Anegados de una estética fatalista donde numerosos personajes de la provincia cotidiana no escatiman en anhelos de trascendencia terrenal, los nueve relatos de Mecanismos de luz y otras iluminaciones son el último compendio en el cual Severino Salazar (Zacatecas, 1947) ensaya los motivos de hombres y mfujeres para hallar explicaciones sobre la condición humana y la verdad de la existencia. El resultado, como en gran parte de la obra del autor de El mundo es un lugar extraño (Leega-UAM, 1989) es una visión cargada de un existencialismo faulkneriano en el cual el espíritu del género humano aparece como una maquinaria de sacrificio y, también, como una entidad autómata sujeta a los designios tanto de dios como de la conciencia.
En los cuentos de esta entrega un viejo relojero advierte que su vida es como un engrane, el cual encarna la abnegación, la creatividad y la protección de sus queridos; niños, inspirados por Edmundo de Amicis, juegan a la divinidad sobre una carreta cuya travesía es la tragedia; una joven inmaculada experimenta la lucha de un anciano contra la finitud; la pugna de una pareja por concebir el hijo ansiado deviene castigo y recelo por impulsos de amor carnal e infidelidad; la fiereza y la melancolía de Manuelillo, domador de gallos, se tornan en ímpetu destructor; un matrimonio inestable y su inseparable consejero son testigos de la glorificación del amor en la juventud; un emigrante, objeto de las tradiciones de su pueblo, viaja al norte y modifica su entorno; Yalula, mujer de burdeles, lo tiene todo excepto la razón de la existencia y, finalmente, el mayate, insecto provinciano, trasciende los límites de su rincón geográfico.
Desde que Severino Salazar irrumpe en las letras mexicanas con la novela Donde deben estar las catedrales (Premio Juan Rulfo para primera novela 1984, Katún-INBA, 1984), se le ha reconocido como un autor cuya pretensión es manifestar el sentido de la vida. El argumento de esa obra, que narra el enamoramiento que dos hombres experimentan por la misma mujer, tiene por elemento característico las calamidades que los personajes padecen. Crescencio Montes, Baldomero Berumen y Máxima Benítez, todos ellos de influjo rulfiano, son las reminiscencias del Sísifo femíneo—hay una mujer llamada Juana la Loca que empuja un barril en el cerro— cuyo sacrificio imperecedero es el eje de la existencia.
En este romance zacatecano, la fatalidad es un destino irremediable. Mas el recuerdo, la insistencia y una necesidad permanente de búsqueda ofrecen alternativas contra las adversidades de los infortunados. En la segunda parte de la novela, el retorno a los orígenes y la conciencia del pasado son los medios para responder el porqué de la vitalidad y la finitud.
Los cuentos de Mecanismos de luz y otras iluminaciones, provistos de la misma indagación filosófica, añaden otra imagen a la serie de infortunios salazarianos: la del sacrificio como un dispositivo de luminosidad que advierte al amor, la persistencia y la fantasía como los sostenes de una voluntad inquebrantable. En la parte inicial de la obra, como sucede con la primera novela del autor, siempre hay desgracia y, en la segunda, hay humor y renovación; pero, sobre todo, hay luz. Así, historias usuales, apegadas a una región, equivalen a tropos universales cuya particularidad es la presencia de símbolos totalizadores.
En Donde deben estar las catedrales los emblemas ya aparecen tanto en Sísifo (el absurdo) como en la posibilidad de trascendencia que representa la catedral. En la novela El mundo es un lugar extraño, narración de los pasajes oníricos de un asesino, Severino Salazar hace una versión del mito de Perséfone, una aproximación al espíritu desde la semántica de un loro y la concepción de las regiones cercanas a Tepetongo como una suerte de laberinto. En los cuentos de Las aguas derramadas (UV, 2001) aparece una modalidad de Circe en “Espinas de plástico”, el paraíso perdido en “Árboles sin rumbo” y, en el mismo texto, los hermanos Cástor y Pólux.
En “Mecanismos de luz”, relato inicial de la nueva obra, la maquinaria del reloj —símbolo del movimiento perpetuo— en la parroquia del pueblo revela el sentido de la vida. Esta conciencia de existir también se da en el resto de los cuentos y, como en “Libro corazón”, texto publicado anteriormente junto a “Catedral de cristal” en Los cuentos de Tepetongo (UNAM, 2001), está presente un sentido mitológico que, en este caso, retoma a los gemelos Cástor y Pólux.
Los personajes de los cuentos están profundamente asociados con la localidad a la que pertenecen. Salazar es un representante de la narrativa regional mexicana pues toda su obra tiene lugar en los parajes de Zacatecas: Tepetongo, Jerez, Juanchorrey, Fresnillo y San Pascual. La mayoría de las voces están en primera persona y hay un grado de introspección por medio del cual el autor explora los tópicos universales desde su microespacio físico. Los rasgos provincianos no son procedimientos literarios definitorios y ello evita la incursión en el costumbrismo. La geografía de este autor es como el Wessex de Thomas Hardy, la Yoknapatawpha de Faulkner y la Delicias de Jesús Gardea.
“Gallo descabezado” es, probablemente, el cuento más regional de la obra salazariana pues emplea un lenguaje coloquial derivado de la oralidad zacatecana y, además, la atmósfera del argumento está dada por una práctica común: las peleas de gallos. Sin embargo, la filtración de símbolos de las letras y culturas de todos los tiempos brota nuevamente cuando el protagonista, un domador de gallos, realiza una serie de inmolaciones para pedir a Príamo y Esculapio el remedio de su padecimiento. De esta manera, el relato de costumbres es superado.
Pero si “Gallo descabezado” es el texto más local también es, junto con “Yalula, la mujer de fuego”, el que no está en armonía con el resto. El habla coloquial de Manuelillo y la bailarina desentona con otro lenguaje próximo a la voz de los oradores que divulgan leyendas en los poblados. Mas Salazar resuelve esta variedad con el texto “El mayate”, cuyo género es completamente distinto al de los anteriores. Es un material escrito como ensayo que constituye un homenaje a Papini, Kafka, Monterroso y Arreola; más aún, presenta al insecto zacatecano como objeto de la literatura universal. Aquí hay humor negro.
En su nueva recopilación, Severino Salazar vuelve a glorificar su región natal. Aunque en textos como “Con alas blancas” los personajes salen de su espacio de acción común —Zacatecas—, siempre existe ese elemento de localidad y, como sucede en “Árboles sin rumbo” (Las aguas derramadas), hay una preocupación por la condición social de los tipos: la migración. Esta inquietud asoma en el progreso material e intrascendente de Yalula, en la travesía de un joven hacia el norte en “Con alas blancas” y en la tragedia causada por un congénere en “Libro corazón”, cuento que tiene su antecedente en la novela ¡Pájaro, vuelve a tu jaula! (Plaza y Janés, 2001), acaso la menos lograda del autor.
Con Mecanismos de luz y otras iluminaciones, Salazar integra un elemento a sus letras: el tiempo. Este binomio de espacio y duración sirve al autor para llevar el desasosiego humano a los arquetipos provincianos y, con ello, resolver las obras mediante una estética de lo trágico que, como indican los símbolos más recurridos por este narrador, tiene ecos bíblicos. A ello, se suma el azar que, como en “La arquera loca”, relato de una leyenda zacatecana, puede definir el destino de un individuo.
Narraciones acabadas, uso de diversas técnicas narrativas y composiciones basadas en las tradiciones orales prehispánicas, son algunos elementos que el autor aporta en estas nueve historias. Fábulas que aún no constituyen el mejor momento de este escritor pero cuyo estilo, trasfondo semántico y aptitud de universalidad, integrados a la totalidad de su obra, nos dan visos de un creador vigoroso que dejará una suma literaria con huella en las letras mexicanas.
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