No.130/DEL ÁRBOL GENEALÓGICO

 
Cuatro principios rectores para una experiencia
llena de vida (fragmento)



Helena Maria Viramontes

 

 

1. Anatomía de la propiedad

Déjenme comenzar con una historia. En septiembre de 1979 fui aceptada en un programa de la Maestría en Bellas Artes (MFA) sobre escritura creativa, calificado con un grado de prestigio muy alto en California. Mi admisión en el programa de egresados implicó una reducción de mis responsabilidades como coordinadora, al lado de Víctor Manuel Valle y Jesús Mena, de la Asociación de Escritores Latinos de Los Ángeles. Hasta mi partida, habíamos llevado a cabo religiosamente talleres los jueves y producido una publicación subsecuente: XhismeArte. Una vez a la semana abríamos un salón de estudio en el centro de Los Ángeles y ofrecíamos un taller imbuidos en la firme creencia de que quien haya peleado por escribir poesía, ficción y no ficción era seriamente bienvenido. No obstante, partí. Recién casada, recién admitida en el programa de maestría, había entrado con gran antelación a ambas instituciones para ser santificada como escritora y como mujer, respectivamente. Yo tenía veinticinco años.

Nací en East L.A., una sección que alberga muchos mexicanos, considerada sólo segunda en número para aquellos que viven en la Ciudad de México. Era un área empobrecida, y en muchas formas nuestras casas recordaban huevos de pascua decorados con colores brillantes y diseños caóticos improvisados con material de construcción encontrado, trabajado o conseguido en trueque. Estas casas se decoraban con frecuencia con jardines útiles, de modo que mi mamá sembró nopales, chayotes y verdolagas para las comidas, junto con hierbas medicinales para la sanación, junto con rosas e hibiscos, por… bueno, simplemente por la belleza. Yo todavía recuerdo la ausencia de banquetas cuando caminaba hacia la escuela o el ser mantenida en profunda fascinación por el viejo y su mula que llegarían una vez a la semana para recoger los desperdicios de metal.

El lado Este probó ser tolerante en una parte y litigioso en la otra: Soto Street cruzaba Brooklyn Avenue —que llevaba este nombre por Brooklyn, Nueva York—, donde una tienda de delicatessen de Canter floreció por años. Hacia el sur, nos rozábamos con la comunidad afroamericana. Y hacia el este, Atlantic Boulevard era compartido con una próspera comunidad asiáticoamericana. Pero para toda medida y fines, la parte Este era una sección con frecuencia olvidada por el resto de la ciudad, excepto para enterrar a sus muertos.

Cuatro viejos cementerios rodeaban nuestras cuadras, el cementerio serbio y el chino permanecieron sin alteraciones hasta que Cal Trans comenzó a desarrollar las principales vías. De hecho, la leyenda urbana dice que un grupo de hombres que trabajaba con maquinaria en la construcción de Long Beach Freeway, sacó con las mandíbulas metálicas de sus máquinas unos ataúdes que pertenecían a uno de los cementerios y rápidamente desechó su hallazgo. Ahora, cuando me siento sobre los mosaicos de azulejo de nuestro porche para estudiar la velocidad alocada de los vehículos, sé que las altas rampas no sólo están sostenidas con acero y concreto sino también con los huesos de los olvidados.

Si East L.A. estaba alejado del resto de la ciudad debido a su etnicidad y clase, ahora nosotros le estábamos dando total atención, a medida que los planificadores de la ciudad delineaban incisiones oscuras de autopistas de tránsito masivo en mapas de estudio. La construcción de las autopistas resultó una amputación completa y nos convertimos en extremidades fantasmas.

En contra de mi estatus de fantasma, digo que estoy aquí porque soy producto de la historia imperial, de las intersecciones raciales, una mestiza que negocia un examen interminable de su propia existencia, en una ciudad que quiso que ella creyera que no existía.

Primer principio rector: Asegúrense de que sus lápices estén lo suficientemente afilados como para cortar el silencio del papel en blanco.



Este texto está publicado en La Herencia/The Heritage, UNAM-SRE, México, 2003. Todos los derechos de este texto pertenecen a Helena Maria Viramontes, quien autorizó su reproducción aquí.


Helena Maria Viramontes nació en East L.A. Después de estudiar una licenciatura en Inmaculate Herat Collage, obtuvo una maestría en Bellas Artes en la Universidad de California en Irving en 1994. Entre sus publicaciones se encuentran dos libros de cuentos: The Moths and Other Stories y Paris Rats in E.L.A. Su novela Under the Feet of Jesus fue publicada en 1995. En 1994 recibió un doctorado honoris causa de St. Mary’s College de Notre Dame. Entre otras distinciones, le fue otorgada una beca de The Nacional Endowment for the Arts en 1989 y el premio John Dos Passos de la Fundación Longfellow en 1996. Su trabajo ha sido traducido al español, al indi y al alemán. Participa activamente en encuentros literarios y ha sido profesora visitante en diversas universidades de Estados Unidos y el extranjero. Desde 1989 es profesora en el departamento de inglés de la Universidad de Cornell.