NUEVE POETAS DE EL SALVADOR (1979-1986) /No. 195

 

Roger Guzmán



San Salvador, 1981

 
 

El señor de los ejércitos

El señor de los ejércitos cubrió la tierra con banderas de sangre que ondulan en el agua.
Suspiros de luz ondulan en el ruido y tambores de fuego que minan los caminos.
Un campo de casas destruidas avanza hacia el cielo con su paso de luciérnaga.
Tiemblan los niños sorprendidos por sus voces y su sangre abandonada por su carne y sus huesos.
Olas de ceniza brotan de mis ojos. Silencios iracundos golpean las gargantas.
Mis lágrimas se ahogan en los escombros de la noche. Todo es ceniza debajo del cielo.
Ceniza sin fin que muere de sed y no duerme nunca,
Ceniza de invierno que arroja su bramido entre las olas de máquinas,
Que muerde nuestros ronquidos
Y expande su honda seca y forja al hueso fundido en las vertientes de la niebla.
Un fuego que es el aire y se alimenta de nosotros,
Que surge de entre el fuego para quemarse a sí mismo.
Rosas hechas de espinas desde el pétalo hasta la raíz.
Sombras de luz que se deslizan en sus fluidos.
Madre hecha de sueños que sueñan que sueñan,
De todos los padres regados por la tierra,
De todos los hijos clavados a tu cuerpo,
De toda la sed y dolor de cabeza de tanto apretar los dientes para no morderte.
Madre, del polvo vengo al polvo voy:
Soy ceniza que nace y vuelve a morir,
El miedo en carne viva,
El miedo a vivir, el miedo a estar muerto,
El miedo de todo, hasta de tener miedo,
El miedo de mí mismo, el miedo. Madre,
Despertate que muero si dormís,
Qué sueños tenés que muero si soñás
Qué perro te mordió en el cordón umbilical,
Qué rabia es esta que recorre nuestro cuerpo.

Los valles en tu herida repiten el lamento de tu nombre clavado a una cruz.
La flama de tu sangre se descompone presa en el vacío del sabor de tus llagas.
Pequeños ataúdes ardientes de deseo saborean tus piernas quebradas lentamente.
Una multitud vestida de rojo pinta las calles con tu sangre.
Un hombre parado en el fin del mundo intenta demostrar que el mundo no tiene fin:
Abre una puerta que llora como un viento ahogado en su propia voz,
Que grita que su corazón es un hueco, que todo el mundo lo es,
Que cada puerta es un hueco con su siseo de máquinas que nos reproducen
Y nos fabrican con nuestras ganas de piedra y nuestro fuego metálico,
Nuestro ay mísero de mí, ay infelice que muero porque no muero, porque la muerte es parte de la
     vida, ojalá no lo fuera,
Un hueco que es una puerta que lleva a otra, que lleva a otra sin parar,
De las que nacen mujeres ensangrentadas, todas ellas un embrión en estado de embarazo,
Abandonadas en la delgada línea de un sol en el rincón más escaso de la mudez,
En la tísica e interminable garganta de la ciudad,
Donde cada respiración es tan frágil como cada segundo,
Donde elevás prófugos pedazos de alma desde el fondo de tus lunas
Y expandís el desierto enmarañado de tus cabellos
Profundamente invisibles,
Profundamente atados a los gastados reflejos en el eco del mar,
Como el azul desgarrado por la oración de la niebla…
 

                                                                                        (Del libro inédito Óxido, pena y verdugo.)

 



 


Roger Guzmán. Estudió la licenciatura en Matemáticas en la Universidad de El Salvador. Ha publicado las plaquettes Un sitio sin lugar (Equizerro, 2010) y Me ahogo, me ahogo, me ahogo (Editorial Chifurnia, 2015). Su obra ha sido incluida en las antologías 45 poetas. Antología (Revista Cultura 94, DPI, 2007), Una madrugada del siglo XXI (Vladimir Amaya, edición de autor, 2010), 4M3R1C4. Novísima Poesía Latinoamericana (Ventana Abierta Editores, 2010), Memorias de la casa (Índole Editores, 2011), Las otras voces (DPI, 2011), Apresurada cicatriz. Instantáneas de poesía centroamericana (Proyecto Literal, 2013).