Los libros de Nájera me encontraron a mí. Como regalos o por suerte fueron llegando. Su numerosa obra es casi inconseguible. La autopublica y la regala a círculos pequeños de amigos lectores. De entre su casi medio centenar de libros que pasan de la poesía al ensayo, a la narrativa, a convertirse en objetos, uno sobresale como una enorme estela. Uno en el que queda plasmada su poética, tan próxima al taoísmo y al anarquismo.
Bajo esas luces hago esta lectura de Libro de la Historia Universal: lomo negro, letras blancas. Un fondo de tierra o de piedra. 450 páginas con 755 eras, digo siglos, digo años, vidas, poemas que se suceden unos tras otros hasta los confines del espacio.
Recalibrar el tiempo
El oriente de una Vida (su ética, su estética, su erótica) siempre se traza a partir de un modo de contar el tiempo y de hacer el registro de la Historia. Por eso se cuenta el tiempo a partir de Cristo o Mahoma, por eso la revolución francesa impuso un calendario florido, por eso la Unión Soviética eliminó el domingo que atentaba contra la producción. Por eso hay días para descansar que son menos que los días para trabajar, días para exaltar la historia patria y días concretos para celebrar el amor. El orden social.
Y qué hay de la Historia que se enseña con la misma solemnidad que si fuera una hagiografía. No importa que nos digan que hay una Historia de los triunfadores y una Historia de los vencidos, ambas se enseñan para hacer al hombre deudor de su pasado y para obligarlo a cumplir un destino. El gran engaño de “El Progreso” o, como diría José Luis Brea,“el experimento más radical que la humanidad ha conocido: el de su superación —tal vez, el de su mero llegar a ser algo digno de ese nombre”.
Por eso toda subversión atenta contra Tiempo e Historia. ¿Acaso no es ésta la tarea de todo poeta? Rebelarse contra la Historia Universal, contra el conteo normal del tiempo y los grandes eventos históricos; postular en cambio una Historia, la propia, con el propio ritmo de tiempo alrededor del que habrá de girar la humanidad entera.
Es éste el caso de poetas que han reescrito su vida y la concepción del mundo a partir de un momento de su vida, como Zurita, de Raúl Zurita; Arquitectura de la mentalidad, de Héctor Hernández Montecinos, o Ø, de Ernesto Carrión. Nájera, en su Libro de la Historia Universal, va más allá: no hay evento histórico tan importante, no hay momento en la vida que merezca ser la piedra angular del tiempo.
Como explicará en uno de los epígrafes: “una Historia del Universo que no sea la historia de las criaturas que lo habitan […] más bien debería ser la relación del olvido que las rige y que las anula”. Es decir, hace una Historia Universal de la soledad, el vacío y la nada. Una literatura menor dentro de la Literatura Menor.
Historia Universal (de lo menor)
Dentro de ese concepto de Deleuze y Guattari podemos decir que la literatura menor de Francisco Nájera es extrema. La poesía (que acaso no es el lenguaje desterritorializado por excelencia) será su artefacto para jaquear la máquina de poder que es la Historia. Escribirá desde su marginalidad, poniendo en circulación un libro de escasos ejemplares, sobre personajes que ni siquiera pueden ser encajados en una minoría racial, personajes que aun así algunas veces se llamen Moisés, Dios o La Virgen desaparecerán rápidamente dejando sólo las cenizas de sus nombres.
Aquellas palabras que Deleuze y Guattari dedican a los personajes de Kafka quedarán acordes a los personajes de Nájera: “El hecho de que esos personajes por lo regular no tengan nombre ni lo necesiten, que no se nos diga ni hay por qué saber cómo son, de dónde proceden ni dónde están, colocándolos como piezas móviles e intercambiables de un gran azar que configura una fatalidad, demuestra su sentido de desterritorialización. Cada uno es yo y tú.” Cada uno es nada.
Para permanecer en su nada, no tomar nombre, no generar hechos que se conviertan en Hechos, Nájera procederá una y otra vez a anularlos. Sus personajes no serán una masa sino una multitud, mantendrán su individualidad siendo parte de un todo, como aquellos diez mil seres que engendró el Tao. Óptica asiática que siempre está presente como en John Cage, como en Meister Ekhart.
Una continua anulación por su doble. Dios, por ejemplo, “volviéndose hacia sí mismo / El Señor, tembloroso, se penetra, / Aunando así en su cuerpo, / Al gozo de la penetración, / El placer de la apertura”. Otro personaje, más adelante, “Ante el espejo, entonces, levanta el puñal y lo hunde suavemente / Su cuerpo apenas si gime mientras empieza a desplomarse.”
El espejo persiste tanto en cuanto que hace que los personajes se conciban como nada más que un reflejo del Todo: “Espejo fui / Tan sólo reflejo / Mera oscuridad / Anhelo de luz / Disuelto / Gozosa carencia / Entre la sombra.”
El sexo también será un dispositivo de desaparición, en tanto que un cuerpo sólo puede penetrar totalmente a otro hasta que se hacen uno solo. En tanto que un cuerpo en éxtasis deja de ser un cuerpo.
En los poemas presenciaremos una y otra vez el devenir de los personajes, para siempre terminar anulándose. Veamos por ejemplo el texto que abre el libro: “Yo soy umbral / No soy palabra / Soy río soy viento / Soy camino / Espacio ya recorrido / Gesto no recobrado / No soy umbral / Soy palabra”. No son contradicciones: son mutaciones. No hay muerte: hay cambio. Ninguno de los personajes será el mismo, porque aún y cuando sospechemos su reaparición en otra parte del libro: “jamás habrás de contemplarte / dos veces / en la misma oscuridad.”
Son personajes que se meten dentro de sí para desaparecer, como si de un proceso de meditación zen se tratara. Su estrategia de liberación es esa imposibilidad de catalogar, identificar o contextualizar a sus personajes, esos requisitos de los que tanto depende el sistema de dominación.
Donde no se puede ser, es imposible morir: estrategias de inmortalidad
Frente a un ir y venir, más que los nombres sólo nos irá quedando la sensación de angustia y de vacío, el profundo silencio. Su tiempo será ajeno al del calendario, una Historia Universal sin fechas porque el vacío y la soledad no pueden ser explicados con horas, días y semanas. Porque los seres, lo intuyó Newton y lo explicó la física cuántica, son capaces de modificar tiempo y espacio. Lo que nosotros entendemos como años sólo es la vuelta perpetua que damos a la gran estrella, girando en la curvatura que deformó con el peso de su masa en la dimensión del tiempo.
Por eso el Fin de la Historia sólo pudo haber sido postulado por un asesor del gobierno estadounidense para hacernos aceptar que nada puede ya cambiar, que sólo queda trabajar y acoplarse dentro de la consolidación del sistema capitalista: el fruto del progreso de nuestra humanidad.
Pero Nietzche y antes los pueblos originarios de América y Asia promulgaron un eterno retorno porque las cosas no mueren sino persisten bajo otras formas. Del pasado no sólo persisten las ruinas sino un elemento vivo: el aire. Nosotros y los personajes de este Libro de la Historia Universal respiramos el mismo aire que un día entró en los bronquios de los dinosaurios, que salió en el último grito de Jesucristo, en que se fundió el Buda, que respiró Stalin...
Si todo persiste, más que el pasado y el futuro, toda la importancia recae sobre el presente, un ahora que es eterno. El recuerdo y la memoria dejan de ser una carga y se convierten en una muestra de la inmortalidad de los momentos y de los seres. Una muestra de su potencia y su libertad para escoger otro rumbo, para vivir o disolverse.
En Libro de la Historia Universal, hasta el índice se constituye en un aparato de demolición. Contra un sentido de linealidad, contra el orden normal de las cosas, los poemas se disponen alfabéticamente pero sobre la tercera letra de cada palabra. Así nos queda un orden disimulado —el caos total es imposible— que hace variar también la sucesión numérica.
Observando el índice aparecerá un detalle más: algunos poemas se repiten hasta tres veces, en algunas ocasiones reaparecerán exactamente igual, en otras tendrán cambios minúsculos. Será éste el eterno retorno de las cosas y los seres, de sus vacíos y su nada
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Pon mi nombre en tu tumba, hermano,
que muy pronto
habré de llegar, y tú te habrás de
encontrar conmigo.
Juntos caminaremos entonces, y tú
me habrás de señalar su lugar.
Juntos reconoceremos el nombre. Juntos
podremos descansar allí.
Pon en tu tumba mi nombre, hermano.
Escríbelo con tus letras, que juntos
habremos
de descifrar. Que juntos habremos de
reconocer.
Entonces, tal vez, podamos olvidarlas.
Entonces,
tal vez, podamos descansar.
Escribe mi nombre hermano. Usa para
ello
tus palabras.
Pon mi nombre en tu tumba, hermano,
que muy pronto
habré de llegar, y tú te habrás de
encontrar conmigo.
Juntos caminaremos entonces, y tú
me habrás de señalar su lugar.
Juntos reconoceremos el nombre. Juntos
podremos descansar allí.
Pon en tu tumba mi nombre, hermano.
Escríbelo con tus letras, que juntos
habremos
de descifrar. Que juntos habremos de
reconocer.
Entonces, tal vez, podamos olvidarlas.
Entonces,
tal vez, podamos descansar.
Escribe mi nombre hermano. Usa para
ello
tu lengua.
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¿Qué lectura nos sugiere hacer, entonces, sobre un poema que se repite dos veces en su Historia? ¿Si después de la página 136, en la 426 quien escribe y su hermano aún siguen pendientes de llegar y caminar juntos y de escribir el nombre en la tumba? Si el poema se seguirá repitiendo nunca descifrarán las letras y, por lo tanto, nunca podrán olvidarlas. Entonces nunca habrá descanso, entonces apenas cambiará el instrumento: ya no serán las palabras, será la lengua la que escriba el nombre.
La escritura imposible
No hay solemnidad en la obra de Nájera, en un escritor que ha gozado de la marginalidad, que sólo apuesta por los pequeños tirajes de sus libros. Quizás porque, como es latente en Libro de la Historia Universal, la escritura es tan potente como banal.
Dirá, por ejemplo, “soledad es no poderte decir que estoy solo”. Cantará al final el origen de todas las cosas en el origen de las palabras y descubrirá que todo es silencio. Y escribe porque, aunque todo se desvanezca, habita en él la pulsión de ser.
Por eso también Libro de la Historia Universal no tiene fin, aunque el último poema esté en la página 428, aunque fuera terminado de escribir un 11 de mayo de 2000.1 Ésa es sólo la fecha mundana.
Por eso el libro termina empezando:
Empezaré por la palabra
Su sonido de centella
El deslumbrante momento en que se expresa
Su rica gala
El espacio que cubre con sus sílabas
Empezaré por la palabra
Empezaré por el sonido
Gutural y melancólico
Carcajada que destroza la palabra
Expresión de la caída inexorable
Empezaré por el sonido
Empezaré por el silencio
La temblorosa perfección de su ternura
El absoluto e inmaculado espacio en el que se inventa
Vacío puro sin ternura y sin sonido
Profunda realidad inexpresable
Empezaré por el silencio
Después de todo ello, parece vano decir que Nájera —doctor en Letras, poeta y ensayista— nació en Guatemala en 1945. Seguramente seguirá siendo, como el universo, aún y cuando llegue el pesado día de labrar en mármol su nombre y la fecha en que habrá de disolverse.
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