La publicación de Pocho, en el año de 1959, ha sido considerada por diversos críticos como el punto de partida de la literatura chicana, al menos en el género de la novela. Sin duda, la obra de José Antonio Villarreal, que había sido precedida por los trabajos de otros autores originarios de la antigua Aztlán, fue un episodio significativo pues, a pesar de sus deficiencias técnicas, comenzó a caracterizar la narrativa chicana y abrió una ruta que indicaría el contenido general de esta expresión artística que, además, estaría vinculada al fenómeno de la transculturación y el choque entre las culturas de dos pueblos en una región que, tras la guerra de 1847, los ligaría profundamente. Sin embargo, como ha señalado Ignacio Trejo Fuentes en De acá de este lado: una aproximación a la novela chicana (1989), el verdadero inicio de esta expresión artística fue producto del trabajo de Josefina Niggli, quien, en 1947, dio a conocer Step Down, Elder Brother. De este modo, los trabajos presentados por las cinco escritoras chicanas en La Herencia, herederas distantes de la primera aventura femenina, hacen patente la continuidad de una tradición que se ha consolidado en aquella geografía.
La Herencia, producto del I Encuentro de Escritoras Chicanas organizado en 2003 por la UNAM y la Secretaría de Relaciones Exteriores, reúne textos muy singulares pues sólo uno de ellos es literatura de creación, mientras que el resto podría clasificarse como ensayos, testimonios e informes de investigaciones. No obstante, sin menoscabo del género abordado, cada trabajo ilustra claramente que, en la actualidad, las autoras chicanas de las generaciones más recientes han absorbido la tradición y la visión de sus antecesoras, especialmente porque han seguido su camino expresando las mismas inquietudes y, sobre todo, una especie de conciencia unificada que radica en construir una identidad femenina a su vez establecida cultural e históricamente en regiones representativas como California y el suroeste de Estados Unidos.
Desde sus orígenes, la literatura chicana femenina fue un vehículo de liberación para una colectividad que había sido oprimida social y artísticamente por las sociedades predominantemente masculinas. A dicha condición, que proclamaba a la mujer como un elemento decorativo y no como un pilar en el desenvolvimiento de los grupos humanos, se sumaba la discriminación por parte de los estadounidenses hacia el mundo chicano. Por ello, las voces de Estela Portillo, Sandra Cisneros y Lucía Guajardo, en cuento; Cordelia Candelaria, Dorinda Moreno, Inés Tovar y Olga Bravo en poesía, y Josefina Niggli, Gina Valdez y Catherine Quintana Rack en novela, entre otras muchas, se manifestaron por la concreción de tres objetivos: el reconocimiento de la importancia que el género femenino tenía para la sociedad, el desarrollo de un proceso de emancipación e independencia sexual y la aceptación del talento de la mujer tanto en el mundo laboral como en el arte.
En aquellos comienzos, cuando la mujer chicana era objeto de la indiferencia del patriarcado, su literatura, la cual era una especie de respuesta a la insensibilidad masculina, fue portadora de un feminismo extremo, casi siempre ejercido con base en la experiencia personal y la propagación de ideales de autonomía e igualdad. Así, la novela There are no madmen here (1981), de Gina Valdez, es un ejemplo de la liberación femenil en un entorno difícil y adverso. Aquí, la protagonista, María Portillo, supera todas las vicisitudes que le trajo un matrimonio con un varón irresponsable y, asimismo, consigue evadir toda clase de trabas para establecerse laboralmente.
De este modo, los textos “Hablas como ramera”, de Ana Castillo; “El poder de las palabras”, firmado por Carla Trujillo, y “Cuatro principios rectores para una experiencia llena de vida”, de Helena Maria Viramontes, todos ellos parte de La Herencia, son un sumario de las luchas políticas, sociales y literarias de numerosas generaciones de escritoras chicanas. En su trabajo, Castillo, autora de The Mixquiahuala Letters, galardonada con el Before Columbums American Book Award en 1987, presenta al lector las conclusiones de una investigación que realizó con teléfono y libreta para conocer detalladamente la vida sexual de las mujeres hispanas y, especialmente, de las chicanas. Los resultados, todavía alarmantes, sólo pueden interpretarse en una vía: la lucha por la emancipación sexual de la mujer hispana, no únicamente chicana, tiene aún mucho camino por delante, pues todavía no se resuelven problemas fundamentales como el embarazo prematuro, la sexualidad reprimida y las dificultades de comunicación entre parejas, sobre todo cuando se trata del control sobre el comportamiento masculino.
“El poder de las palabras” es un ensayo-testimonio en el que Carla Trujillo explica que, mediante el lenguaje, ya como impreso o como discurso enunciado, se han podido lograr cambios sustanciales en las sociedades y, por ello, el ser chicano, al cual demanda se le reconozca primero como ser humano, ha podido colarse en la industria editorial exitosamente mostrando que su identidad y su condición de clase, aún cuando exista discriminación, es superior a cualquier barrera cultural. Esta cualidad le ha permitido al mosaico chicano generar sus propias letras, así como un público lector y, como en el caso de Trujillo, lograr talentos individuales a partir del oficio literario.
El trabajo de Helena Maria Viramontes es un testimonio sobre el profundo retraso intelectual y social del mundo blanco en Estados Unidos, pero, del mismo modo, es un documento sobre la lucha femenina que se gestó desde la irrupción literaria de Josefina Niggli en 1947. En sus “Cuatro principios rectores para una experiencia llena de vida”, la autora de The Moths and Other Stories indica que la disciplina, el conocimiento de las raíces y la identidad personal, el rechazo de las ideas institucionales y la creatividad son los mecanismos para realizar una literatura reconocida y emancipadora. El texto, totalmente anecdótico, es el memorial de los conflictos que la mujer chicana ha vivido siempre: la discriminación racial y el sexismo que, a través del esfuerzo intelectual, resultado de años de trabajo constante, se han ido desvaneciendo. Como puede advertirse, este escrito se revela, de nuevo, como un peldaño más en la escalera de la liberación de las mujeres chicanas.
A diferencia de los materiales anteriores, los trabajos de Theresa Delgadillo y Carmen Tafolla ingresan completamente al plano de la literatura. “El rebozo de mi abuela”, de la segunda escritora, es un ensayo sobre la entereza histórica de la mujer chicana. Utilizando como metáfora el rebozo, que es una prenda muy resistente, la autora de Curandera aborda la poesía chicana reciente y la revela como una materialización lírica del espíritu de persistencia de su grupo racial. Tafolla, como el resto, vuelve a dialogar con sus antecesoras, pero, por otro lado, propone que la identificación con México, incluso para quienes nacieron en Estados Unidos, ha sido una parte esencial en el desarrollo del arte y la cultura chicanos. En resumen, este trabajo aborda el proceso de transculturación juzgándolo como un fenómeno positivo cuando beneficia el fortalecimiento de la identidad artística.
“No hay cómo predecir” es el único trabajo de creación literaria compilado en La Herencia. El cuento, estructurado como un intercambio de correspondencia, que recuerda el texto “Un dinamitero”, de Fracisco Monterde (La moneda de oro y otros cuentos), es sólo una muestra del talento literario de la mujer chicana. Se trata de la historia de Ramón, quien, avecindado en Estados Unidos, se comunica por medio de cartas con su esposa en México. La trama va describiendo el ocaso del protagonista quien, repentinamente, es doblegado por sus propios excesos. El relato tiene mucha verosimilitud ya que la autora supo explorar en la sicología del personaje y el lenguaje. Por otra parte, el manejo de las técnicas y la unidad del conjunto hacen de la obra una renovación del fatalismo existente en la narrativa chicana anterior. El tema, profundamente ligado al abuso contra el “mojado” mexicano, es bien desarrollado y, por consecuencia, constituye un ejemplar muy generoso por el equilibrio que mantiene entre la forma y el contenido.
Por ahora, La Herencia es la continuación de un ciclo iniciado hace más de cincuenta años por la mujer chicana que, en nuestros días, se ha convertido en tradición. Las cinco autoras de esta antología, publicada en una edición bilingüe, siguen erigiendo un corpus cada vez mayúsculo de literatura relativa a su grupo geográfico y social. Aunque el lector concluye el libro esperando otras pinceladas de ficción, la recopilación del trabajo extraliterario y el pensamiento individual chicano, es fundamental no sólo como una vía para incrementar su legado artístico, sino también como un medio para desarrollar la reflexión y el análisis crítico en torno al arte literario y el papel cultural del mismo. Sólo así, las interpretaciones en torno al fenómeno social, así como de su contexto humano, con la consecuente evaluación de todos los matices étnicos de los mismos, son la única forma para darle peso y permanencia a la literatura chicana, la cual, sin duda, ha subido al pedestal de la consolidación.
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