No. 122/HOMENAJE A GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

 
Los sueños de Gabriel García Márquez


Daniel Zavala



El escritor argentino Jorge Luis Borges, uno de los mayores genios de la literatura latinoamericana y universal, consideraba que los procedimientos para crear textos del género fantástico se reducían a unas cuantas posibilidades. Entre éstas destacan las cuatro siguientes: a) una obra de arte dentro de la misma obra de arte; b) la existencia de un doble; c) el viaje en el tiempo, y d) la entrada de los sueños en el mundo de la realidad.

El interés de Jorge Luis Borges por el tema de la irrupción de los sueños en nuestro mundo se manifiesta, además de en su propia obra, en dos libros: la Antología de la literatura fantástica (1955) y los Cuentos breves y extraordinarios (1955). Borges preparó ambos volúmenes al lado de su mejor amigo, Adolfo Bioy Casares, y en ellos reunieron narraciones oníricas de las más diversas procedencias: desde la China antigua y la Arabia de las Mil y una noches, hasta las literaturas europeas del siglo XX.

Uno de los textos que recoge en la Antología de la literatura fantástica es el extraordinario “Sueño de la mariposa” del filósofo chino Chuang Tzu, quien vivió en el siglo IV a.C. El cuento se compone de solo un par de líneas, las cuales dicen: “Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y había soñado que era Tzu.”

Más inquietante todavía es un fragmento que Borges toma de la obra de Samuel Taylor Coleridge. El poeta inglés escribió: “Si un hombre atravesara el Paraíso durante un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?”

No puedo asegurar de manera irrebatible que el interés de Gabriel García Márquez por el universo de los sueños haya nacido de una lectura de la Antología de la literatura fantástica de Borges. Pero ya que comenzó su carrera literaria hacia la década de 1950, es muy probable que la haya conocido. También es posible que su acercamiento al mundo de lo onírico se deba a libros de tradiciones y países que no estoy tomando en cuenta ahora. O quizás provenga de la corriente estética del surrealismo, nacida menos de treinta años antes en Europa. Lo que resulta definitivo es que uno de los elementos constantes desde las primeras obras del colombiano es el mundo de los sueños, ya sea en sus textos del género fantástico propiamente o en aquellas obras más cercanas al realismo.

En Cien años de soledad (1967), por ejemplo, el patriarca de la familia protagónica, José Arcadio Buendía, tiene durante semanas “el sueño de los cuartos infinitos”. Sueña que se despierta en un cuarto y va a abrir la puerta. Al hacerlo, se encuentra en un cuarto igual al anterior, donde abre una puerta idéntica y pasa a un cuarto exacto al que dejó. Y así continúa de manera indefinida, hasta que le toca el hombro Prudencio Aguilar, personaje a quien asesinó en un duelo de honor, y comienza un recorrido inverso a través de los cuartos infinitos, hasta llegar al primero, el cuarto de la realidad, y puede por fin despertarse. Una noche, sin embargo, Prudencio Aguilar le toca el hombro en un cuarto intermedio que, equivocadamente, piensa es el real, y no vuelve a despertar: ésa es la noche en que José Arcadio Buendía muere.

En otra de sus obras, El general en su laberinto (1989), el Libertador tiene un sueño repetido cada vez que duerme en lo que llama “el cuarto de las pesadillas”, pues siempre que reposaba en él soñaba que una mujer de cabellos iluminados le ataba una cinta roja en el cuello, hasta que la angustia de la pesadilla lo despertaba. Y cuando se dormía, el sueño recomenzaba hasta que la angustia de la pesadilla lo despertaba, y así hasta el amanecer.

En El coronel no tiene quien le escriba (1961), el coronel revive en un sueño la conversación que sostuvo con el duque de Marlborough, un “inglés disfrazado de tigre que apareció en el campamento del coronel Aureliano Buendía”. Cuando su mujer le dice que había delirado de fiebre durante la noche, él le miente: le dice que no era fiebre, sino que otra vez había tenido el sueño de las telarañas. Algunos han querido ver en ese sueño de telarañas un símbolo del estado indefenso y de la frustración por la miseria en que se halla el coronel.

Hay también dos sueños curiosos, pues son repeticiones de sucesos vistos u oídos: en La mala hora (1962), César Montero sueña con elefantes que sólo conoce por una película que vio en el cine local. Y en El otoño del patriarca (1975), el protagonista sueña con un suceso histórico idéntico al que le había leído el ministro de Salud. Se trata de un asesinato que el patriarca ve repetido en su sueño. Mientras sueña, el patriarca se mira a sí mismo en una casa enorme y vacía; de pronto, se haya circundado por unos hombres pálidos de levitas grises, quienes sonríen y le apuntan con unos cuchillos de carnicero.

En las primeras líneas de Crónica de una muerte anunciada (1981), se dice que Santiago Nasar soñaba siempre con árboles y que en la madrugada del día infausto “había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una lluvia tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros”. Asimismo, Plácida Linero, madre de Santiago Nasar, tenía “una reputación muy bien ganada de intérprete certera de los sueños ajenos”, siempre y cuando se los contaran en ayunas.

Uno de los cuentos de García Márquez que más me seducen es “Ojos de perro azul”, que escribió en 1950 y forma parte del libro del mismo nombre. En este texto se relata la historia de una pareja que, desde hace años, se encuentra noche a noche. Nunca se nos dice que están enamorados, pero no es difícil intuirlo, y sus reuniones —nos explica el narrador— terminan siempre “con el caer de una cucharita en la madrugada”.

El drama que vive esta pareja es el persistente, el tenaz deseo de encontrarse durante la vigilia sin poder lograrlo. Él ha acuñado una clave secreta que les permitirá identificarse en el mundo de quienes no duermen: la frase “ojos de perro azul”. Sin embargo, ellos no saben en qué país habitan para poder dirigir la búsqueda a un lugar concreto y, además, él olvida siempre la clave una vez que despierta. Cada una de sus reuniones comienza con el desconcierto de él, pues durante los primeros segundos no puede recordar nada. Sin embargo, al observar la mirada de la mujer por unos instantes, le viene a la cabeza una frase que siente que jamás olvidará: “ojos de perro azul”. Ella lo escucha y dice que ha escrito esas cuatro palabras por todas partes, pero lamenta su incapacidad para recordar en qué ciudad lo ha hecho.

La mujer ha escrito la clave en los cristales empañados de los hoteles, de las estaciones, de los edificios públicos. En los restaurantes, cuando el mesero se acercaba a tomar la orden, pronunciaba las cuatro palabras, esperando la consumación del encuentro, y ante la reverencia respetuosa o indiferente de los mozos, se dedicaba a anotarlas en las servilletas o trazarlas a punta de cuchillo en el barniz de las mesas. Hay, pues, una ciudad donde esa frase debe estar escrita en todas las paredes.

En una ocasión, la mujer percibió en una farmacia el mismo olor de la habitación donde se encuentran, y sintió que él debía estar cerca. Ella se aproximó al dependiente y le dijo que siempre soñaba con un hombre que le decía “ojos de perro azul”. El hombre de la farmacia le dijo que, en realidad, ella tenía los ojos así. Luego, ante la inmediata indiferencia del dependiente, sacó el lápiz labial y anotó, sobre el piso recién limpiado, las cuatro palabras. Molesto, el hombre le entregó un trapo húmedo y la obligó a limpiar el embaldosado, mientras ella repetía la frase y la gente se reunía pensando que era una loca.

Mario Vargas Llosa ha dicho que “Ojos de perro azul” es, entre los primeros cuentos de García Márquez, el más pobremente realizado, el de estructura más confusa. No estoy del todo de acuerdo: a mí me parece que es un gran cuento sobre los amores imposibles y, casi como consecuencia, un gran cuento sobre el tema de la soledad del hombre.

Uno de los símbolos que usa García Márquez para expresar esa soledad es el espejo. Éste es, de algún modo, un emblema de la relación con el yo, pero también con los otros. Y no es casual que el cuento comience con la imagen del hombre que le está dando la espalda a un espejo. Mientras tanto, ella tampoco lo observa directamente: lo ve sólo a través del reflejo del cristal y únicamente puede percibir su espalda. Por lo tanto, al principio del cuento no hay entre ellos un verdadero encuentro, quiero decir, un auténtico cruce de miradas, ese otro espejo donde pueden reunirse los amantes.

Además, el hombre no sólo está de espaldas a un espejo, sino dirigiendo su rostro a un muro. Él quiere imaginar por un momento que esa pared es también un espejo desde el cual puede mirar, aproximarse a la chica. Pero es una ilusión: un espejo opaco, un falso espejo y. a final de cuentas, la pared es otro símbolo de la separación de esos amantes, del aislamiento y la soledad.

En los párrafos anteriores han surgido constantemente dos conceptos: soledad y amores imposibles. Los dos aparecen con relativa frecuencia en la obra de García Márquez. Sobre el primero baste recordar el título de su novela más celebrada: Cien años de soledad. Sobre los amores imposibles, aclararé que, en realidad, en algunas de sus obras son casi imposibles. En Crónica de una muerte anunciada, Ángela Vicario y Bayardo San Román logran concretar su cariño luego de diecisiete años y casi dos mil cartas de amor que ella había enviado y que él nunca quiso abrir. Y en El amor en los tiempos del cólera, Florentino Ariza y Fermina Daza tienen su primera noche de pasión después de una espera fervorosa de cincuenta y tres años, siete meses y once días.

En este sentido, “Ojos de perro azul” es un cuento trágico en verdad, pues nunca asoma la posibilidad de que haya, algún día y en algún lugar, una reunión de los amantes. Durante su charla, la mujer le pide: “Si alguna vez nos encontramos pon el oído en mis costillas, cuando me duerma sobre el lado izquierdo, y me oirás resonar. Siempre he deseado que lo hagas alguna vez”. Sin embargo, no parece probable que él logre hacerlo, pues se nos dice al final de la historia que es el único hombre del mundo que, al despertar, no recuerda nada de lo que ha soñado.

Estas palabras, desde luego, son la síntesis de la tragedia de este hombre. Pero no es fácil que nosotros la entendamos, pues todos conseguimos, de vez en cuando, recordar nuestros mejores sueños y nuestras pesadillas más temibles. Se me ocurre que mi drama debe ser, de alguna manera, muy parecido a la amargura que sentimos al tener un sueño muy, muy dulce y despertarnos, y al deseo de dormir de inmediato para recuperar ese sueño querido, y a la imposibilidad de lograrlo.