fiesta / No. 250

Cerros orientales

No supe nada sobre autoestima y alimentación complementaria cuando a Eli le empecé a dar jugo de granadilla, luego le di compotas de verduras y así poco a poco: todo blandito; hasta que mi mamá en un asado del barrio le puso en la mano un pedazo de churrasco para que chupara. ¿Qué carajos tendrá que ver la comida con la autoestima? Si hay se come, si no hay, se aguanta. Cuánto tiempo para pensar y qué poco oficio tienen estas señoras… ya está la profesora dicien do que le ponga a la niña, a su altura, una canas ta con frutas y snacks —sí, dijo snacks— para que ella escoja qué quiere comer, que sea parte de su decisión. La cantidad de guevonadas que hay que oir. Ya le había dicho yo a Mario que lo mejor era que la niña estuviera en las mañanas con las madres comunitarias, que por más bien que le esté yendo en el trabajo no viene al caso venirnos acá, a La Macarena, a fingir ser quienes no somos, a que nos miren raro, a hacerle el juego a esta gente que se crece como el pan, que se expande como el hongo en la fruta.

A reuniones como ésta nos toca venir cada tanto, este mes fueron dos, la de crecimiento y desarrollo, y ésta de autoestima y alimenta ción complementaria. A veces venimos con el Mario, la mayoría de las veces vengo yo sola. El jardín infantil es nuevo, como nuevo es el mini market gourmet que pusieron en frente de la plaza de mercado y nueva la librería-café-galería "Atelier" en la esquina de la carrera quinta. Todo nuevo. Ellos se sienten conquistando terrenos baldíos. Acá estábamos nosotros, pegaditos a ustedes, La Perseverancia, el primer barrio obrero de Bogotá, el primerísimo barrio encaramado en los cerros orientales arriba del Centro Internacional. Ciento once años cumplió el barrio en marzo, ¡ciento once! Cien años tranquilos. Ellos allá, nosotros acá. Mi mamá dice que fue la plaza de mercado, que la alcaldía resolvió joder con lo de la higiene y ponerle uniformes a cada vendedor, y ahí empezó a irse todo al carajo. La Mona, mi mamá, la del puesto de frutas… Tengo hambre. Nunca ofrecen ni un tinto en estas reuniones.

—… Bueno papitos y mamitas, antes de que nos vayamos a las casitas les queríamos comentar que el próximo sábado 14 de octubre celebraremos el primer Día de la Comunidad. Junto con el grupo de vecinos de La Macarena queremos celebrar la hermosa familia que hemos conformado alrededor de nuestro jardín infantil, y para ello invitaremos a los restaurantes, cafés y tiendas gourmet del barrio para que expongan sus productos, tengamos un compartir como vecinos y de paso apoyemos a los emprendimientos de la zona. La idea es tener mercado orgánico, feria de comidas con opciones veganas, venta de libros a la calle y música en vivo.

La mamá de Agustín aplaude apenas acaba la profesora su anuncio. Todos los demás se le unen o aprueban desde sus lugares, dichosos. Yo en cambio siento una calentura palpitante en la cara y se me pone a mil el corazón. Qué cinismo, van a celebrar dizque el Día de la Comunidad, como si antes de ellos no hubiese habido una comunidad en la zona, como si nosotros, en la Perse, no fuésemos ya todo un tejido de generaciones sosteniendo estos cerros orientales. Y deja La Perse, como si acá en La Macarena, antes de todos ellos, hombres y mujeres que no pasan los cuarenta, no hubiera vivido nadie. ¡Recién llegados! Fachos, diría el Alex, fachos.

Siento que se me empieza a subir el labio y a fruncir el ceño y me dejo ir por la ventana del jardín que da a la calle. Detrás del letrero que dice "Taller de padres" veo el sol de las 4 de la tarde, las mirlas, la gente paseando perros, doña Blanca con las papayas que trae de la plaza y que vende desde el andén. Doña Blanca… qué injusticia con doña Blanca: ya no pudo pagar más el alquiler del puesto en la plaza y ahora en su lugar venden una vaina llamada paella.

Ha de notarse mi piedra porque de repente todos los demás papás, incluso la mamá de Alicia que jamás deja de hablar, se callan. Se dan cuenta una vez más de que soy otra, lo siento en el aire. En las miradas cada vez más expectantes. Recuerdo que en ese nosotros y en esa idea de comunidad, ni Eli, ni Mario, ni yo, ni ninguno de los de la Perseverancia, cabremos jamás.

—Queremos contar con todos ustedes, Melissa, tú que eres tan cercana a la plaza de La Perseverancia podrías hablar con tu gente para que nos donen frutas, verduras y alimentos orgánicos para el evento. Sería maravilloso.

Quiero responderle que no, que regalado para ellos ni una papa criolla. Pero no, me aclaro la garganta y les digo a todos que por supuesto, que será un gusto. Por dentro quiero romperlo todo. Siento cómo se me tuerce la mitad de la cara. Maldita parálisis de juventud que me deja esta mueca tan evidente, tan delatora.

—Cuenten con eso, ahora que volvamos a nuestras casitas lo comento con mi gente.

Nadie se ríe. A veces me da por hacer chistes malos para compensar la ira. Veo al papá y a la mamá de Tomasito y los recuerdo a los tres disfrazados de campesinos —sí, disfrazados de campesinos— el día de las brujas y de repente tengo una epifanía. Los convenceré de que la cooperativa de la plaza de mercado de La Perseverancia donará generosamente todos los ingredientes e insumos para la kermés, pero en cambio me voy a asegurar de que no les llegue ni un mango, ni un tomate, ni un grano de arroz. A ver cómo les va.



Es martes, y los martes llevo los residuos del puesto de mi mamá a la huerta comunitaria que el Alex, cuando volvió del monte, organizó en el patio de la casa de don Luis. Vainas de arveja, cáscaras de zanahoria, cáscaras de ma zorca, fruta podrida. Espero frente al portón mientras veo a los pelaos bajarse en carritos de balineras por toda la calle 31, tan contentos. Abajo se ve el parque con la estatua de Jorge Eliécer Gaitán, puño en alto. Con el Alex decía mos que si teníamos hijos ellos se iban a aprender esa frase antes que el padre nuestro. Todos nos la sabemos de memoria: "Los habitantes del barrio y su junta comunal en homenaje a Jorge Eliécer Gaitán: gente capaz, gente de angustia, gente tenaz, gente que siente con el alma, gente de Perseverancia". Luego el Alex se fue con los muchachos, y a mí de la preocupación se me torció la cara. Escucho cómo corre el cerrojo y me apresuro a acomodar la carretilla sobre el andén.

Hablamos un rato, le cuento que además de mi mamá, Jazmín la de los lácteos y Carlos el de la otra verdulería están montados en el plan. Tienen la diez puesta. Se ríe, me río. Nos despedimos. Camino un par de cuadras pen sando en lo mucho que lo quiero y cuando ya empiezo a llegar a la frontera, donde está mi casa, veo que viene la mamá de Alicia por el andén de enfrente, aprieta el paso y me aborda acelerada.

—Hola, es que quedaron de dejar en mi portería una parte las verduras para el sábado, otra parte iba donde Claudia, la mamá de Tomás. No las han dejado.

—Ah, sí, averiguo. ¿Segura de que no han llegado? —Segura. La conversación, carretilla vacía en medio, es más que incómoda.

—Bueno, voy a preguntar y les cuento en el chat de mamás. Discúlpame, tengo que dejar esto en la plaza e ir a hacer el almuerzo para Eli. Nos vemos.

—Sigo otra cuadra más y en la esquina de mi casa veo a otras dos mamás hablando, me ven y ambas alzan las manos saludando forzadamente. Se apartan de su lugar y empiezan a acercarse, una de ellas me grita algo relacionado con que hay que organizar la entrega de las flores para decorar los puestos de comida y que si puedo hacer no sé qué. Cierro la puerta justo antes de que se note que la oí y miro mi celular. Setenta y cinco mensajes en el chat de mamás. Dos días apenas desde que les aseguré que nosotros les donaríamos la comida, dos días nomás y el nervio los pone locos. Me siento a Pola, Violeta Parra, Tanja la guerrillera, tan orgulloso que se debe sentir el Alex de todo esto. "Queridos mamás y papás, les confirmo que todo está en marcha, que el camión del abasto llega los jueves y que el viernes les llevaremos la comida a las casas. Todo donado por la cooperativa". Toco con el dedo el avioncito de enviar y me guardo el celular en el bolsillo del pantalón. 12 del día. Apenas el tiempo para hacer el almuerzo y recoger a la niña.



—¿Se acuerda mamá de ese Festival de la chicha cuando yo tenía como trece años y me emborraché con los hijos de doña Judith? —le pregunto a mi mamá mientras desgranamos arvejas sentadas frente a la caja registradora.

—Claro que me acuerdo mija, si me tocó ir a traerla a la casa antes de que su papá se diera cuenta —me responde, y yo le explico que el tal Día de la Comunidad es algo como el Festival de la chicha, pero en el que nadie aporta nada, nada es compartido y todo vale plata. Le digo que es mañana. Que me acompañe. Que voy a ir a verles las caras cuando la comida siga sin llegar. Que hay que ver qué pasa. Qué hacen. Le cuento que desde ayer dejé de llevar a Eli al jardín, le dije a las profesoras que está resfriada. No me creyeron, la directora se ofreció a mandar a alguna profesora para que haga homeschool ayer y hoy viernes. No sólo propuso eso, sino que preguntó por nosotras por el barrio, en la tienda de Fanny, que si han visto a la niña de Melissa, que si está muy enferma; luego se fue de restaurante en restaurante, de café en café, comprobando que ya compraron sus insumos en la plaza. Hoy me escribió preguntando por qué razón aún no han llegado las donaciones si ya trajo el camión el surtido. Le dije que no había podido coordinar nada porque Eli había estado con fiebre.

—Por eso es que vino por acá en la mañana con tres papás del jardín a recoger la verdura y la fruta —me interrumpe mi mamá—. Les dije que mañana temprano, sin falta, tenían la comida. Dijo que bueno, que no tienen presupuesto para pagar en otro lado y que agradecen nuestra solidaridad. Le van a echar a la niña de ese jardín Melissa, acuérdese de mí.

Eli se acerca por detrás nuestro y se abraza a mi pierna. Le llueven pedacitos de vainas de arveja en el pelo y me mira desde abajo sonriente. Le sacudo con la mano la cabecita y la siento en mi regazo.



Elizabeth se está quedando dormida con la cabeza en mi muslo y las piernitas extendidas a lo largo de la banca. Mi mamá no quiso venir y a Mario ni le propuse, para qué, si es tan gallina y lameculos el Mario. Alex está en la plaza, por si les da por ir a reclamar. Yo espero. Desde donde estoy se ven los músicos arrastrando canción tras canción sin público que los anime. El sol se oculta en el occidente de la ciudad, allá donde sólo se ven cajas de concreto y ladrillo rojo en el horizonte. Los vecinos se han ido, queda uno que otro curioso con una lata de cerveza en la mano recorriendo las carpas con mesas vacías y los exhibidores sin nada encima. Los papitos y mamitas empiezan a recoger juguetes de niños y pañaleras, sacan de allí frutas y preparaciones que comen solos, cada familia por su lado. Una de las mamás, no alcanzo a ver bien cuál, lloriquea rabiosa mientras el marido la intenta contener rodeándola con los brazos. La directora del jardín, que hasta entonces había corrido de un lado al otro intentando organizar a los demás para solucionar el asunto, se tumba rendida sobre una silla Rimax y desde ahí vocifera.

—Vamos, vamos todos a la plaza y les sacamos la comida, somos varios.

Nadie le responde.

—Ánimo, vecinos, entre todos podemos abrir la puerta, después de todo no es tanto. Los hombres cargan los canastos y nosotras vigilamos que no venga la policía. Vamos comunidad.

El sol se termina de ocultar y las farolas de la luz pública iluminan el escenario patético. Nadie la secunda. Terminan de guardar sus cosas y se van, familia por familia, sin decir ni adiós. La calle queda en silencio y una lluviecita espantabobos, diría mi mamá, empieza a caer sobre nosotras. Alzo a Eli, me acomodo y yo misma empiezo mi camino de vuelta a La Perse, a lo lejos se ve mi casa, en la frontera, y más allá se alcanza a oír el vallenato que a todo taco sale desde la tienda de Fanny. De pronto me paso y me tomo una cerveza, quien quita que el Alex también se anime a caer.





Juliana Sánchez-Castellanos (Bogotá, 1989). Antropóloga, acompañante de procesos organizativos indígenas en la Amazonía Oriental y escritora. Estudió Antropología en la Universidad Nacional de Colombia y es maestra en Antropología Social por la ENAH.