No. 129/EL RESEÑARIO

 

La esencia perdurable de Juan García Ponce




Eduardo Gálvez Vadillo
 




Juan García Ponce
Obras reunidas II
FCE, México, 2004, 308 pp.


esencia-perduarable-glvez-.jpg Quien fuera uno de los escritores más significativos de la Generación del Medio siglo, tanto por su infatigable labor en la promoción del arte y la cultura a través de su colaboración en revistas y suplementos, como por su aportación meramente literaria, Juan García Ponce (1932-2003), aparece una vez más en librerías.

Después de haberse editado el primer tomo de sus obras reunidas, en el cual se compiló su trabajo cuentístico, se presenta ahora Obras reunidas II (FCE, 2004), labor editorial que conjunta cuatro de sus novelas cortas: Figura de paja (1964), La presencia lejana (1968), La vida perdurable (1970) y El nombre olvidado (1970).

En estas cuatro novelas, Juan García Ponce alcanza a reflejar ya lo que sería su narrativa posterior acercándose a temas como el deseo, las relaciones amorosas y la búsqueda de la identidad. Asimismo, puede percibirse su naciente estilo literario: la recurrencia a los simbolismos, la descripción profunda de los ambientes, de los objetos, y la continua reflexión de sus personajes a partir de la contemplación.

Para el escritor de origen yucateco, las relaciones amorosas son un juego interminable de distancias en donde los espacios que separan a los sujetos son imposibles de llenar; las parejas son imanes intentándose unir por el mismo polo, es decir, irrealizables; el deseo es la voluntad que los empuja a acercarse, pero tal acercamiento se convierte en un camino eterno, perenne.

En La presencia lejana, el distanciamiento se expresa a través de la separación física: Roberto es un hombre que de pronto se siente atraído por una mujer más joven, Regina, quien al aparecer ante su mirada rompe con la inmovilidad de los ambientes, fractura el equilibrio de los objetos, destaca sobre cualquier otro cuerpo: la desea, sin embargo, es la presencia lejana, inalcanzable. Son fugaces los momentos en los que sus miradas coinciden, más aún los breves roces de sus cuerpos. Roberto la mira, contempla los movimientos de aquella figura desprendida del espacio, y le es inasible.

No obstante, el juego de las fuerzas amorosas no termina ahí, es más bien el comienzo, pues en La vida perdurable la distancia física desaparece, deja lugar al abismo afectivo y a un alejamiento emocional entre los personajes. en esta novela, García Ponce describe una pareja que a pesar de vivir en una misma casa, de compartir el mismo espacio y de poder satisfacer sus deseos carnales, nunca termina de unirse, de entregarse el uno al otro: “Él la contempló, como si de nuevo necesitara poner una mínima distancia entre los dos para comprender esa entrega sin entrega, a base de no mostrarse a sí misma, a la que ella había cedido enteramente con una imposible y oscura voluntad de perderse.”

En la vida perdurable, es ella, Virginia, quien no se abre, no permite que su vida se mezcle con la de Él —personaje que por cierto no lleva nombre posiblemente para darle mayor peso al de Virginia—, no acepta verse integrada a otra existencia que no sea la propia. Es ahí donde el autor acude a los simbolismos. Así como en El gato la mirada de un felino simbolizaba la mirada y la presencia del tercero, del voyeurista, aquí, son los perros la figura del distanciamiento, pues son ellos los que siempre han convivido con Él, los que lo rodean y se alegran al verlo llegar a casa, lo persiguen a todas partes, lo esperan mientras trabaja, los que siempre están ahí como parte indisoluble de su rutina, y los que a ella le son indiferentes, les cierra la puerta de su cuarto.

Así, se va descubriendo paulatinamente cómo García Ponce desentraña las relaciones entre sus personajes a través de una interiorización de los mismos, los hace reflexionar, los conduce por un camino de introspección, de búsqueda en el pasado, y de esa manera se desenvuelve también El nombre olvidado.

En esta historia, el personaje principal, de nombre M., después de haberse casado, se refugia en el bosque, en donde su padre y su abuelo habían conducido con fortuna un aserradero. Las visitas al negocio familiar, que en un principio habían sido esporádicas y breves, se hacen constantes; el abandono y la densidad de aquel lugar le permiten sumergirse en la contemplación de su propio ser.

Estos retornos al bosque se convierten para M. en una búsqueda interna de su identidad, huye de la ciudad y de la convivencia con los otros para emprender una exploración de su pasado, para enfrentarse consigo mismo. Al final, un pasaje de su infancia enclaustrado en su memoria emerge a través de un nombre, el nombre olvidado.

Juan García Ponce ahondaría más sobre sus inquietudes existenciales y literarias en el resto de su obra, sin embargo, estas cuatro novelas cortas develaban ya una literatura contemplativa e interpretativa de la realidad, aquella que lo llevaría a ser un vehemente crítico de arte, y sobre todo un hombre que se dedicaría a vivir a través de su escritura.