Hablar de escritores jóvenes es casi una necesidad que el mundo literario actual nos impone. Al mismo tiempo que los avances médicos regalan años por delante, el listón de las profesiones se recorre hacia años previos. No es que haya novedad (lugar común al que concurren los conservadores), es que hay un incremento en las poblaciones que se refleja también y como en todo, en la escritura. Sabemos que, “de toda la vida”, los autores recuerdan un primer poema o cuento que escribieron en la primaria; la diferencia es que no lo publicaron; si acaso, ganaron el concurso de oratoria en quinto. Para construir una profesionalización, los jóvenes cuentan ahora con recursos que no se tuvieron a mano desde siempre, y hablo por supuesto de la masividad de los medios de comunicación, la agilización de las redes, el diseño, la creación de perfiles. Todo esto influye en la mirada de los lectores, en la réplica de nombres, en el cómo nos enteramos de las cosas y dónde ponemos el ojo.
La convocatoria para reunir aquí a cuatro escritores jóvenes tiene que ver con que durante muchos años he sido maestra de secundaria y preparatoria, y me interesa una primera escritura que se muestra comprometida con el ejercicio literario. Pedí a algunos compañeros profesores y talleristas que me enviaran materiales de sus alumnos o conocidos. El marco impuesto es el errático criterio de las fechas de nacimiento (nacidos entre 1995 y 2000). Este marco me permite considerarlos muy jóvenes y asumir que son chicos que ya nacieron entre los recursos dichos.
Para mi sorpresa, me encuentro con que los autores que aquí reúno no están tan vinculados a la red como los escritores un poco mayores, los nacidos una década antes. Cuando hice otra selección para el número 177 de Punto de partida (2013), “Jóvenes poetas en España”, revisé un montón de documentos electrónicos e impresos de escritores nacidos entre 1980 y 1990 en Hispanoamérica, y entre ellos era una constante que al ejercicio de la escritura se sumara el del blogger y el editor (muchos tenían pequeñas editoriales independientes o revistas en línea o impresas, y habían hecho a su vez selecciones de autores de su generación).
Los cuatro autores que presentamos ahora tienen perfiles en redes sociales y la mayoría ha publicado en revistas escolares, en blogs y en páginas literarias, pero no los coordinan. En su escritura, la tecnología tampoco aparece de manera evidente.
Los textos
Me refiero ahora a la selección de textos: en los poemas que leemos hay la persecución de algo informe. Algo que todavía no aparece pero que se gesta o se intuye. El vapor o la metamorfosis. El espacio es irreal, simbólico, desde el que se mira un mundo interno. El exterior es irreconocible o existe por negación. También el tiempo es subjetivo. El escenario parece una pantalla detrás, que refleja una realidad en la que los personajes (o voces) no reparan, y sucede sin ellos. Son ellos los que están en construcción, los que se buscan.
La economía radica en lo fragmentario; lo inmediato empequeñecido: la pieza. No empequeñecido por devaluación sino por enfoque: la palabra y la frase, pero también lo sintáctico. Es como si tuvieran más certezas (pequeñas) que los escritores nacidos una década anterior. Más Lewis Carroll que Mallarmé. Más reconstrucción que deconstrucción. Coinciden en referencias específicas como la lluvia y la sangre. El tono es positivo.
Los autores
FERNANDA FARJEAT
En la búsqueda, el lenguaje, las palabras como fichas que se intercambian en su juego, son lo que cuenta; no hay un quiebre del sentido, ese ya fue quebrado el siglo anterior, ahora quizás se trata de la reconstrucción de un mundo, que tiene que ver (tal vez) con el haber encontrado una pista. No hay nombre pero hay una primera persona. No un paisaje pero sí alguna referencia espacial: el metro. Lucecitas, polvo, galletas.
DIANA GALVÁN
Hay un nombre pero es cualquiera: María (un todo, femenino, eso sí). El tono oscuro, la voz testigo. Hay un brillo sensorial en las líneas del cuerpo, y el uso impreciso de verbos (tal vez por influencia del inglés). La realidad también es indefinida aunque hay un rasgo de paisaje: un río. La noche oscura aparece en una memoria casi borrada. La piel es incomodidad.
ADRIÁN MENDIETA
El tiempo es errático (“La lluvia llega en el preámbulo”), el espacio, simbólico; el personaje, colectivo: un pueblo que tartamudea —tiene poca saliva, tirita. Los lugares se construyen en la subjetividad esperanzada del que vive una voz propia, por ello renuncia a la espiral de la carne y de los sueños que justificaron a otros. A pesar de que habla por el pueblo, aspira a un yo.
MELISSA NUNGARAY
En este caso, la búsqueda parece más personal, hay una angustia de la voz que no entiende. El tono sigue siendo oscuro, los lugares y las cosas por negación y por metáfora, borradas, como el cuerpo y el futuro. La negación aquí es más existencial, relacionada con el siglo xx: imágenes oníricas con menor sentido de esperanza.
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Ana Franco Ortuño (Ciudad de México, 1969). Poeta, editora, profesora y difusora cultural. Es licenciada y maestra en Literaturas Hispánicas por la UNAM, donde se especializó en poesía mexicana. Ha publicado El libro de las ideas (Ediciones Sin nombre/SCGDF, 2012) y participa en el libro colectivo Enemies/Enemigos. Poesía de la Ciudad de México y Londres (EBL/Conaculta, 2014). De 2007 a la fecha ha sido coordinadora editorial y subdirectora del Periódico de Poesía de la UNAM. Coordina el festival Poesía en Voz Alta en Casa del Lago, del que en 2015 fue también programadora. Ha participado en encuentros y festivales en México, Argentina, España y Portugal. Sus poemas han sido traducidos al inglés, portugués y mixteco. Actualmente imparte el curso Comer: literatura, cine y gastronomía para el CCU de la BUAP.
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