No. 125/CRÓNICA |
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Real de Catorce, la urbe azul |
Roberto David Torres Hernández |
ESCUELA NACIONAL DE ESTUDIOS PROFESIONAL ACATLÁN, UNAM |
Esta noche oriental eterna, toserán nuestros tuberculosos pulmones |
De ahí en fuera, de ahí para adelante, cualquier duda, cualquier cosa que se quiera saber acerca de la banda deberá investigarse por vías más bien etéreas; será necesario viajar un par de horas en tren, caminar desnudos bajo el alba del desierto, preguntar a los cactus, interrogar a las serpientes borrachas, buscar debajo de las piedras de la zona más árida de San Luis Potosí, tal vez (sugeriría Castaneda) no estaría de más visitar a don Juan, investigar qué nos puede decir al respecto.
Real de Catorce es más que un grupo de blues independiente en medio de un país lleno de dependencias, Real de Catorce es la esencia de algo que no alcanzamos a asir con palabras, algo que sólo puede construirse y comprenderse por medio de la mágica fusión de sonidos que es su música. Real de Catorce es ese sentimiento, esa extrañeza e incomodidad, la sensación de estar fuera de lugar; de no entender el mundo…de desear que se haga polvo…Real de Catorce es esas ganas de llorar en silencio y con los ojos secos: de dormir. Es el deseo imperante e impertinente de encender el cigarro y dejar que se consuma solo en medio de nuestros dedos; nuestra generosidad de solaparle el suicidio antes de consumar por nuestras propias manos su asesinato. Ese antojo de sentir cómo fuma el viento. ![]() Me relajo mientras me dejo caer en el asiento catorce (hermosa casualidad) de la fila dieciséis de la Preferente A —vaya necedad de los organizadores por hacer todo lo posible en aras de que uno no encuentre nunca su asiento—. Descanso un momento después de haber explotado durante no sé cuántas canciones seguidas, me viene a la mente la imagen de mi propio cuerpo exhibiendo facciones de desesperación en medio del mortal embotellamiento de la Gustavo Baz Prada (vengo desde el norte de la ciudad), apenas unas pocas horas antes. Pienso en los apretones de la multitud informe en la estación Hidalgo, en la corretiza propinada por un par de “chavos de la calle” (término de extrañas pretensiones de refinamiento, y de asquerosa corrección política con el que les ha dado por autonombrarse últimamente), y en las serias mentadas de madre que me obsequiaron mis compañeros cuando creí haber perdido los boletos. Pienso en todo ello de bulto, de manera casi instantánea, y sin hacer distinciones suficientemente claras entre un recuerdo y otro; pienso en ello mientras una voz de áspera sensualidad femenina se abre paso en medio del tumulto de sonidos (comienzan a ceder los vulgares piropos encendidos por el hermoso escote y las deliciosas piernas de Magos Herrera, invitada especial), pienso en ello y concluyo (con el deseo acorralado bajo la falda de Magos)que todo ha valido la pena. ![]() En el escenario José Agustín se revienta uno de esos cuentitos cortos que tan bien le salen, aprovecho el receso y me balanceo entre mi asiento y el asiento trece de la fila trece para arrojarme hacia los compañeros de un par de asientos hacia la derecha, casi con la misma espontaneidad con la que me arrojé sobre el poeta la primera vez que bajó del escenario y se alejó entre los pasillos iluminado por un reflector rojizo que le producía un halo como de poeta maldito. Toco en el hombro de un tipo fornido con cabello largo y rizado, él voltea y me apunta directamente con sus ojos teñidos de crepúsculo. Le pido que “la role”, él me mira como intrigado por mi inusual aparición en su vida, “pa’la banda” insisto. Pienso en justificarme de alguna forma, pero ante mis ojos, sus gruesos labios rotos dan un jalón interminable a la punta de un rollo seco envuelto por papel arroz. Se separa el churro de la boca, y un hilillo de materia verdusca se le queda entre los labios asemejando el vello púbico de un ángel. La ceniza cae en rojo vivo sobre la leyenda Real de Catorce: De cierto azul que versa en su playera. Extiende su brazo hacia mí, desplegando una serpiente que se enrolla al sol, tatuada en intensos colores sobre su brazo. Por un momento hace sentir ridículo al gato que mi novia dibujó con una pluma cualquiera en mi mano mientras hacíamos fila en la puerta del teatro. ![]() ![]() Retumba “Azul”, música de dioses celosos y olvidados, himno de una generación de desesperados cazadores de lluvias, la primera canción de la banda que la mayoría de los presentes escuchó. Retumba y el Metropolitan se llena como nunca en toda la noche, lo llena un fervor, una sutil y moribunda fe que sabemos que nunca terminará de morir. Hay en el ambiente una verdadera comunión, un auténtico carácter de festividad religiosa. Y no creo que se deba precisamente a la fecha —por cierto, aún es 12 de diciembre de 2003—, más bien se trata de una nueva fe, una religión criminal y lasciva, eucaristía de mota, sangre y bohemia: “La iglesia de los indigentes de los últimos días” podríamos bautizarla… “Azul, azul… y en sus ojos ref leja un hilillo de luz/ su vestido perlado de noche, y el cigarro encendido en un beso carnal…”. Me rehúso a aceptarles la despedida —todo el teatro se rehúsa, y en medio de la canción ya se escuchan los tradicionales “otra, otraotraaaa” y “culeeeeeroooo”, pero creo que es justo. Estamos bordeando la medianoche y los integrantes de la banda ya nos han contado todo lo que dos amigos pueden contarse durante dieciocho años. Nos han enterado acerca del Rey del Swing, acerca de sus propios amores y hasta de sus andanzas de corte gay. Ahora sabemos que Susy no para de beber, que no se puede estar un minuto sin tocar; sabemos que amanecen envueltos en llanto tras buscar las flores que no crecen en el pavimento, que les desagrada el mundo tanto como a nosotros, y que lo disfrutan igual. Nos han contado acerca de su nacimiento—un día lluvioso de noviembre—y hasta del importe que pagan por la renta. Incluso en algún momento se pusieron politicones y mencionaron algo acerca del asesinato de Manuel Buendía.5 ![]() “Gracias, muy buenas noches… nosotros somos Real de Catorce… Hasta luego…”. Una noche de certidumbres, se han confirmado las dudas; es cierto, plena y dolorosamente cierto, eso es Real de Catorce, esa fe que retumbó toda la noche en el Teatro Metropolitan de nuestra capital, que nos agobia y nos destroza pero que nunca va a morir: mientras haya tardes rojizas, mujeres negociando sus carnes bajo algún farol… mineros con caras sucias y vasos rotos a la luz de una mañana, mientras la urbe crezca, Real de Catorce estará ahí… al menos hasta que nos trague el desierto. ![]() |
N. de la E. Agradecemos a Rodrigo Farías y Magdalena González, representantes de Real de Catorce, su apoyo para la ilustración de este texto.
Fotografías:
1 Rodrigo González, mejor conocido por la banda como el Rockdrigo o el Rockdrogo, inmortalizado bajo el finísimo seudónimo de “El Profeta del Nopal”. Se le reconoce universalmente como el creador del estilo Rupestre en el rock, y como uno de los principales impulsores de una corriente nacional, la que se desliga de la responsabilidad de seguir los cánones impuestos por las bandas extranjeras, para crear un estilo propio de nuestro país. Sus discos mas reconocidos son Hurbanistorias y El Profeta del Nopal. Murió en 1985, a causa de “un pasón de cemento”, al desplomarse el edificio en el que vivía durante el terremoto de septiembre. |