Uno de los debates filosóficos sobre la poesía establece que ésta no es un modo de conocimiento, sino la afirmación de la experiencia misma. El arte de la poesía consiste en afianzar la realidad antes que aproximarse a ella. El poeta no usa la palabra para comprender, puesto que cada poema es el entendimiento de un fenómeno, la asimilación de un objeto o una emoción. El sentido de esta disciplina es crear realidades autónomas. El poemario más reciente de Francisco Hernández (San Andrés Tuxtla, 1946), La isla de las breves ausencias, está pensado para expresar lo cotidiano como una realidad plena, dueña de sí misma, donde la enfermedad y la soledad no tienen la apariencia cotidiana ya que figuran como islas en un mapa viviente que se despliega en una habitación. La nueva entrega del poeta veracruzano muestra el trance patológico y la condición humana sin explicarlos; es decir, su propósito no es conocer ambas entidades, sino ponerlas allí, como sobre una mesa, para quien desee experimentarlas.
El germen de este poemario tiene su origen en una anécdota personal. Hernández descubrió que padecía epilepsia luego de que se desvaneció en una librería de la Condesa. La isla de las breves ausencias se refiere a esta condición y busca revivirla como una nueva realidad en la que la patología y la soledad se proyectan, a través del símbolo de la isla, como unidad. Los versos de este trabajo no describen la enfermedad ni el régimen de vida del aquejado, sino que producen ambientes con plena autonomía por los que el lector experimenta el vértigo del padecimiento y de la reclusión. Uno de los poemas introductorios revela el mecanismo del conjunto cuando afirma que “Escribir no es búsqueda. / Es impertinencia o la invención de un mapa / o simplemente el impulso / de una mente compleja / por desconectarse lo más pronto posible / de los días que lamentablemente proliferan.”
En el ensayo que prologa la Poesía reunida (1996) de Francisco Hernández, Vicente Quirarte afirmó que el autor de Mar de fondo (1983) posee un método creativo que, en lugar de plasmar los motivos del poema, se propone dibujar los efectos que éstos producen. El poeta veracruzano, según el precepto de Mallarmé, no designa lo material, sino que aspira a desenterrar experiencias de la memoria; su propósito no es señalar la causa de los hechos, ya que su obra es una recreación de consecuencias, un conjunto de reacciones emotivas, la relación de las secuelas debidas a una experiencia punzante. La isla de las breves ausencias es fiel a esta poética que está sintetizada en una idea del mismo autor: “el poeta está hecho de memoria”. Antes que plasmar un hecho, el autor escribe una reminiscencia del mismo (“…con la promesa de desequilibrios perpetuos”) y renueva sus efectos (“allí donde la guillotina corta el cordel / de la conciencia”). Los poemas no son apariencias, sino la evolución de lo vivido y sus consecuencias (“El que nos provee, en cuanto lo pidamos, / de heridas en la frente, labios deformes / y un riachuelo de saliva / dominador del cuello”; “…morderse la lengua”; “Sentirse embalsamado por ese alud de lodo blanco”). Hernández simplifica la realidad en una entidad diferente y hace una interpretación de los periodos de lucidez y de sombras de su propia experiencia.
A diferencia de Imán para fantasmas (2004), donde el conjunto de los poemas no parece evolucionar, La isla de las breves ausencias tiene una forma secuencial (“He perdido la cuenta de mis largas ausencias. / Las caídas no han vuelto a presentarse…”) tal y como sucede, por ejemplo, con el tratamiento de la locura y la mente de Friedrich Hölderlin en Moneda de tres caras (1994). Cada poema es una instantánea que añade imágenes o signos al conjunto. Se trata de un poemario con unidad rítmica y semántica. Este sentido narrativo sobrepasa la retórica y dota de significado a los motivos del libro. Aunque avanza por la yuxtaposición de imágenes y hechos, esta obra logra una síntesis a través de un lenguaje claro, siempre regido por lo cotidiano, y que no tiene afán de ruptura. Este procedimiento, que recuerda el resultado de Portarretratos (1978), va más allá del contenido de la obra para situarse en una aspiración estética dominada por la búsqueda de una poesía limpia, sólida y sin añadiduras ni excesos. La isla, como señala el epígrafe, es a veces refugio; también aparece, en su acepción común, como símbolo de reclusión, muerte o soledad; incluso puede ser erotismo (“Un pezón, a la distancia, es una isla. / Después de acariciarlo es un volcán.”). Esta acumulación de sentidos resulta equilibrada porque respeta la lógica narrativa y temática del poemario que, como ha señalado Juan Domingo Argüelles, demuestra que en la poesía de Hernández “el significado engendra otros significados”.
Uno de los rasgos de la ya arraigada obra del veracruzano es el diálogo entre su poesía y sus lecturas de narrativa de ficción. Más allá de que La isla de las breves ausencias posee una ruta narrativa, el poeta se refiere a sí mismo a través de un personaje de la prosa literaria que, como él, también habitó en una isla: “Ver a lo lejos a Robinson Defoe / es verme a lo lejos.” Como en todos los poemarios que abordan la humanidad o el temperamento de creadores admirados por el poeta veracruzano, éste ahora recurre a la combinación de un autor y su personaje (Daniel Defoe y Robinson Crusoe) para adquirir una voz propia y compartir la experiencia trágica o depresiva de los personajes reseñados. La pasión de Schuman, el desequilibrio de Hölderlin o el abandono de Trakl, que fueron poetizados en otro libro, se manifiestan en la soledad de Defoe y su creación más preciada; es decir, ese náufrago llamado Robinson Crusoe que es también, en franca ironía, un náufrago de la memoria llamado Francisco Hernández. La idea filosófica de la poesía, que implica la asimilación de esta disciplina como una forma de asir realidades a través de su reinvención, se alimenta de fuentes tangibles e imaginarias.
Hace mucho que Francisco Hernández consolidó una voz propia, un cúmulo de temas y un estilo simplificador. Se trata de un poeta cuya senda lo obliga a alejarse de su legado. Su obra reciente es señal de continuidad temática, estilística y estructural, aunque también indica que aún no se gesta una transformación contundente en su método creativo. Esto no significa que su voz se haya agotado. La isla de las breves ausencias no ofrece nuevos caminos, pero sí profundiza en los registros de expresión de una trayectoria poética que ahora busca reanimar experiencias por medio del pasado. El precepto filosófico de la poesía como creación de nuevas situaciones es la mayor aportación de este poemario, ya que Hernández no consigue reinventar su palabra, pero logra que la poesía sea un punto de encuentro entre el individuo y su mundo, una mediación entre el hombre y su destino; es decir, un acto de invención de espacios autónomos que no son representaciones pues se trata de realidades completamente diferentes y que sólo se pueden construir a través de la palabra.
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