No. 113/CUENTO BREVE


 
Sin título


Édgar Pacheco Martínez
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS, UNAM


Apenas entra cualquier cliente a la tienda, el viejo le quita las manos de encima, le ordena salir del cuartito y presentarse detrás del mostrador, Sí ¿qué se le ofrece? Y luego de entregar el cambio la voz temblorosa del viejo, su patrón, se escucha detrás suyo exigiéndole que regrese, que aún no ha terminado su “trabajito”. Entra de nuevo al cuarto temblorosamente iluminado por una veladora que ya casi extingue su flama ahogada en la cera líquida. Y sobre la repisa desde donde esa débil luz ilumina con tristeza su rostro, lo miran los ojos de aquel santito que quién sabe quién sea ni para qué sea bueno. pacheco-edgar01.jpgÉste es el santo que le cumplía todo a mi mujer, que en paz descanse, y por eso le prendo su veladora para que cuide de ella allá en el cielo y para que interceda por mí cuando se llegue la hora, explica el viejo cuando él se queda viendo la imagen fijamente, pensativo, ausente, mientras se deja tentar por las manos temblorosas y artríticas de su patrón. Bájate los pantalones, Pero no patrón, qué tal si llega un cliente, Que te bajes los pantalones, ya te lo dije, y la hebilla de su nuevo cinturón, regalo del viejo, tintinea al hacer contacto con el piso. Entonces vuelve a sentir esos deseos que lo avergüenzan y más frente a esos ojos juiciosos con que lo mira el santo. Sí, que ya se muera el maldito, además no tarda mucho en llegar al panteón y después ya serás dueño de todo, sueña en voz alta su madre, pero hasta la misma muerte moriría antes que su saludable patrón. Sólo un accidente, sólo un accidente, sólo un accidente, piensa en tanto que cierra fuertemente los puños como para no sentir tanto coraje por saberse cobarde y por no dejar caer, como por accidente, unos golpes sobre la cabeza llena de canas que husmea entre sus piernas. Pero sabe que no podría y decide mejor rezarle al santito que quién quite y le haga el milagro. Después que el “trabajo” ha terminado, sale del cuarto detrás del viejo que va a la caja registradora de donde toma un billete de doscientos y se lo entrega Para que vayas y te compres algo de ropa o lo que quieras, y regresas mañana, le ordena. Y él regresará, porque sabe que es un cobarde y que, después de todo, todos somos cobardes, que el viejo es un cobarde, que su madre es una cobarde, que el cliente es otro cobarde…