—¿Has dormido con ella?— La pregunta fue directa, incisiva, buscando rascar en lo más hondo de los sucesos, pero su voz, lejos de escucharse lasciva, se sentía paciente, como si supiese la respuesta que estaba a punto de caer de mis labios.
—No, no lo he hecho—. La seriedad era parte de mi carácter, y los temas sexuales no eran algo que me causara sorpresa. Lo cierto es que no hubo nada de sexo aquella noche. Ofelia era tan sólo una amiga, alguien que me brindaba un poco de calma cuando mi mar de sentimientos se picaba. No, había dicho, ésa era la verdad. Pero ella no esperaba esa respuesta. Supuse entonces que lo que ella esperaba escuchar era un sí, lo hicimos toda la noche, eso hubiera aliviado su sentimiento de culpa.
—Y tú, ¿has dormido con él?— Sus labios se despegaron apresurados, pronunciando una respuesta que ambos sabíamos que era mentira.
—No, aún no— estaba en lo cierto, su voz sonaba hueca, falsa a todas luces.
—Pero lo harás, se te ven las ganas en el rostro— ¿Celos? No… se supone que debería sentir celos, pero mi rostro, por el contrario, denotaba una gran indiferencia.
¡Qué va! Lo cierto es que estaba muerto de celos. El pecho era una flama incontenible, suerte que la camisa no comenzó a quemarse. Me aferré al volante y rebasé tremendamente al auto de enfrente, esquivé al siguiente y logré hacer un cambio de carril de ensueño desde el extremo de alta velocidad en una sola maniobra; el avance no había sido mucho, pero al menos había logrado pasar una zona de tránsito lento. Volví a acelerar haciendo esta vez la maniobra en forma inversa, seguida de una vuelta a la izquierda a más de ochenta. Aún así las llantas no rechinaron. La expresión de su rostro se veía trastornada. Sabía que yo conocía la verdad. Puso sus manos entre las piernas, buscando una virginidad perdida hacía mucho tiempo.
—No tiembles, sabes que te amo…
—Apaga la luz, por favor. Yo también te amo…
La oscuridad reinó, una suave línea de luz aún lograba colarse por entre las cortinas; fuera de eso, la oscuridad gobernaba. Al fondo, la silueta de un cuadro en le pared, justo arriba del mueble del teléfono, al cual habían ido a parar nuestras ropas. Desde el lugar en el que estaba podía perfectamente ver la silueta de su cuerpo desnudo. Era de piel blanca, suave y tersa. Sus senos resaltaban un poco a causa de los resquicios de luz que seguían luchando por entrar. Estaba quieta, su respiración era arrítmica. Por un momento me quedé ahí, contemplando aquel bello cuadro. Se acarició las piernas con cierto dejo de nervios, respiró hondo y comenzó a hablar.
—¿Vendrás o dejarás que me muera de frío?— Comencé a caminar lentamente, a la par que ella entreabría las piernas sin reservas, dejando que los cuerpos cediesen el espacio a las sensaciones puras.
Dejé de sentir mi cuerpo por un instante; el piso dejó de existir, flotaba, pero seguía en el mismo lugar, luchando por dar un paso más. Las piernas sin responder. El cuerpo desnudo y las ganas en el aire.
Acaricié sus pies, explorando poro a poro sus delgadas pantorrillas. No había prisa. Ella seguía inmóvil, tragando saliva suavemente cada vez que mi mano avanzaba. Todo lo que había soñado estaba frente a mí, y yo sin saber por dónde comenzar. Toda vez es una nueva primera vez —repetía en mi cabeza…— Toda vez es una nueva primera vez. Y el susurro se perdía en la oscuridad dominante.
Su entrepierna era dulce y tibia, pero yo aún estaba en la rodilla. Nunca creí que el cuerpo de una mujer tuviera sabor, pero ella sabía a vainilla. Sí, posiblemente su entrepierna fuera dulce y tibia, lo cierto era que sus piernas eran un helado, dulces pero frías.
Respiraba agitadamente, dejando escapar de cuando en cuando un leve gemido. Su mano apareció de la nada, la sentí de pronto acariciándome el cabello; era suave su caricia, y por momentos tomaba ánimos y me daba suaves tirones. Las caricias subieron de tono y la habitación estaba en alerta amarilla. Besé su vientre, nadé en su ombligo y me dispuse a explorar las grandes planicies de su terso abdomen. Era como galopar a pelo y a contraviento. Su voz se oía cada vez más intensa, las ganas a punto de reventar. Mis labios en sus labios, una mano en la cadera, la otra apoyada en el lecho y acariciando su rostro, su cuerpo bajo el mío, sus manos en mi espalda, un delicado gemido y todo se había consumado.
Sudorosos se abrazan los amantes,
el cuerpo agotado, las almas extasiadas.
Todo en un respiro envuelto en un suspiro.
Dibujos de Itzel Paola Montes de Quezada, ENAP, UNAM
Este relato resultó ganador en el Concurso Literario de la Semana SEFI, Facultad de Ingeniería, UNAM.
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