No. 141/RELATO

 
Tres veces


Cristina Pérez
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS, UNAM

 

1

Si ella traza caminando una línea recta en el espacio y se detiene en un punto fijo y en algún momento todo se difumina hasta desaparecer y queda sólo una luz blanca y ella sigue caminando sin saber si traza una línea recta o una curva, o da vueltas en círculos en su propio destino inexorable, si ella camina, se detiene y entonces camina después de todo, por fin, algo habrá sucedido.
 

2

Una piedra pequeña y ella, una mujer inmóvil. Una mujer detenida durante horas mira la piedra. ¿Busca algo en esa acción detenida que fractura el paso del tiempo? La mujer mira la piedra como si en ese mirar le fuese la vida. Quien la viera sentiría la angustia de quien ve a una mujer lanzarse al vacío. Un cuerpo cayendo desde la piedra más alta al precipicio. Quien viera la piedra como la ve esa mujer, sentiría de pronto como si le preguntaran su nombre y se diera cuenta de que lo ha olvidado o incluso, tal vez, que nunca lo ha tenido. Sentiría como si una piedra hiciera aparecer su nombre sin aparecerlo, pues solamente quedaría la pregunta sin respuesta, su nombre vacío.
 
La piedra no puede nombrarme, he olvidado mi nombre. Siete plumas volaron a mi boca. Me nacieron adentro siete pájaros. Por mi boca cantaban cada uno su canto: podía nombrar el mundo. Pero yo era sólo una y había siete pájaros adentro. Cuando crecieron al punto en que ya sentía su plumaje justo debajo de mi piel, temí volar y, sacando siete plumas de mi boca, me quedé en silencio.

 

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Ilustraciones de Itzel Paola Montes Quezada, ENAP-UNAM

 

Pareciera como si la piedra le preguntara su nombre y la mujer escuchara el sonido inaudito. Yo la miro y me pregunto ¿desde cuándo las piedras han dejado la inercia y se han robado las palabras? ¿Sí han obtenido lenguaje las piedras o se ha petrificado el lenguaje?

Desde que no tengo voz, todo me habla. Yo tenía siete pájaros que querían crear con sus cantos todo el universo. Yo maté a mis pájaros porque querían con sus cantos nombrar un altísimo misterio. Crecían cada vez más en mis adentros, casi hasta romper el límite de mi piel para cantar la existencia toda, sin ningún resquicio de silencio. Yo maté a mis pájaros y ahora todo me habla, pero de mi boca sale un soplo inaudible: la respiración simple.

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Hay una piedra y una pregunta parece ahogarse en el silencio. Como en caída libre la mujer se lanza desde lo más alto de sí misma a su propio vacío y se sobrepasa en lo insondable, en el infinito silencio de una piedra. Esa mujer calla parada ante una piedra y parece que le va la vida en ese mirar y callar y parece que literalmente se le va la vida porque parece como si cayera de la piedra al vacío.

Ahora el sol se sitúa delante del camino y de la mujer. La luz le ciega los ojos y la piedra se le desaparece. Entonces camina con los ojos cerrados. Quien la hubiera visto no podría entender cómo se puede caer desde una piedra tan pequeña en una caída tan larga. Con la luz todo el mundo de aquel largo instante desaparece, se borra la piedra, la caída, y hasta la mujer se borra en la absoluta nada puesta al descubierto por la total blancura de la luz.

En el inmenso silencio que se abre entre la pregunta y la falta de respuesta, voy cayendo en el precipicio de la indiferencia. Descubro el simple placer de no poder pronunciar palabra, de que las cosas (incluso yo misma), se queden sin nombre y que la pregunta se quede flotando en el aire. Cuando me preguntan quién soy, mi respuesta es un suspiro.

La luz penetra a través de sus párpados, baja recorriendo todo su rostro y luego inunda el vacío en su garganta. La mujer sigue caminando hasta perderse en el horizonte. El paisaje queda intacto, como si nada hubiera pasado.

3
Blanco. Los dedos del sol, rayos de luz, difuminan los colores hasta que todo se convierte en blanco. Ya no hay árbol, camino, piedra. Todo es blanco, una inabarcable separación entre el ojo y el paisaje.


Blanco.
Absoluta presencia.
No es que haya silencio
sino que esta luz alumbra
la indiferencia.

No ha caído la nieve.
No hay frío por la ausencia
del caminante.
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La serena existencia
de las cosas
reposa,
al fin,
detrás del ojo
que ya no mira.

In-observado,
el paisaje se muestra
a sí mismo
en la clara superficie

Blanca realidad
apreciable sólo
en la narración
de un momento
que sucede siempre

fuera
más allá
de nosotros
en la blanca realidad
de un paisaje iluminado
y
solo.

Piedra
es ahora
una palabra
sin correspondencia.

Ya no hay ojo que vea la simplicidad de este paisaje. Ya no hay boca ni manos que puedan narrar el simple suceso. Todo es blanco, en la mente del narrador, blanco y sólo blanco: el paisaje indiferente a su existencia.

 

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