No. 151/EL RESEÑARIO |
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La tiranía de las épocas |
Rodrigo Martínez |
Ian McEwan, |
Varias voces afirman que la obra de Ian McEwan (Aldershot, 1948) está signada por un universo masculino y violento. Se dice que su prosa se concentra en los deseos inmorales y las obsesiones del hombre. Hay quien lo compara con William Burroughs. Ninguna de estas ideas resulta desatinada; sin embargo, en su novela más reciente, aunque conserva su estilo narrativo, el británico renuncia a la brutalidad explícita en favor del drama sutil y consuma una visión del género humano que sobrepasa los temas y motivos de su escritura.
Tras un año de relación, Florence y Edward deciden casarse. Ella, miembro de una familia acomodada, es violinista y admira a Beethoven. Él es seguidor de John Mayall, egresado de historia e hijo de un profesor de clase baja. Ella tiene una vida cosmopolita, un padre emprendedor y una madre ignorante. Él es hombre de campo y su mamá padece problemas mentales. Edward desea irrefrenablemente consumar el matrimonio mientras que Florence espera una velada dulce y quieta. Vástagos de su tiempo, experimentan un acto ingenuo que desemboca en conflicto debido a los mandatos de una época previa a la liberación sexual y el rock. Chesil Beach es una novela equilibrada. El tiempo de la anécdota no es mayor de diez horas, pero su materia es la juventud entera de Florence y Edward. El narrador revela los detalles de la noche de bodas de manera gradual al tiempo que se coloca en el pasado de los personajes. La obra teje una dualidad entre presente y pasado, y un binomio dado por la mujer y el hombre, modelo que el autor había intentado en Perros negros con menor éxito. Fiel a un estilo sobrio, McEwan dibuja a los actores a partir de su genealogía y aplaza la revelación final como en los antiguos relatos persas. Si en obras como Jardín de cemento y El placer del viajero logró una enorme precisión en el uso de recursos narrativos, Chesil Beach alcanza una maestría que semeja a algunas sonatas para piano de Beethoven. Como una marea, el ritmo parte de una tranquilidad aparente, —que siempre está al borde del clímax— y llega a su máxima tensión de un modo inasible pero contundente. En la obra de McEwan, lo cotidiano adquiere magnitudes desconcertantes. Un acto común deviene transgresión que suele oler a tragedia. En Expiación, la acusación que hace una joven de trece años destruye un par de vidas y, en Sábado, un choque automovilístico da pie a una pesadilla terrorista. Chesil Beach funda toda su energía en un acto erótico que conduce a un diálogo frenético, violento y perfecto. Sólo que ahora el descontrol masculino no lleva a la inmoralidad o al crimen, sino a la perversidad verbal y sicológica. Los esposos fracasan por ignorancia. Edward se siente humillado y culpa a Florence. Ella acepta y no responde a los vocablos degradantes que él le propina. Sin agresiones materiales, el autor de Entre las sábanas vuelve a representar la vileza del hombre cuando su insatisfacción se desborda. Sólo que la razón de este estallido no es este desencanto, sino el medio social. La idea de que la historia y las convenciones sociales determinan las obsesiones, las inmoralidades y las carencias de los seres humanos constituye el trasfondo de la obra de McEwan. Chesil Beach es una renovación de esta poética. Su violencia contenida es contraria a la de cuentos como “Hecho en casa”, “Pornografía” y “Tan muertos como llegaron”, o de novelas como El placer del viajero y Sábado, pero la semántica es la misma. A semejanza de la obra de Stendhal, en Niños en el tiempo, Perros negros y Expiación, aparece un medio social que impone una determinada fortuna a los personajes; sólo que la Francia decimonónica de Rojo y negro es sustituida por la Europa del siglo XX. Víctimas de esta predestinación, Briony (Expiación), Robert (El placer del viajero) y Baxter (Sábado) son incapaces de contener su maldad porque son inconscientes de ella. El estallido de Edward y la sumisión de Florence son señales del mismo dictado. Sin un solo acto de destrucción, ambos se arruinan. Cada uno, a su manera, ha hecho sacrificios para consolidar la relación, pero viven un tiempo en el que hablar de sexo es “claramente imposible”. Hay un momento en que Florence está dispuesta a que su amado consume el placer con otras mujeres a cambio de que se cumpla su anhelo. Si las novelas de McEwan son consideradas masculinas, Chesil Beach es una celebración de la feminidad como una conciencia a la vanguardia y como la suma del amor y la generosidad. Más que un heredero de la Beat Generation, McEwan pertenece a esa categoría de escritores que muestran un mundo bravo y decadente. Sin relegar la tradición inglesa —en especial Virginia Woolf—, el autor de Amsterdam se acerca a Paul Auster, Martin Amis y Michel Houellebecq. Chesil Beach, cuya precisión recuerda el Desayuno en Tiffany’s de Capote, no es fiel a esta afinidad, pero constituye la aclaración de una poética y la evidencia de que su autor supo transformar a sus personajes sin transgredir ni su esencia ni su visión. La tragedia de esta novela es musical, como una elegía encarnada en el temperamento del mar. Cuando Edward y Florence rememoran su experiencia queda claro que no hacer nada puede bastar para cambiar por completo el curso de una vida.
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