I
Afuera
afuera de mí
hay un mundo,
gritó, sometido a mis incursiones
—un mundo
(para mí) tranquilo,
al que me acerco
concretamente—
La escena es el Parque
sobre la roca
femenina para la ciudad
—sobre su cuerpo Paterson dirige sus pensamientos
(concretamente)
—a fines de primavera,
¡una tarde de domingo!
—y va por el camino hacia el precipicio (contando:
la prueba)
él entre los otros
—pisa las mismas rocas
en las que ellos resbalan al subir,
¡al paso de sus perros!
riendo, se llaman entre sí—
¡Espérenme!
. . Las piernas feas de las muchachas,
¡pistones demasiado fuertes para la delicadeza! .
los brazos de los hombres, rojos, acostumbrados al calor y al frío,
a lanzar retazos de carne y .
¡Yah¡ !Yah¡ !Yah¡ ¡Yah!
—superan
los riesgos:
¡derramándose!
¡Por la flor de un día!
¡Llegó sin aliento, tras un difícil ascenso él,
voltea (¡hermoso pero costoso!) hacia
las torres gris perla! Re-torna
y comienza, posesivo, entre los árboles
— ese amor,
que no es, no en esos términos
en los que aún soy el positivo
pese a todo;
la tierra seca. —pasiva-posesiva
Caminando —
La espesura rodea grupos de pino macizo,
casi surgidos de la roca desnuda . .
—una dispersión de cedros (conos afilados) del tamaño de un hombre,
zumaque, formando astas
—casi todo es raíces, retorcidas
en la superficie
(¡tan cerca de la ruina estamos cada
día!)
buscando lo podrido, seco como yesca
Caminando —
El cuerpo se inclina ligeramente hacia adelante desde la posición básica
de estar erguido y el peso se echa sobre el dedo gordo del pie,
mientras que el otro muslo se alza y la pierna y el brazo opuesto
se balancean hacia adelante (fig. 6B) Varios músculos, ayudados .
A pesar de que dije que nunca te escribiría otra vez, lo hago ahora porque encontré, con el paso del tiempo, que el resultado de mi fracaso contigo ha sido el bloqueo total de todas mis capacidades creativas, de una manera tan particularmente desastrosa como nunca antes experimenté.
Desde hace varias semanas (siempre que intento escribir poesía) cada pensamiento que tengo, incluso cada sensación, se ha desprendido de alguna costra mía, que empezó a acumularse desde que sentí por primera vez que ignorabas el verdadero contenido de mis últimas cartas, y que finalmente cuajaron en alguna impenetrable sustancia cuando me pediste dar por terminada mi correspondencia contigo sin la más mínima explicación.
Ese tipo de bloqueo, que lo exilia a uno de sí misino —¿alguna vez lo has experimentado? Me atrevería a decir que sí, por momentos; de ser así, puedes entender el severo daño psicológico que implica al volverse una situación cotidiana y permanente.
¿Cómo te amo? ¡Estos!
(¡Él oye! Voces . ¡indeterminadas! Los ve
moverse, en grupos de dos y cuatro — filtrarse
por entre tantas veredas.
Le pregunté, ¿A qué te dedicas?
Sonrió pacientemente, La típica pregunta estadounidense.
En Europa preguntarían, ¿A qué te estás dedicando? O
¿A qué te estás dedicando ahora?
¿A qué me dedico? Escucho, el agua cae. (Su sonido no está aquí
sino en el viento.) Ésta es toda mi
ocupación.
No hubo nunca amanecer más bello en sitio alguno que el 2 de mayo de 1880, cuando las Asociaciones Alemanas de Canto de Paterson se reunieron en el Monte Garret, como hicieran muchos años antes en el primer domingo de mayo.
Sin embargo la reunión de 1880 resultó ser un día fatal, cuando William Dalzell, dueño de una parcela cercana al lugar de las festividades, le disparó a John Joseph Van Houten. Dalzell argumentaba que en años anteriores los visitantes habían camiando sobre su jardín y este año estaba decidido a impedirles el paso a cualquier parte de sus tierras.
Inmediatamente después del disparo el apacible grupo de cantantes se había convertido en una turba furiosa que tomaría el asunto de Dalzell en sus propias manos. La turba procedió a quemar el granero en el que Dalzell se había refugiado del enojado grupo.
Dalzell disparó desde una ventana del granero contra la turba que se aproximaba y una de las balas impactó a una pequeñita en la mejilla... Algunos policías de Paterson se llevaron a Dalzell fuera del granero [hacia] la casa de John Ferguson a unas 110 yardas de distancia.
La multitud ahora sumaba cerca de diez mil.
“una gran bestia”
porque muchos habían venido desde la ciudad a unirse al conflicto. El caso parecía grave, ya que la policía era, por mucho, superada en número. Entonces la multitud intento quemar la casa de Ferguson y Dalzell fue a la de John McGuckin. Mientras estaba en esa casa sucedió que el Sargento John McBride sugirió que tal vez sería bueno mandar por William McNulty, Deán de la Iglesia Católica de Saint Joseph.
De inmediata el Deán preparó un plan. Llegó a la escena en un coche. Tomó a Dalzell del brazo a plena vista de la furiosa turba, condujo al hombre al coche y sentándolo a su lado ordenó al conductor proseguir. La multitud dudó perpleja ante la valentía del Deán y
Signos por todas partes de aves que anidan, mientras
por el aire, lento, un cuervo zigzaguea
con alas pesadas ante los piquetes de avispa
de pequeñas aves que acorralándolo
caen en pirada para apuñalar sus ojos
Caminando —
deja el camino, encuentra el campo
difícil de andar, rastrojos y matas de zarza espinosa
parecen pastura —pero no hay pastura .
—viejos surcos, para decir que la labor sudó
o había sudado aquí .
una llama,
consumida.
La hierba afilada .
¡Cuando! delante de su pie, casi tropezando,
al escoger una ruta, se levanta .
¡un vuelo de alas púrpura!
—creadas invisiblemente (su
cubierta gris polvo) del polvo encendido
en un repentino ardor
Alzan el vuelo, ¡cantando!
y acabado su impulso se zambullen
de nuevo entre las matas ásperas y desaparecen
—pero se van, encienden la mente, un resplandor de alas
y una canción de trinos .
Y un chapulín rojo basalto, largo como una bota
cae desde el centro de su mente
un monte de cascajo se desintegra bajo
un aguacero tropical
¡Chapultepec! ¡cerro del chapulín!
—una piedra opaca cuidadosamente instruida
para llevarse algo del rumor
de la presencia viva que la precedió,
ha precedido hasta su aliento .
Estas alas no se extienden para el vuelo—
¡no hace falta!
el peso (para la mano) encuentra
un contrapeso o contra-boya
por las alas de la mente
¡Tiene miedo! ¿Entonces qué?
A sus pies, a cada paso, el vuelo
se renueva. Explosión de alas, un rápido
trinar :
acompañantes a la ceremonia del amor
—arde al volar
arde sólo al volar—
¡No carne sino caricia!
Lo llevan alas que anuncian.
Si esa situación contigo (tu indeferencia hacia esas cartas en particular y tu nota final después) estuvo relacionada con la inevitable lacrimae rerum (como fue, por ejemplo, mi experiencia con Z.) su resultado podría no haber sido (como sí ha sido) destruir ante mí la validez de mí misma, porque en ese caso nada que tuviera que hacer con mi sentido de identidad personal hubiera sido lastimado — la causa de la frustración personal en en tales casos no existe en uno mismo ni en otra persona sino simplemente en el despreciable designio de las cosas. Pero como tu indiferencia hacia esas cartas no fue “natural” en ese sentido (o más bien como estoy forzada a considerarlo no natural, psicológicamente, para sentir eso que te escribí al respecto era suficientemente trivial, irrelevante y absurdo para merecer tu evasión) no podía sino seguirse que ese lado entero de la vida conectado con esas cartas, tomara en consecuencia para mí misma ese mismo tipo de irrealidad e inaccesibilidad que las vidas interiores de otras personas a menudo tienen para nosotros.
—su mente una piedra roja tallada para ser
vuelo sin fin
Amor que es piedra por siempre en vuelo
tanto como dure la piedra
al golpe del cincel
. . y perdida está y cubierta
por ceniza, cae desde una orilla socavada
y — ¡comienza a cantar!
Y ASÍ HACE, ¡la piedra después de la vida!
La piedra vive, la carne muere
—no sabemos nada de la muerte
—largo como una bota
ojos de ventana que enmarcan la cabeza entera
¡Piedra roja! como si
una luz aún los abrazara
Amor
combate el sueño
______________
el sueño
en pedazos
Poco después de media noche, el 20 agosto de 1878, el oficial especial Goodrigde, al encontrarse frente a la Casa Franklin, escuchó un extraño chillido, cerca de la calle Ellison. Al correr para ver lo que pasaba, se encontró con mi galo acorralado bajo el nivel del drenaje en la ferretería Clark de la esquina, enfrentando a un extraño animal negro muy pequeño para ser gato y demasiado grande para rata. El oficial corrió hacia el lugar y el animal se metió bajo la reja de la ventana del sótano, de la cual frecuentemente asomaba la cabeza rápido como relámpago. El Sr. Goodridge le dio varios golpes con su garrote pero era incapaz, de pegarle. Entonces el oficial Keyes llegó y tan pronto como lo vio, dijo que se trataba de una visión, lo que confirmó la teoría de que el Sr. Goodridge ya se había formulado. Ambos trataron durante un rato de golpearlo con sus garrotes pero no pudieron, hasta que por fin el oficial Goodridge sacó su pistola y disparó al animal. El tiro evidentemente erró su objetivo, pero el ruido y la pólvora asustaron tanto al pequeño bromista que salió a la calle y se dirigió hacia la calle Ellison en asombrosa marcha, seguido de cerca por los dos oficiales. El visón finalmente desapareció bajo la ventana del sótano de una tienda de abarrotes debajo de la cervecería Spangermacher, y fue la última vez que se le vio. El sótano fue examinado de nuevo en la mañana, pero no se descubrió nada más del pequeño animalejo que había cansado tanta diversión.
Sin invención nada está bien esparcido,
a menos que la mente cambie, y las estrellas
sean medidas de nuevo, de acuerdo a sus posiciones
relativas, la línea no cambiará, la necesidad no
ha de matricularse: si no hay
una mente nueva no habrá una línea nueva, la vieja
habrá de repetirse con términos
recurrentes: sin invención
nada descansa bajo el arbusto del hamamelis,
no crece el aliso entre las lomas que rodean el
canal casi agotado de la vieja enramada,
las pequeñas huellas
de los ratones bajo los racimos colgantes de hierba
no aparecerán: sin invención la línea
nunca más lomará sus antiguas
divisiones cuando la palabra, ágil,
vivía en ella, ahora reducida a cal.
Bajo los arbustos descansan protegidos
del sol hiriente—
II en punió
Parecen hablar
—un parque, dedicado al placer : dedicado a los . ¡chapulines!
3 muchachas de color, ¡en edad! se pasean
—su color flagrante,
sus voces errantes
sus risas salvajes, flagelantes, disociadas
de la imagen fija .
Pero la muchacha blanca, su cabeza
sobre un brazo, una colilla entre sus dedos
descansa bajo el arbusto . .
Casi desnudo, frente a ella, una visera
sobre sus ojos,
él habla con ella
—la carcacha medio
escondida entre los árboles—
Me compré mi nuevo traje de baño, sólo
short y brasiere :
los pechos y
las partes pudendas cubiertas — bajo
el sol en franca vulgaridad.
Mentes reducidas
por el desperdicio — entre
las clases trabajadoras algún tipo
de agotamiento
ha ocurrido. Medio despiertos
tendidos sobre la sábana
cara a cara,
manchados por las sombras de las hojas
que los cubren, sin molestias,
al menos aquí sin oposición
No indignos. . .
hablando, flagrantes más allá de toda habla
en perfecta mansedumbre—
Y habiéndose bañado
y comido (algunos
sandwiches)
sus lamentables pensamientos se encuentran
en la carne — ¡rodeados
de amores que cantan! Alas alegres
para llevarlos (en sueños)
—sus pensamientos descienden,
lejos
. . entre la hierba
Caminando —
sobre la vieja enramada — una onda seca en la tierra
aunque señalada todavía por la hilera de alisos indios
. . ellos (los indios) andaban
de un lado a otro, ocultos, entre ellos a lo largo de la corriente,
. salían dando gritos entre la cabaña
¡y los hombres que trabajaban el campo, los interceptaban!
ellos habiendo dejado sus armas en el fuerte
y—sin defensa—se los llevaban al
cautiverio. Un hombre viejo .
¡Olvídalo! por amor de Dios, deja
esas cosas.
Caminando —
retoma el sendero y ve en una
loma sin árboles—cortado por el sendero rojo—
un muro de piedra, una especie de reducto circular
contra el cielo, árido,
desocupado. Subir. ¿Por qué no?
Una ardilla,
con la cola erguida, se escabulle entre las piedras.
(Así la mente crece, escalando cumbres de pederna)
. pero al apoyarse en su zancada
al ver la cabeza de una flecha de pedernal
(no lo es)
—allá
a la distancia, hacia el norte, se le aparecen
los cerros crónicos .
Bueno, así son.
Se para en seco
¿Quién está aquí?
A una banca de piedra, a la que ella está sujeta, adentro del muro, un hombre en tweeds—una pipa engarzada a la mandíbula—peina una perra Collie recién bañada. Las peinadas dividen cuidadosas el largo pelo—incluso le peina el rostro, aunque sus patas tiemblan ligeramente—hasta que le cae como lo planeó, como rizos en la arena blanca, dejando ir un olor a perro limpio. El piso, losas de piedra, parada pacientemente ante sus caricias en esa vacía “cámara marina”.
. a la derecha
desde esta perspectiva, la torre de observación
se levanta a media distancia, prominente,
desde su arboleda púbica
QUERIDO B. Por favor discúlpame por no haberte dicho esto cuando pasé por tu casa. No tenía el valor para contestar tus preguntas, así que te las escribiré. Tu perra sí va a tener cachorritos, aunque recé para que estuviera bien. No fue por dejarla sola, como nunca lo estuvo, sino que yo la dejaba salir a la hora de cenar mientras colgaba mi ropa. En esa ocasión, fue un jueves, mi suegra tenía fuera algunas sábanas y manteles al final del tendedero. Yo pensaba que los perros no vendrían mientras estuviera yo ahí y ninguno atravesó mi patio ni se acercó al apartamento. Él tuvo que venir por entre tu seto y la casa. A cada momento corría al final del tendedero o echaba una mirada bajo las sábanas para ver si Musty estaba bien. Lo estaba hasta que miré un minuto tarde. Agarré palos y piedras tras el perro pero no se largaba. George me dijo de todo y yo empecé a rezar para que el susto que le di al otra perro fuera suficiente para que nada pasara. Sé que estarás maldiciéndome como un desgraciado y probablemente no volverás a dirigirme la palabra por no habértelo dicho. No creas que no me he preocupado por Musty. La tengo en mi mente todos los días desde aquel lamentable suceso. Ahora no me tendrás en tan alta estima ni me querrás proteger. De hecho apuesto que podrías matar...
Y aún vienen los excursionistas, ahora que
comienza la tarde, y se esparcen entre los
árboles sobre los campos cercados .
¡Voces!
múltiples, inarticuladas . voces que
retumban ruidosas al sol, a las
nubes. ¡Voces!
asaltan el aire alegremente por todos lados
—entre ellas el oído se esfuerza por atrapar
el movimiento de una voz entre las otras
—una voz aflautada
de acento peculiar
De esta manera ella encuentra la paz que hay, se reclina,
ante su acercamiento, acariciada
por los pies que escalan—por placer
Todo es por
placer . sus pies . sin rumbo
vagando
La “gran bestia” sale al sol
como puede
. . sus sueños se mezclan
distantes
¡Seamos Razonables!
Domingo en el parque,
delimitado por la escarpada, hacia el este; al
oeste colinda con el viejo camino: ¡recreación
con un paisaje! los binoculares encadenados
a postes anclados a lo largo del muro este—
más allá, un halcón
¡levanta el vuelo!
—una trompeta suena irregularmente.
Párate en la muralla (usa un metrónomo
si tu oído es deficiente, uno hecho en Hungría
si prefieres)
y mira hacia el norte por el este donde las agujas de las iglesias
aun gastan su agudeza contra
el cielo . hacia el parque de béisbol
en la cañada con sus diminutas formas corriendo
—más allá de la quebrada donde el río
se precipita en el estrecho barranco, sin ser visto
—y la imaginación levanta el vuelo, mientras una voz
llama, una voz estruendosa, interminable
—como el sueño: la voz
que ineludiblemente les ha llamado
¡ese rugido impasible!
iglesias y fábricas
(a un precio)
juntos, llamados a salir del pozo .
—su voz, una entre muchas (no oída)
moviéndose bajo todas.
La montaña tiembla
¡Tiempo! ¡Cuenta! ¡Rompe y marca el tiempo!
Y así en la tarde que comienza, de un
lugar a otro se mueve,
su voz se mezcla con otras
—la voz en su voz
abriendo su vieja garganta, hinchando sus labios
encendiendo su mente (más
de lo que su mente encenderá)
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