arqueología. Es fundador y director del proyecto Catafixia Editorial. Ha publicado los poemarios (sí) …algún día nos haremos luces (Editorial Cultura, 2010) y Códex (Catafixia Editorial, 2012). Su obra poética aparece en las antologías Aldeas mis ojos. 10 poetas guatemaltecos después de la posguerra (Centro Cultural de España, 2007) y Adornos de papel (Editorial Cultura, 2008), entre otras. Coordinó los espacios de discusión y diálogo Poesía para armar (2010) y Desarmable (2011) en el Centro Cultural de España en Guatemala, así como la antología crítica El futuro empezó ayer. Apuesta por las nuevas escrituras de Guatemala (Catafixia Editorial / Unesco, 2012). Participó en el programa de invitación de la Feria del Libro de Frankfurt 2014. Colabora periódicamente con diversas revistas electrónicas y publicaciones impresas de Latinoamérica.