No. 137/CUENTO BREVE |
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Hojas negras |
Jorge Rojas Rodríguez |
UNIVERSIDAD DE GUANAJUATO |
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Tres días mirando a esos malditos pájaros negros. Deslizándose como arrugadas hojas brunas sobre el brusco aire del otoño. Graznando e imitando el rabioso sonido de un taladro. "Sé que algo va a pasar, algo no muy bueno", me dije. El primer día estaban en los árboles de la iglesia. Allí nos encontrábamos mi amiga Cristina y yo contemplándolos; ella fascinada, yo aterrorizado. El segundo día los vi en la huerta del pueblo; caminaba en la amplia y sombría calle que justamente rodea al misterioso lugar, acompañado de mi inseparable amiga quien, sabiendo mi aversión hacia ellos, dijo: —¡Mira, los pájaros que me gustan! Yo no contesté, al fin que los pájaros estaban en la calle. "No puede ser tan grave lo que hagan estos animales", pensé en mis adentros. Pero al tercer día no pude ignorar la descarga de malas vibras que se insertó en mi cuerpo mediante un odioso escalofrío. Ni siquiera terminé el desayuno cuando un fuerte graznido irrumpió en mis oídos. —¿Ya viste el enorme pájaro negro que está parado en el fresno?— exclamó mi hermana, sorprendida. Nuevamente me quedé callado, escuchando cómo se confundían los graznidos del animal aquel con el alboroto de mi familia, que discutía sobre qué clase de ave de mal agüero era aquella. No me moví ni un centímetro de mi lugar. Si no lo veía, tal vez no sucedería nada. "Parece que el haber incrementado mis lecturas de temas góticos me está volviendo más supersticioso", pensé de nueva cuenta. De niño tomaba a juego el hecho de que siempre que veía esas aves alguien moría. Fanfarroneaba con mis amigos diciéndoles que era adivino. Ahora me doy cuenta de que sólo cuando graznan ronda la muerte. Si los escuchaba en la calle, moría alguien del pueblo, pero si sucedía en mi casa, moría alguien de mi familia. Al menos eso pasó con mi prima, mi cuñado, mi tía y mi abuelito. Recuerdo cuando murió mi abuelo, un hombre fuerte, de gran corazón; me fascinaba escuchar sus historias. Así fue como supe que mi bisabuelo fue víctima de la revolución. Qué bueno que esa época ha quedado atrás, pero qué mal que la violencia continúe. En fin, ése es otro cuento. Volviendo al nuestro: el del deceso de mi abuelo, yo estuve allí cuando murió. Frente a su habitación había un árbol que empezó a marchitarse desde el mismo día de su fallecimiento. Únicamente quedaron unas ramas secas que se deshicieron con los golpes de la lluvia y el viento. Furiosos embates que fueron expulsando aquellas "hojas negras": horribles pájaros que en tan sólo un instante cubrieron todo el patio, chillando y gimiendo como si de esta manera quisieran transmitir su funesto mensaje. Mejor aquí le cortamos. Ayer fue el tercer día que escuché a esos malditos cuervos, y hoy... ¡vaya!, asistiré al funeral de uno de mis tíos. |