No. 140/POESÍA 

 

punto de partida 140David Eloy-Rodríguez
(Cáceres, 1976)

 


Poética


Criaturas


Hay palabras que van y vienen de uno a otro lado
casi sin notarse, como la luz unta el día,
cumpliendo un pacto antiguo.

Hay palabras que languidecen igual que amores
que decaen, tristes, en anemia o burocracia,
fatigados de pérdida.

Hay palabras que se comprenden en los severos
dominios del invierno, palabras malheridas,
infaustas cortesanas en los fueros de un rey cruel.

Hay palabras como fúnebres farsas o sombras
sin figura o guiñapos en las fauces de cachorros,
palabras vencidas por su propio veredicto
igual que barcos que tan sólo trasladaran
enfermedades infecciosas de isla a isla.

Hay palabras que huyen en barcazas de ciprés
por el río de la misericordia, audaces,
prófugas, sin reposo.

Hay palabras como peces turbios en un lago
de dolor cristalino.
Hay palabras dulces masticando sal.

Hay palabras que son cisnes nadando aguas extintas.
Hay palabras como hormigas en el mar
que intentan alcanzar la tierra.

Hay palabras imantadas, clérigas de arcaicos
saberes, muy turbadoras palabras con alas
de perro, tan diestras en
hablar desde otro tiempo y nacer en este instante.

Hay palabras que golpean tenaces la puerta
de tu casa con la sombra de sus puños. Insisten,
como la lluvia sobre las lápidas insisten,
precisas, feroces.

Hay pecios del ruido del mundo, palabrería.

Hay palabras como palomas que se disputan
migajas de este cielo.
Hay palabras con nariz de payaso, palabras
como gafas de ver.

Todas, todas ellas devoran
implacables, cruciales, el país de lo sin nombre,
todas imponen su presencia arrogante, convierten
el oro del misterio en piedra pura.




Como la mariposa posada en la alambrada,
indiferente a la noción de muerte



El instante que media
entre una pregunta y su respuesta,
ese segundo de vacilación
propiedad de lo aún no concebido,
ese intervalo de vacío
en que respiran codiciosas,
como animales fabulosos y sin rostro,
las posibilidades.



SON LOS QUE ROMPEN EL CRISTAL
los perseguidos,
acechando en la sangre común
los ríos de una luna bruta,
los que desentierran los labios ocultos para hablar.
Son los supervivientes, los niños salvajes,
los hermanos de la primavera y el dolor.
Son los que pasan delante del tirador de dardos.
Son los que rompen el cristal,
los acogidos al insomnio,
al arco y a la flecha; los idiotas,
los buscadores sin más brújula
que su amor de nadie,
que su amor de escarcha,
que su amor.
Su casa es la casa derrumbada
y cien veces construida.
Su casa no tiene techo
y es la tuya y la mía también.
Sus ojos están venciendo siempre
la tumba del frío.
Fingen morir,
pero no mueren.
Son los que desentierran los labios ocultos para hablar.



(Seis aproximaciones) para nombrar una ciudad


I
Nombrar: atrapar un animal que no existe.




II
Qué es vivir, esa sigue siendo la pregunta, qué es vivir, qué ciudad fundar dentro de cada piel y en las calles y en las casas, volver o no milagro el mundo, ser o no ser pasto del olvido, carroña de los buitres de la muerte. Cada uno muestra sus documentos de dolor, las astillas que le tocan en los huesos. Ciudad de gente sola que aprende a vivir sin aventura. Ciudad que respira bajo el alud violento de la falsificación.



III
¿Qué se siente en la tormenta cuando uno es el sitio en donde va a caer el rayo? Gente a cielo herido. Acampados en mitad de la vía. Gente en el polvo. Braceros en la tempestad. Viven en avenidas desolladas, viven en cantinas sobre la cuerda floja, viven en la mandíbula desencajada de la ciudad. Ellos esperan los añicos del amanecer pero no esperan nada. Ellos esperan que todo estalle pero no esperan nada. Miradas en un espejo roto, caracolas sin mar. Habitantes de arenas movedizas. Hermanos del filo sin más propiedad que las lágrimas, sin más propiedad que lo perdido, sin más propiedad que lo que resta. Un puño feroz les golpea cada día. Yo sé a quiénes pertenecen las manos que golpean. Yo sé, y usted sabe, quiénes empuñan su muerte lenta, quiénes vierten las paladas de tierra que cu­bri­rán sus ataúdes. Yo sé quiénes les entregan cada día. No hay crónicas de su desalojo. Pero yo sé. Usted sabe.



IV
La noche sigue color de rubí, barrio de demonios y esplendores. Hay pruebas: lugares sin techo, habitaciones, azoteas, alamedas del deseo. Hay pruebas: antídotos, insinuaciones, enfermerías. Hay pruebas: un amor, un lápiz, un cuerpo en el espejo. Corren tiempos de redada. Pero también de almacenes, alivios, goces, reuniones sagradas y secretas.



V
Como nos deslumbran los besos desconocidos de una boca bien cono­ci­da, así nos asalta de repente una ciudad nueva, espigas de tiempo en­cen­di­do, el lugar exacto en el que ser.



VI
Hay una ciudad sin mapa, fugitiva e inasible, cierta: la compuesta de deriva e intemperie, la que cada uno escribe en su tiempo, la que se bautiza con el corazón y ya jamás pierde su nombre.






David Eloy Rodríguez. Vive en Se­vi­lla. Ha publicado los libros de poesía Chrauf (Ed. de la Uni­ver­si­dad de Se­vi­lla, Serie Premios Lite­ra­rios, 1996), Mie­do de ser escarcha (Qüá­sye­ditorial, 2000) y Asombros (César Sas­tre Editor, 2006). Poe­mas suyos han sido recogidos en reco­pi­la­ciones como Voces del extremo; Once inicial; No doblar las rodillas: siete pro­yectos críticos en la poe­sía española re­ciente; Poesía de la con­ciencia; Sevilla. 24 poetas y 24 artistas; Alzar el vuelo y Andalucía. Poesía jo­ven, entre otras. Des­de el colectivo La Palabra Itine­ra­nte, y desde el grupo de poesía y música Circo de la Palabra Iti­ne­rante, lleva a la calle la poesía y la une a otras actividades de agitación social y ac­ción artística (talle­res, ediciones, ac­tuaciones en festivales, organización de ciclos de poesía en vivo, colaboración en exposiciones y publica­cio­nes perió­di­cas).