Treinta días sin Jesús, el joven catequista
de Nochixtlán
1
Nochixtlán, Oaxaca. Ésta es la última vez que Jesús Cadena recorre las calles del pueblo. Avanza, pasa al lado de la presidencia municipal de Nochixtlán, una ruina negra a la que nadie presta demasiada atención.
Cuando las muertes encendieron los ánimos, los pobladores no dudaron en prenderle fuego a la comisaría de la policía federal que se encuentra en una de las salidas del pueblo y a la alcaldía, ese edificio abandonado y cubierto de ceniza junto al que ahora transita Jesús.
Los restos de la batalla aún están frescos. Antes de llegar al punto final, la caravana atraviesa una calle adoquinada con restos de bombas molotov. Más adelante, gira y toma el andador que culmina en el panteón: fue aquí donde se apostaron varios de los policías captados a la hora de recargar escuadras semiautomáticas, tomando posición para disparar. Antes de ingresar, varios de quienes acompañan a Jesús se detienen a recoger casquillos ya percutidos: hay cientos de ellos. Todavía quedan algunos huaraches desperdigados por el camino.
A Jesús Cadena lo llevan cargado en hombros, dentro de un féretro blanco y modesto, rumbo a su entierro. Todavía nadie quiere creer que ese muchacho haya encontrado la muerte así, de pronto. Jesús, el catequista, el joven más atento del pueblo; Jesús, el futuro ingeniero, muerto a los diecinueve años por una bala que salió de un lugar inesperado, en medio de una refriega entre policías federales y manifestantes, mientras intentaba ayudar a los heridos.
Los entierros en Oaxaca casi siempre implican fiesta y mezcal; comida antes, durante y después de despedir al difunto mientras los músicos hacen sonar trompetas, tarolas y tubas hasta quedarse sin aliento. El aroma de los nardos y las gladiolas se apodera del aire. En la mixteca oaxaqueña morir puede ser esto: un ritual para que los otros, los que quedan, vuelvan a encontrarse y conviertan el dolor en fuerza.
Pero el funeral de Jesús va un poco más allá. Cientos de personas han llegado a despedir al catequista, muchas más que a todos los otros siete caídos en la batalla del domingo 19 de junio. Frente a los camarógrafos y los reporteros que documentan el duelo, los familiares de Jesús lloran mientras gritan consignas políticas y vituperios contra el gobierno.
Una comisión de la sección 22 del magisterio oaxaqueño se presenta para dar sus condolencias a la familia. En Oaxaca, morir también puede convertirse en una protesta.
2
Cuando una balacera se desata no hay más que tirarse al suelo. Es lo único que puedo pensar mientras escucho el sonido tartamudo de las ráfagas; las armas automáticas convierten los disparos en un rumor de fondo que lo destroza todo, un ruido blanco en el que se confunden los estallidos de los gases lacrimógenos y de las balas de goma. Correr es inútil porque uno se convierte en blanco fácil. Llegamos a Oaxaca hace casi una semana para presenciar las actividades conmemorativas del inicio del movimiento popular de 2006. En aquel entonces participé en las manifestaciones y en algunas barricadas; atestigüé los abusos y la represión policiaca.
Esta visita sería sólo un acto para recordar los hechos de aquel año, pero desde hace dos días el cierre de las carreteras nos impide regresar a la Ciudad de México. Desde muy temprano comienza a circular el rumor que más tarde será noticia internacional: para disolver un bloqueo instalado por los maestros oaxaqueños que protestan contra la reforma educativa, la policía federal disparó contra los pobladores de Nochixtlán.
Diez años después, la tragedia se repite con una precisión que asusta. Algunos intentamos llegar allá, pero es imposible: el bloqueo en Hacienda Blanca —una de las salidas de la ciudad de Oaxaca— nos detiene en seco. Varios tráileres y pipas de gasolina atraviesan la carretera, entre piras de llantas que arden.
Todo parece estar en calma en este punto, pero desde el mirador del Cerro del Fortín se aprecian, como un mal presagio, enormes nubes negras sobre la ciudad. El bloqueo crece conforme se amplía la información sobre Nochixtlán: ocho muertos, heridos por decenas. Imágenes de policías con armas automáticas empiezan a circular por internet. Nos enteramos, además, de que los hospitales fueron cerrados por los mismos federales, quienes ordenan no atender a nadie.
Cuando varios helicópteros de la policía federal comienzan a sobrevolar el bloqueo de Hacienda Blanca, suenan dos cohetones de alarma. Entonces los maestros se cubren la cara con paliacates, se arman con palos y piedras. Diez barricadas se levantan, tanto en la vanguardia como en la retaguardia. Las botellas con vinagre y cocacola para repeler el efecto de los gases lacrimógenos estaban listas: todos parecían saber lo que vendría.
La lluvia de gases comienza a las seis y media de la tarde. Quienes no pueden cubrirse el rostro, se refugian debajo de los toldos o se alejan. La policía tarda media hora en avanzar, sin dejar de lanzar gases.
Es entonces cuando escucho las balas en Hacienda Blanca.
Balas: balas de verdad.
En una balacera lo mejor es cubrirse, pero no siempre es posible hacerlo. Entonces conviene tirarse al piso, no moverse, resistir las ganas de correr. Los gases siguen cayendo a puñados y hay quien recibe las latas de gas sin inmutarse y las regresa como si fueran pelotas, una por una, hacia la policía. En todos los enfrentamientos siempre hay un grupo de personas que hace eso, los que más se arriesgan, los que muchas veces caen heridos. O muertos.
Lo que sigue es una avalancha. Cientos de elementos policiacos irrumpen por la avenida principal y luego por dos calles secundarias; ni las barricadas ni el fuego ni las piedras son capaces de frenar la gran ola de humo y confusión. Veo mi reloj: son las 19:45 y no sé cuál es el número de caídos. Un joven con el abdomen ensangrentado es cargado hacia un vehículo. Ha recibido un proyectil en el estómago. Agoniza. Días después me enteraré de su nombre: Azarel Galán Mendoza. Tenía dieciocho años.
3
Jesús Cadena era cuidadoso con los detalles. Nunca quiso presentarse a un evento importante si no estaba cómodo con su aspecto. Por eso, un viernes antes de morir, fue al dentista a taparse la caries de una muela. En unas semanas partiría a Teposcolula a realizar un examen de admisión. Jesús había pensado inscribirse a la Universidad de Chapingo, pero ahí sólo podría estudiar una carrera relacionada con la agronomía y lo que Jesús quería era convertirse en ingeniero civil. Y como el costo de la prueba en Chapingo estaba fuera de sus posibilidades y el Instituto Superior de Teposcolula quedaba a media hora de Nochixtlán, la decisión se tomó sola.
Aunque pasó tres años como catequista del pueblo y peregrinó desde la ciudad de Oaxaca hasta Juquila, Jesús nunca buscó ser sacerdote. Su vocación de servicio le venía del catolicismo, que profesó desde niño. Por eso no fue raro que aquel domingo 19 de junio mucha gente viera a Jesús en la parroquia, atento como siempre, acarreando agua y alimentos para llenar una ambulancia que luego los llevaría hasta el bloqueo de los maestros. Cuando los policías comenzaron a disparar, fue de los primeros en llegar al bloqueo. Quien lo vio cuenta que Jesús no dudó en comenzar a cargar a los heridos, en llevarlos a la misma ambulancia en la que él había llegado o a los taxis que, en medio de los escombros y el fuego, se convirtieron también en vehículos de auxilio.
Así estuvo algunas horas, primero apoyando el bloqueo; después, conteniendo la sangre de sus vecinos.
Doña Paty, madre de Jesús, al no verlo en casa, se angustió y comenzó a buscarlo, primero en la clínica, después en la plaza del pueblo, también en la parroquia; temía que hubiese ido al bloqueo desde donde llegaba el estruendo de las balas. Por los altavoces de la iglesia, Paty escuchaba las voces que pedían apoyo para resistir el desalojo y también agua, vinagre y vehículos para auxiliar a los heridos.
En ese momento, el teléfono de Paty comenzó a sonar. “Estoy bien, mami. Si puede venga por mí, estoy atorado en un terreno, me dieron un rozón, pero si no, en un ratito llego a la casa.” Fue la última vez que escuchó la voz de su hijo.
Las versiones de los testigos coinciden en que la mayoría de los disparos frontales provinieron de una reja de carrizos ubicada al poniente de la carretera y desde el oriente, justo desde la famosa vulcanizadora Reyes; detrás de los manifestantes quedaba el inicio de la barda del panteón, también desde ahí llegaban las balas.
Cuando la población trató de rodear a la policía atravesando un terreno ubicado detrás de los carrizos, otros policías se posicionaron cerca de ellos, parapetados detrás de unas jacarandas. Finalmente, al replegarse la policía por la autopista, otra ráfaga de disparos cayó sobre algunos maestros y habitantes.
Algunas balas cayeron desde lo alto. A cincuenta metros de uno de los puntos donde el enfrentamiento llegó a su nivel más crítico, se encuentra el hotel Juquila. Hoy, una gran mancha de hollín asoma desde la planta baja y escala, por la fachada blanca, hasta el primero de sus tres pisos. Los habitantes de Nochixtlán sostienen que, desde allí, francotiradores vestidos de civil dispararon contra la población desarmada; por eso decidieron quemar el edificio.
Aunque no se descarta que los francotiradores hayan ocupado el hotel Flamingo’s o el Merli, todos creen que desde aquí salió la bala que remató a Jesús.
4
El bloqueo comenzó apenas una semana antes de la muerte de Jesús, al día siguiente de que la policía estatal decidiera desalojar un plantón del magisterio en el Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca (IEEPO).
Nochixtlán es un punto clave para las comunicaciones entre Oaxaca, Puebla y la Ciudad de México. Cerrar la autopista y la carretera federal fue parte de la estrategia de la CNTE, pero no hubiera sido posible sin el apoyo de familias pertenecientes a las comunidades cercanas. Llantas, piedras, carros atravesados y árboles sirvieron para bloquear el punto de contacto entre tres ciudades.
El objetivo de un bloqueo, en principio, es forzar la negociación o, por lo menos, el diálogo; pero en Oaxaca la mayoría de los bloqueos han sido desalojados de manera violenta. Durante 2006, los bloqueos callejeros fueron atacados por grupos de personas vestidas de civil pero fuertemente armadas.
El 28 de octubre de ese año, mientras Carlos Abascal, entonces secretario de Gobernación, juraba que no habría represión en Oaxaca, al menos cuatro mil quinientos elementos de la policía federal se trasladaron por cielo y tierra para acabar con las protestas que encabezaba la APPO. A partir del día siguiente, cada bloqueo que se colocaba para frenar el avance de la policía federal era arrasado con tanquetas.
5
Doña Paty no lloró en el entierro de su hijo. “No le hubiera gustado verme así, lloré nomás cuando me enteré que lo habían matado. No podía creerlo, pensé que lo habían confundido; yo acababa de hablar con él.”
El momento es incómodo. Nos mira con dolor y nos pide, nada más, que no haya cámaras ni grabadoras. Las hermanas de Jesús traen un par de sillas y, luego de colocarlas alrededor de su madre, corren una cortina traslúcida hacia el cuarto principal. No desean hablar más de la muerte de su hermano. Doña Paty dice: “Más que una madre y un hijo, él y yo éramos amigos. Nos contábamos todo, nuestras penas, nuestras alegrías.”
La casa donde vivía Jesús con su madre y sus cuatro hermanas no es muy grande; quizá unos noventa metros cuadrados, construida con paredes de adobe ya desgastado. Desde la calle se entra a un pequeño cuarto donde se levanta un altar para Jesús: cinco velas encendidas, una botella de refresco con agua bendita, algunas flores. Junto al altar, una bocina hace sonar canciones de bachata y salsa, música para bailar que reproducen desde una USB que sus familiares encontraron entre sus pertenencias.
También una fotografía de Jesús, encima de una hoja blanca donde puede leerse, con plumón negro: “Gracias por acompañarme.”
El cuarto principal es mediano, tiene forma de ele y sirve de dormitorio, cocina y comedor. Junto a la mesa en la que se sientan todos a cenar, más fotografías cuelgan de la pared: familiares recién nacidos que comparten espacio con los más viejos, en una especie de museo íntimo. Justo arriba de la cama en donde sus hermanas duermen, un retrato muestra a Jesús reclinado sobre una pierna. Lleva el uniforme del Instituto Tecnológico de Santiago Yolomécatl en el que estudió la preparatoria.
Su madre parece más triste que en el funeral, como si apenas comenzara a digerir el impacto de la muerte de su único hijo varón. “Extraño su modo alegre, comedido siempre.”
Los recuerdos de las cosas simples siempre calan más. “A él le gustaba bailar y tenía más amigas que amigos; quería casarse con su novia. Siempre recibía a la gente con algo de comer. Aunque no hubiera nada, él preparaba algo; le gustaba mucho cocinar y me ayudaba a preparar la comida para atender a la gente que llegaba a la casa; le gustaban los tacos árabes, los chiles en nogada.”
Doña Paty toma su teléfono celular y señala distintas imágenes que aparecen en la pantalla: en la primera, gente acarreando piedras y agua; en otra, una barrera de policías rodeada de humo; un helicóptero que sobrevuela el cielo; otra que parece tomada desde la barda del panteón.
Son las últimas fotos que tomó Jesús con su teléfono durante el desalojo. Es lo último que vieron sus ojos.
6
Después del violento desalojo del bloqueo de la carretera, los funcionarios públicos de Nochixtlán dejaron el pueblo. El alcalde y su esposa subieron a un helicóptero de la policía federal y huyeron ese mismo día. Regresarán dos semanas después para intentar, sin éxito, ocupar de nuevo sus cargos.
Jesús es enterrado sin acta de defunción porque el ministerio público encargado de levantarla también huyó. El personal de la funeraria que preparó el cuerpo realizó una suerte de necropsia y “determinó” las causas de la muerte: Jesús Cadena Sánchez falleció a las 11:30 horas del domingo 19 de junio por una herida causada por arma de fuego. Varios órganos a la altura del vientre fueron perforados y las lesiones le provocaron una intensa hemorragia interna. Sin embargo, como no hubo médico forense que supervisara el procedimiento, todavía quedan muchas dudas.
Después de recibir el impacto, Jesús fue transportado en un vehículo, aunque no se sabe con precisión si falleció poco antes o después de llegar al centro de salud; tal vez ni siquiera hubiera podido ser atendido: la policía federal bloqueaba los hospitales y las clínicas públicas de Nochixtlán.
Semanas después, cuando el miedo a salir ceda un poco y los hospitales abran sus puertas, los damnificados seguirán llegando: más de noventa heridos de bala, golpes o quemaduras; al menos veinte en estado delicado. Los familiares de los asesinados se reunirán con el gobierno federal y, mientras el Estado presenta una endeble propuesta para revisar el modelo educativo, la sentencia de la Secretaría de Gobernación no se modificará del todo: la reforma no se aplicará en Oaxaca aunque en el resto del país sí.
Nada de eso cambiará lo que aquí ha ocurrido: cuatrocientos policías estatales y cuatrocientos policías federales desalojaron un bloqueo de cincuenta manifestantes; murieron ocho personas —siete a causa de heridas producidas por arma de fuego, una más por mala manipulación de material explosivo.
Doña Paty recibió un acta de defunción hasta cinco días después de la muerte de su hijo y sólo gracias a la intervención de algunos miembros de la CNTE. Recibió un documento firmado por un médico que nunca vio el cuerpo de Jesús y que, por lo tanto, no describe el calibre del proyectil ni la trayectoria de la herida. La bala que mató a Jesús bien pudo llegar de frente, desde la barda de carrizos, o desde alguna ventana de algún hotel. O desde ambas.
7
Quienes cavaron la fosa donde yacerá Jesús Cadena, el joven catequista de Nochixtlán que deseaba ser ingeniero, colocan ya las cuerdas para el descenso de su ataúd. Su madre dobla la bandera mexicana con la que se cubrió el féretro durante el cortejo. Con la voz acuchillada, su padrino de bautizo alcanza a decir unas palabras: “El asesinato de Jesús Cadena Sánchez nos debe servir para mantenernos firmes en la lucha, porque esto ya no es sólo la lucha contra una reforma. El gobierno ya se metió con el pueblo, y con todo el dolor que esto nos causa, no abandonaremos esta lucha.”
La madre de Jesús abre la ventana del cajón y se despide de su hijo. Hacen lo mismo sus hermanas y amigos. El ataúd desciende, puños de tierra caen sobre él, después le llueven flores. Es un entierro silencioso, a diferencia de otros entierros mixtecos. El rumor de los llantos es lo único que se escucha: lo cubre todo.
Heriberto Paredes Coronel. Cursó una maestría en Estudios Latinoamericanos en la UNAM. Parte de su trabajo fue incluido en el libro Zetas: la franquicia criminal de Ricardo Ravelo (Ediciones B, 2014), así como en Latinamerikanske løsninger (<http://www.latinamerikagruppene.no/omlag/publikasjoner>), del Comité Noruego en Solidaridad con América Latina (LAG) (Oslo, 2012); en la revista Variopinto, el periódico Frente, Latin Amerika Nachrichten (Alemania), Latin Amerika (Noruega); y en las páginas web de Emeequis, Animal Político, Agencia Subversiones, Surco Informativo, Mondiaal Nieuws (Bélgica) y Alter Monde (Francia). Ha realizado estancia de investigación periodística en la Costa Atlántica de Nicaragua (2013) y en Brasil (2014).